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El régimen de los ayatolas está muy bien asentado, pero el proceso ya ha dado comienzo y todo indica que no tiene vuelta atrás
La república islámica de Irán lleva cuatro décadas esforzándose para que el país se mantenga en el camino de un islamismo rigorista. Se dio desde el principio una importancia capital a la educación religiosa desde la primera infancia hasta la universidad. Se han promovido activamente los valores islámicos y todos aquellos que han desafiado la norma han sido objeto de sospecha primero y luego de persecución. Sus defensores aseguraban que Irán era el ejemplo de que podía instaurarse una república islámica perfectamente viable con el consentimiento de la inmensa mayoría de la población.
Como es evidente esa inmensa mayoría de iraníes que comulgan con todo el recetario de los ayatolás que gobiernan desde 1979 no es tan inmensa como se cree. Desde el principio hubo disidencia a las normas religiosas y a la teocratización de la vida cotidiana. Pero este no era el único problema de Irán. El país ha tenido una historia muy agitada desde la proclamación de la república, que se estrenó con una sangrienta guerra contra Irak que duró casi diez años. Luego vino la consolidación del régimen, que hubo de hacerse con todo Occidente en contra en un momento en el que se había acabado la guerra fría y el poder de EEUU era incontestable.
La gestión económica de los ayatolás no ha sido precisamente ejemplar. La corrupción está muy extendida y los niveles de vida en Irán son, a pesar de su riqueza petrolera, los propios de un país de medio ingreso. La inflación, el desempleo y la falta de expectativas para una población creciente han sido la norma en los últimos 30 años. Si echamos un vistazo a anteriores protestas todas tenían que ver con motivos económicos o con problemas políticos como la limitada representatividad que otorga el sistema político, en el que existen elecciones sí, pero sólo pueden presentarse a ellas quienes diga el consejo de los guardianes.
Lo que no esperaban era que el país se levantase contra las normas religiosas, que son la razón de ser de la república. Pero hace unos meses sucedió. Al principio se pensó que sería flor de un día. El régimen aplicó una represión ejemplar en espera de que eso sirviese de escarmiento, pero contra pronóstico ha sucedido lo contrario. Esta semana se han cumplido tres meses de la muerte en dependencias policiales de la joven de 22 años Mahsa Amini y las protestas continúan. No se quejan solamente de las normas de vestimenta, eso era lo que hacían al principio, desde el mes de octubre en el listado de agravios de los manifestantes figuran otras demandas como la caída del Gobierno e incluso del propio régimen.
Junto a eso, empiezan a verse mujeres que van sin hiyab en público, por ahora sólo en Teherán y en ciudades grandes, pero hace unos meses algo hubiese sido impensable
Estamos viendo imágenes que no se habían visto nunca en el Irán de los ayatolás. Los adolescentes comparten videos en los que se les puede ver pisoteando fotografías del fundador de la República Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini, y su sucesor, el líder supremo Ali Jamenei. Hay también vídeos en los que se ve a jóvenes iraníes quitando turbantes de las cabezas de los clérigos por pura diversión, como un desafío de esos que corren como la pólvora en aplicaciones tipo TikTok. A los occidentales eso del turbante nos puede parecer un adorno, pero allí es un símbolo religioso, sólo lo llevan los clérigos que han pasado por el seminario. De hecho, en los seminarios iraníes la ceremonia de imposición de turbantes es el equivalente a la graduación en las universidades occidentales. Quitar el turbante a un clérigo es un insulto inconcebible, pero ahora los jóvenes lo hacen. Ven a un religioso con su turbante caminando por la calle, se aproximan corriendo por detrás y se lo quitan de un manotazo. Todo lo graban con un teléfono y lo suben a las redes sociales. Junto a eso empiezan a verse mujeres que van sin hiyab en público, por ahora sólo en Teherán y en ciudades grandes, pero hace unos meses algo hubiese sido impensable.
Este giro secular es la culminación de un proceso que está en marcha desde hace años. De un tiempo a esta parte era relativamente común encontrarse a hombres y mujeres juntos en algunas cafeterías de Teherán, algo que está expresamente prohibido por la ley, pero se hacía la vista gorda. La clase alta que podía permitirse ir de vacaciones a la costa del Caspio o a las estaciones de esquí de los montes Elburz lo hacían de forma más o menos desenfadada y saltándose todas las normas islámicas de comportamiento y vestimenta. Muchas parejas conviven sin casarse, algo totalmente prohibido, pero difícilmente detectable. Para las clases altas y medias-altas urbanas beber alcohol, bailar y que las mujeres se vistan al estilo occidental es habitual en las fiestas que celebran en la privacidad de sus domicilios.
Como todo lo que empieza en las clases altas va poco a poco filtrándose a otras capas de la sociedad que pretenden emularlas. La sociedad iraní en su conjunto es mucho más secular que hace 15 o 20 años. Hay encuestas que apuntan a que aproximadamente el 30% de los iraníes se consideran o no religiosos, o agnósticos o directamente ateos. Eso se puede ver en el rechazo al hiyab, que está muy extendido, incluso entre los practicantes. Hace 40 años el 85% de la población aprobaba la imposición del hiyab, hoy sólo lo hace un tercio de los iraníes.
Las esencias de la revolución las mantienen las generaciones anteriores, los nacidos en las décadas de los 40, 50 y 60 que fueron quienes protagonizaron la revolución islámica de 1979
Este cambio cultural, esta occidentalización paulatina pero imparable está dividiendo a la sociedad en dos puntos de fractura fácilmente reconocibles: el generacional y el geográfico. Los más jóvenes, es decir, los nacidos a partir de los años 90 y que no vivieron ni la revolución ni la guerra contra Irak están muy secularizados. Los nacidos en los 80 y 70, que recuerdan la revolución y la guerra, pero no el Irán del sha, se están secularizando a gran velocidad. Las esencias de la revolución las mantienen las generaciones anteriores, los nacidos en las décadas de los 40, 50 y 60 que fueron quienes protagonizaron la revolución islámica de 1979. Esto está ocasionando problemas dentro de las propias familias. Los padres no entienden a los hijos y discuten con ellos ya que no ven necesaria la modernización y en muchos casos la consideran pecaminosa. Desde el punto de vista geográfico la secularización afecta a las ciudades, especialmente a la capital, Teherán, una megaurbe con un área metropolitana en la que viven 15 millones de personas.
Al Gobierno no se le escapa el problema. Sabe que está ahí y que lleva años larvándose. Ali Jamenei, el líder supremo, acusa a las potencias occidentales de orquestar las protestas como una forma de debilitarles. El régimen lleva años apelando a los intelectuales, los artistas, los periodistas, los creadores de opinión y los profesores universitarios a combatir lo que han bautizado como “OTAN cultural” empeñada en destruir la virtuosa república islámica de Irán a través de una guerra blanda.
Como contramedida las autoridades tratan de influir sobre los iraníes en casi todos los aspectos de sus vidas. La milicia paramilitar Basij, más conocida por defender la seguridad interna y reprimir los disturbios, lleva ya tiempo centrándose más más en las amenazas culturales que en las politicas. Emplea a unos 20.000 clérigos que enseñan doctrina islámica en unos 250.000 círculos de formación repartidos por mezquitas de todo el país. El Estado ha destinado mucho dinero para crear centros educativos en los que se promueven las enseñanzas islámicas. Ha asignado también a la Guardia Revolucionaria la labor de inculcar los ideales islámicos a los niños de los jardines de infancia.
Los conservadores están tratando de persuadir a las clases trabajadoras, tradicionalmente su principal base de apoyo, para que tengan más hijos y los eduquen de forma tradicional
Las autoridades han tomado medidas para castigar, por ejemplo, a quienes tengan una mascota. La policía multa a quien ve paseando un perro y alienta a los vecinos a denunciar si alguien tiene una mascota en su edificio. El pasado mes de julio cientos de perros, considerados animales indeseables por la ley islámica fueron asesinados a tiros y enterrados en un vertedero al norte de Teherán. Los conservadores están tratando de persuadir a las clases trabajadoras, tradicionalmente su principal base de apoyo, para que tengan más hijos y los eduquen de forma tradicional.
Cuando estalló la revolución islámica en 1979 Irán tenía un problema demográfico. La población crecía desmesuradamente. En aquel momento las iraníes alumbraban un promedio de 6,5 hijos. El país no producía lo suficiente para alimentar a tanta gente así que el Gobierno se concentró en políticas antinatalistas que en 25 años redujeron la tasa de fertilidad a aproximadamente dos, algo por debajo del nivel de reemplazo generacional. La transición demográfica ha sido rápida y muy drástica. A finales de los años 80 la edad media en Irán era de 19 años, hoy es de 32, es decir, que el iraní medio nació en torno a 1990, justo el rango de población más refractario al Gobierno y también al que van dirigidas las súplicas de que aumente la natalidad. La economía, que está en crisis desde hace años, no invita a tener más hijos, pero tampoco lo hacen los valores culturales imperantes entre los menores de 40 que son quienes quieren hacer la contrarrevolución iraní. No les va a ser fácil porque el régimen está muy bien asentado, pero el proceso ya ha dado comienzo y todo indica que no tiene vuelta atrás.