El conocimiento de lo que fue la Bula de Cruzada parece fundamental si queremos entender tanto aspectos espirituales católicos de la sociedad en la España moderna y de la primera contemporaneidad, como también sobre la relación entre el poder político y el religioso en esas etapas históricas, con una evidente dimensión económica.
La Bula de la Santa Cruzada era un tipo de bula de concesión de beneficios. En este caso sería la que concedía, desde tiempos de los Reyes Católicos, privilegios, gracias e indultos a cambio de una aportación económica que, al principio, se dedicaba a los gastos militares de las guerras contra los infieles, aunque una parte terminaría también para el sostenimiento del culto y de las obras de caridad. Así pues, la Bula otorgaba algo preciado para la sociedad del momento, como era un beneficio relacionado con la salvación, dada la fuerte influencia de la Iglesia, y era la Monarquía la que se beneficiaba de esta concesión para sus empresas militares, además de la parte que se quedaba la propia Iglesia.
El papa Sixto IV concedió, a petición de Isabel y Fernando, una Bula de Cruzada en 1482 cuando se emprendió la Guerra de Granada, y que fue renovada por el mismo papa y por Inocencio VIII, ya que la concesión había sido temporal. En todo caso, hay precedentes de esta concesión a los Reyes Católicos, ya que, en el siglo XIII, el papa Inocencio III ya dio una Bula en este sentido y, posteriormente, se otorgó otra a Alfonso XI.
En el caso de la guerra de Granada, se autorizó a los eclesiásticos para dar la absolución plenaria en artículo de muerte a todos los que habiéndose hallado en guerra hubieran pagado 200 mrs., y demostrasen una ligera aflicción. También había sumas para que las almas del Purgatorio pudieran salir antes y salvarse. Por fin, se emplearía la Bula para no ir al servicio de las armas a cambio de un donativo. Al parecer, la primera Bula rindió unos 400.000 ducados. Además del dinero entregado a Fernando el Católico, parte de esta cantidad contribuiría a la construcción de la Basílica de San Pedro.
El emperador-rey Carlos también acudió al recurso de la Bula de Cruzada, pero de forma ocasional. Sería Felipe II quien consiguió convertir la misma en permanente, aunque se respetó el formalismo de la renovación trienal y hasta sexenal. Pero ahora la naturaleza de la Bula cambió. Su atractivo primero habían sido las indulgencias y beneficios otorgados para los que combatían a los infieles, pero en la época ya de la Contrarreforma, la ventaja de esta Bula sería la reducción de los días de ayuno y abstinencia, algo muy valorado en esos momentos porque la Iglesia había establecido un calendario muy extenso en esta materia. La Bula costaba dos reales, un precio elevado para muchas personas y familias en una España en la que crecía la pobreza, pero muchos menesterosos hacían sacrificios porque la presión social y religiosa era alta. En este sentido, se hicieron predicaciones especiales.
Ante el aumento de rentas se estableció un organismo para su administración dentro de la estructura polisinodial de la Monarquía, es decir, se habilitó un Consejo monográfico, el de Cruzada. Dicho Consejo fue creado en 1509, pero su organización no se daría claramente hasta 1534. El Consejo velaba para intentar que se mantuviera el principio primigenio de la Bula, pero es evidente que la Monarquía, siempre con dificultades económicas, solamente estaba interesada en el ingreso en sí. Por eso presionó y consiguió que se extendiese a América, y a los territorios italianos de la Corona. El Consejo convalidaba las gracias que, según la Bula de Cruzada, habían de entregarse a los que habían contribuido en la lucha contra herejes y musulmanes, tanto de forma real, como económica. El Consejo vio ampliado su trabajo cuando el papado concedió los denominados Subsidios de Galeras y el Excusado en los años sesenta del siglo XVI. El primero consistía en una aportación del clero mediante una derrama para ese fin, mientras que el segundo era una cuota que pagarían los principales contribuyentes de cada parroquia de sus diezmos. Estas nuevas rentas hicieron que el Consejo adquiriera relevancia, ya que administraba las denominadas Tres Gracias, con buenos rendimientos. El Consejo desaparecería en el proceso de reformas administrativas de los Borbones.
En todo caso, en el siglo XIX se mantuvo la Bula, aunque en 1849 su producto se destinó para el sostenimiento de la Iglesia, justo en el momento en el que se buscaban fórmulas para su financiación después de la desamortización de Mendizábal. Siguió existiendo en el tiempo hasta bien entrado el siglo XX y, aunque fue perdiendo importancia, continuó siendo una parte de la fuente de ingresos de la Iglesia española.
Eduardo Montagut. Historiador