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Huntington y Ratzinger

COINCIDO con el diario italiano La Repubblica cuando afirma que la Conferencia de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, lejos de contener deslices imperdonables, estaba calculada al milímetro.

Naturalmente, Benedicto XVI tiene todo el derecho a expresar sus opiniones—las libertades públicas, las de expresión y pensamiento las primeras, son innegociables—con el fin de orientar no sólo a sus fieles sino al conjunto de la sociedad. Pero los ciudadanos, en el uso de esas mismas libertades, podemos valorar tanto el contenido de las declaraciones papales como la oportunidad política de las mismas.

Es cierto que Benedicto XVI es el primer Papa que asume en público que «no actuar racionalmente se opone a la esencia de Dios», pero al añadir que la Iglesia Católica no sólo es la verdadera sino la única que ha renunciado a la violencia para imponer la fe, deja bien claro que solamente su iglesia garantiza la coexistencia pacífica entre creencia religiosa y pensamiento racional. ¿No es acaso esta afirmación una carga de profundidad contra la línea de flotación del laicismo?

Si el Papa quisiera de verdad contribuir a la construcción de una ética global debería enviar urgentemente una circular a diferentes Conferencias Episcopales—a la nuestra, desde luego—para que abandonen su anacrónica pretensión de trasladar el derecho canónico a normas de derecho común y, a partir de ahí, contribuir a la búsqueda consensuada de unos principios básicos de ética laica de los que emanen las normas jurídicas que regulen nuestra convivencia.

Por otra parte, Ratzinger no sólo ha olvidado en su discurso las guerras, represiones y persecuciones que ha protagonizado la Iglesia Católica, sino que ha mantenido un inaceptable silencio sobre la existencia de amplios sectores cristianos que han regresado al Antiguo Testamento, no al del Cantar de los Cantares, sino al del «ojo por ojo» y al de la guerra preventiva del Libro de Ester.

Tampoco las declaraciones del Papa han tenido el don de la oportunidad. Al desenterrar las negativas opiniones que sobre el Islam tenía un personaje del siglo XIV, Benedicto XVI, en una brillante utilización de la eficaz técnica brechtiana del distanciamiento, no hizo si no atizar la llamada guerra de civilizaciones que, formulada por Samuel Huntington, constituye la base del proyecto político de amplios sectores conservadores, incluidos los de la Iglesia Católica.

Cruzada frente a Yihad. La caja de Pandora está abierta y el conflicto será largo. Por supuesto, no se resolverá renunciando al ejercicio de nuestros valores y derechos democráticos. Pero es necesario romper la complicidad circular entre los dos fundamentalismos que hoy se enfrentan en el mundo y que amenaza tanto nuestra seguridad como las bases sobre las que se asienta nuestra civilización.

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