Una vez más la Conferencia Episcopal Boliviana terminó su última gran asamblea intentando pontificar sobre temas civiles, como si todavía estuviéramos en los tiempos del viejo Estado oficialmente católico, sin enterarse de que la Constitución vigente nos define como Estado laico.
Por supuesto, la misma Constitución define también la libertad de culto; y los obispos católicos tienen todo el derecho de opinar, de criticar y de proponer; pero con la condición de que lo hagan como una institución más de la sociedad y sin ínfulas autoritarias.
Y resulta inevitable comentar sus últimas declaraciones porque vuelven a referirse al tema del aborto en términos muy poco serios. Los mencionados jerarcas reiteran su oposición intransigente a cualquier forma de aborto, argumentando que “en algunos casos se trata de salvar a una persona matando a otra persona, y en otros de matar a una persona para pasarlo bien” (textual). ¿Realmente pueden estar los obispos bolivianos tan alejados de la realidad que se atrevan a afirmar que hay mujeres que abortan para pasarlo bien? ¿Es eso lo que realmente saben de sus fieles (porque hay muchas fieles católicas que se han visto obligadas a abortar)? Semejante afirmación no sólo es una muestra de desconocimiento de la realidad social y humana, sino que además es una imperdonable falta de respeto.
Pero ya que nos vemos obligados a comentar eso, nos vemos impulsados a preguntarles de dónde se han sacado la otra alternativa (la de matar a una persona para salvar a otra). No es poco que reconozcan que en muchos casos de aborto se trata de salvar a una persona, pero hasta ahora no nos han explicado dónde figura en la Biblia -según ellos afirman- que desde la fecundación de un óvulo por un espermatozoide ya existe ahí una “persona”… Por favor precisen la correspondiente cita bíblica. Más aún, sabemos que durante siglos la propia Iglesia Católica afirmaba algo muy diferente.
Todo esto no quita que los obispos tengan el derecho de opinar, pero ese derecho deja de tener valor si la opinión no es fundamentada. Y, en todo caso, se trataría de una opinión más, procedente de la sociedad civil. Y a los mencionados jerarcas lo que les cuesta es admitir que son sociedad civil, dada la lamentable confusión que se inauguró en el siglo III, con la creación de un Estado Católico (representado actualmente por el Vaticano).
Lamentablemente, son nuestros propios gobernantes los que colaboran a dicha confusión cuando ignoran la definición constitucional de Estado Laico y siguen funcionando como Estado Católico. Ahí está como ejemplo reciente -en varios municipios y gobernaciones- la prohibición de la venta de alcohol en Jueves y Viernes Santo, y, por supuesto, como ejemplo antiguo, la conservación de feriados religiosos que incluyen el caso extremo del Corpus Christi (ya nos gustaría saber si algún gobernante sabe qué se recuerda ese día)…
Si se trata de respetar tradiciones religiosas, ¿por qué no se declara feriado los sábados, por respeto a los Adventistas del Séptimo Día (que no son pocos)? Pero no, a los no católicos el Estado simplemente los ignora, mientras que casi todas nuestras autoridades aparecen públicamente en Tedeums y otras actividades oficiales netamente católicas (y, por supuesto, se mantiene un embajador en el Estado Vaticano, que viene a expresar la degeneración del movimiento genuinamente cristiano, que nació en permanente conflicto con lo estatal).
Por tanto, resulta comprensible que la jerarquía de dicha Iglesia se sienta con derecho a dictar supuestas verdades (aunque carezca de argumentos serios), en lugar de ejercer humildemente su derecho ciudadano a emitir criterios y propuestas. Realmente nadie -ni siquiera en estos tiempos de cambio – se ha vuelto a acordar de don Simón Rodríguez, aquel irrepetible primer Ministro de Educación que tuvo Bolivia (y que había sido el maestro de Simón Bolívar), ni de aquel Mariscal Sucre que se esmeró en expropiar los bienes de la Iglesia Católica… ¿Tendremos que resignarnos? ¡Espero que no!
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.