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Baruch Spinoza

La destrucción de los factores de progreso en España · por Alberto García

Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El profesor Márquez Villanueva cita el jocoso caso del comerciante de Aragón que fue penitenciado por decir “no hay más Paraíso que el mercado de Calatayud”, o aquel otro que afirmaba que “no había infierno, y el paraíso era tener dinero”.

Como hemos visto en anteriores artículos de esta serie, a lo largo del siglo XV se van perfilando los acontecimientos que acabarán dando lugar al establecimiento de la Inquisición y de los Estatutos de limpieza de sangre. En 1.449 se producen los graves sucesos en Toledo, que dan lugar a la gran matanza de judíos y el expolio de sus bienes, teorizado todo ello en la importantísima “Sentencia Estatuto” de Pedro Sarmiento de 5 de junio de 1.449, que autoriza la expulsión de los judeoconversos de todos los puestos de relieve de aquella ciudad, impidiéndoles ser concejales, jueces, escribanos, notarios…

El principio racista va ganando peso en sectores de la sociedad española, poniendo el acento no en la presencia de tal o cual comportamiento concreto de una persona determinada, sino en el pecado por pertenecer al “grupo converso”, persiguiendo no ya los actos determinados que eventualmente pudieran cometerse contrarios a derecho, sino a todo un colectivo por mera membrecía al mismo.

Como asunto especialmente curioso y poco conocido, señalaré que  el converso cordobés Pedro de Herrera, para huir de esta situación ideó comprar al duque de Medina Sidonia el Peñón de Gibraltar, para establecer en el mismo, con total autonomía, un territorio judío, lo que tras innumerables dificultades se llevó  a cabo, desplazándose hasta aquél entonces inhóspito lugar gran número de conversos que allí se establecieron, hasta que fueron posteriormente traicionados por el propio duque, que les arrebató el territorio. Dieciocho años antes de la expulsión de 1.492 los judíos ocuparon esta ciudad y la habitaron durante dos años. No deja de ser curioso que hoy día sean judíos la mayoría de los habitantes del Peñón.  [1]

El avance de la teoría racista motivó gran resistencia por parte de muchos intelectuales españoles, y se combatió por los más diversos medios, destacando entre ellos dos tratados importantísimos, de lectura recomendable para quienes estén interesados en la historia de España. Por un lado, el “Defensorium unitatis chistianae”, del converso Alonso de Cartagena, del que existe una interesante edición actual a cargo de Tomás González Rolán y Antonio López Fonseca, “que constituye un hito bibliográfico en el ámbito hispano”, y se considera el texto castellano que con más vigor y solvencia defiende la igualdad de los conversos y un “texto fundamental de nuestra historia”, escrito entre 1.401 y 1.500. Su lectura aún hoy, en palabras del profesor Márquez Villanueva, produce escalofríos. De otra parte, el tratado que llevó a cabo Fray Hernando de Talavera, impreso en Salamanca en 1.487, conocido como la “Católica Impugnación”, figura interesantísima pues fue el primer arzobispo de Granada, de trascendente y benévola actuación que pretendió la conversión de judíos y moriscos mediante la predicación y la caridad, excluyendo la forzosa y toda coerción, instando a sus sacerdotes a aprender árabe para mejorar su relación con los pobladores del Reino de Granada. Fue un defensor de tales principios durante toda su vida que, no obstante, su gran preeminencia,  -fue uno de los más estrechos colaboradores de Isabel La Católica-, no se libró del correspondiente tropiezo con la Inquisición ya al final de sus días.

Los dos tratados mencionados son de gran importancia para los interesados en la historia de España, y trascendentales para los estudiosos de la historia religiosa de nuestro país.

En aquel momento aún era posible la instrucción de las más diversas materias, con grandes reductos de conocedores de la gran cultura árabe y cultivadores del conocimiento presente en el ámbito judío.  El pensamiento en España distaba de ser monolítico, todavía estaban activas grandes figuras en todos los ámbitos del saber. Gómez Pereira, por ejemplo, destacaba ya en la medicina, pero ello no le impedía desarrollar otras muchas actividades, entre ellas, las filosóficas, decantándose desde muy joven por las teorías que establecían la primacía de la razón y la experiencia. Rechazó el argumento de autoridad de los maestros antiguos y estableció antes que Descartes el principio del “pienso, luego existo”, cuando indicaba «conozco que yo conozco algo. Todo lo que conoce es: luego yo soy», llegándose al extremo de que Descartes fue acusado en su día de plagio cuando formuló su celebérrimo principio entre otros por Pierre Daniel Huet. Sus diversos estudios se consideran de gran importancia, tanto en la medicina (padre de la psicología experimental), como en la filosofía y la ciencia, destacando entre ellos el conocido como Antoniana Margarita, respecto del que dicen sus estudiosos que  «al ser cristiano nuevo, y exponer ideas que partían del empirismo, hasta llegar a rozar el materialismo, Gómez Pereira quiso ocultar un poco sus razonamientos… para no topar, claro está con la Inquisición

Francisco Sánchez el Escéptico (1.550 – 1.623) es otro personaje excepcional entre otros muchos del periodo, cuyo padre, receloso de la Inquisición, decidió trasladarse a Francia durante la infancia de aquel, que finalmente alcanzó el grado de profesor en la Facultad de Medicina de Toulouse. Sus conceptos filosóficos eran ya modernos y descartaban también los argumentos de autoridad, propugnando el examen directo de cualquier realidad antes de tenerla como tal, anticipando muchos de los principios de Davide Hume, y asimismo de la “duda metódica” cartesiana.

En muchos planteamientos entronca con posiciones explícitas de la obra del también nieto de judeoconversos de Aragón, quemada por la Inquisición, Miguel de Montaigne, el celebérrimo autor de los Ensayos.

Se citan estos autores, entre otros muchos, para significar el buen nivel que se había alcanzado dentro de la Península en todo tipo de saberes, y la serie de teorías modernas, racionalistas, que habían ido fructificando. 

Como señala entre otros el profesor Márquez Villanueva, [2] «una de las muchas sorpresas que aguardan en el estudio de las principales actividades iniciales de la Inquisición, es la relativa frecuencia con que en los procesos acusan a los reos de rechazar toda perspectiva sobrenatural, y creer, o afirmar, que no hay sino nascer e morir como bestias-»“. «Los documentos permiten matizar, bajo dicha o parecidas formulaciones, una incredulidad radical en la inmortalidad y espiritualidad del alma, así como toda sanción ultraterrena. El Paraíso sale muy mal parado…». 

Cita el jocoso caso del comerciante de Aragón que fue penitenciado por decir “no hay más Paraíso que el mercado de Calatayud”, o aquel otro que afirmaba que “no había infierno, y el paraíso era tener dinero”.

Pero en modo alguno se trata de un asunto pintoresco, continúa el aludido profesor, o de expresiones de gente del pueblo.  El fenómeno del radical descreimiento de una buena parte del grupo converso ha sido puesto de manifiesto por muchos estudiosos, relacionándolo con la ascendencia que en lo más selecto de la judería medieval española alcanzaban ciertas tendencias “averroístas” que podían presentarse como alternativas al aristotelismo radical, posiciones seguidas ampliamente por Maimónides: «Un averroísmo que desde el primer momento no se perfila como latino, sino como popular e hispanosemítico… La traducción de la Guía de los Descarriados, iniciada en 1.419 por el judeoconverso Pedro de Toledo merece contar sin duda entre los grandes acontecimientos culturales del siglo», continúa diciendo el Ilustre profesor de Harvard.

Figura clave del periodo es don Enrique de Villena, que propugna la absoluta prioridad del intelecto, e impugna tanto las heredadas estructuras feudales como la religión; titular de una importante biblioteca, una vez fallecido, sus libros fueron quemados en lo que Elena Gascón Vera analiza en su estudio  “La quema de los libros de don Enrique de Villena, una maniobra política y antisemítica”. 

El poco conocido bachiller Alfonso de la Torre ya había escrito su “Visión Deleitable de la Filosofía y de las Otras Ciencias”, centrándose en la primacía de la naturaleza y en la imposibilidad de una vida ultraterrena…    «Y aquesto nos fase entender que el ánima muere con el cuerpo, et non es como habéis dicho».

Dicha obra resulta interesante y aparece en 1.623 publicada en Frankfurt, a cargo de Francisco de Cáceres, probablemente el suegro de Baruch Spinoza, reeditada después en Ámsterdam en 1.663.

Juan Huarte de San Juan.

Entre las obras más destacadas del periodo ha de citarse “El Examen de Ingenios” de Juan Huarte de San Juan ( 1.529-1.588), considerado el padre de la Psicología moderna, que se desentiende de los sueños de los teólogos en favor de un concepto puramente biológico de las facultades anímicas. Traducido a infinidad de idiomas, se considera una obra precursora de la psicología diferencial con interesantes aportaciones a la Neurología, Pedagogía, Antropología, Patología y Sociología. La obra tuvo un gran seguimiento y repercusión internacional, pero una gran enemiga, la Inquisición, que la prohibió en Portugal y España, y se piensa que influyó decisivamente en la caracterización que de la locura de don Quijote hace Cervantes en su gran obra, en la que no en vano llama “ingenioso” a su protagonista.

Como sigue diciendo Márquez Villanueva, «se impone la necesidad de admitir la existencia de una vigorosa disidencia filosófica en la mitad del siglo XVI, una corriente clandestina pero que en ocasiones se atrevió a levantar cabeza».

Y estos asuntos y posicionamientos que vamos analizando de la mano del indicado estudioso, sirven para destacar el hecho trascendental que «se escribe este capítulo fuera ya de la península, pero no de sus tradiciones, … se llega con Baruch Spinoza, para muchos el padre de la filosofía moderna (de familia conversa hispano portuguesa huida de la Península) al triunfo del espíritu laico y a la fundamentación racional de ética y política dentro de un concepto de naturaleza… reformulando para los tiempos modernos la misma serie de ideas básicas del radicalismo aristotélico de tradición medieval: la eternidad del mundo, el intelecto agente, el conocimiento de la naturaleza, la no  espiritualidad del alma… Como se ha sabido siempre, la formación intelectual de Spinoza era por completo tradicional, basada en la Biblia, la literatura rabínica, y lo más granado de la filosofía medieval hispano semítica, sobre todo Avicena, Avempace, Ibn Arabí de Murcia, Maimónides…»

«Solo ahora comienza a entenderse hasta qué punto la tempestad intelectual de Ámsterdam no era más que la prolongación a la luz del día de lo que en la península venía transcurriendo en el mayor secreto. El problema no derivaba, en modo alguno, de la libertad en Holanda, sino de la represión inquisitorial hispano-portuguesa».

En definitiva, hemos querido destacar en estos tres artículos en Hojas de Debate que en esa gran encrucijada de la historia española son detectables los fundamentos de una clase burguesa, sólidamente asentada en las ciudades, cuyo sustrato principal son los llamados “mercaderes”, eufemismo de los judíos y posteriormente conversos, que monopolizan los oficios y trabajos “burgueses” desde los más empinados a los más ordinarios. En manos de este sector están las principales palancas del estudio y la ciencia, y además de los estudios filosóficos propios de la modernidad que acompañaban el despegue y auge burgués. Además, se encontraba presente el acogimiento e impulso de una forma “moderna” de espiritualidad, de la mano de la importantísima influencia de Erasmo en la Península.

Ya sabe el lector en que quedó todo aquello: expulsados los judíos de España, perseguida sañudamente la minoría judeoconversa, todo aquel proceso quedó sepultado por los tres siglos y medio de dictadura inquisitorial y de los Estatutos de Limpieza de Sangre, del triunfo de la más fanática ortodoxia regresiva que se perpetúa durante los siglos 16 y 17, y que aún prosigue inconcebiblemente durante el 18 y muy probablemente condicionándonos hasta la fecha.

Debemos recordar una vez más al lector, que en dicho “siglo de las luces” y bajo la proclamada Monarquía Ilustrada de los Borbones, se siguen produciendo los procesos inquisitoriales, que afectan incluso a destacadas personalidades de la Monarquía,  como son los de Melchor Rafael de Macanaz y Pablo de Olavide, entendido este último como ejemplarizante para aterrorizar a la minoría ilustrada que había alcanzado algunos puestos de poder bajo Carlos III.

En fin, nos permitimos también recomendar, para conocer el control del Tribunal del Santo Oficio sobre la vida común de los españoles que persistía a finales del siglo XVIII y principios del XIX, las “Cartas de España” del escritor José María Blanco White, que tuvo que exiliarse al Reino Unido huyendo del irrespirable ambiente represivo y supersticioso que dominaba la época. Están publicadas en “Clásicos Andaluces”, de la Fundación José Manuel Lara.

Pensar que esta larguísima y siniestra dictadura no solo política, sino religiosa, ideológica, sobre los comportamientos que conllevó la perpetuación del Antiguo Régimen y moduló el comportamiento de las clases en España, nos ha seguido condicionando nuestro presente. Un despotismo prolongado de una y otra manera durante todo el siglo XIX, con las tres guerras civiles carlistas que pedían el restablecimiento de la Inquisición, y las asonadas posteriores ya en el siglo XX de Primo de Rivera junto a la terrible dictadura franquista. Esta puso fin al único intento serio de romper definitivamente con aquel sistema, el llevado a cabo por la Segunda República, un totalitarismo que establecía con ayuda de “la gracia de Dios” la prolongación durante 40 años de la primacía de todos los aspectos más siniestros y oscurantistas de nuestra historia, y cuyos efectos aún sufrimos. 

Notas

⇧1Puede consultarse al respecto el estudio de Diego Lamelas Oladán, “Compra de Gibraltar por conversos andaluces, 1474-1476
⇧2De la España judeoconversa, doce estudios, Ediciones Bellaterra

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