A diferencia de Joe Biden, a Mursal, solicitante de asilo en Grecia, no le sorprendió lo rápido que cayó Kabul. Ella sabe de primera mano la eficacia con la que los talibanes han aterrorizado a la población para que guarde silencio o sea cómplice.
El 29 de agosto de 2019, hace exactamente dos años, una tímida y seria joven de 19 años llamada Mursal huyó de Afganistán con sus padres y sus dos hermanas pequeñas porque los talibanes habían amenazado con matarlos. Ahora espera obtener asilo en Grecia mientras ve desde la lejanía cómo su país colapsa. La velocidad con la que los talibanes se han apoderado de nuevo de Afganistán parece haber sorprendido a muchos, especialmente a aquellos que ven el país solo a través de la lente de Kabul, pero a ella no le sorprende. Sabe, de primera mano, la eficacia con la que los talibanes han aterrorizado durante años a los afganos para que se callen y sean cómplices.
Mursal tiene ahora 21 años y mantiene económicamente a toda su familia trabajando como intérprete para Médicos sin Fronteras en Atenas. La ironía es que su padre, que en su día ejerció de médico, solía trabajar para la misma organización en Afganistán. Ahora, como no habla ni inglés ni griego, debe depender de su hija y de las ONG para sobrevivir.
Mursal comenzó a contarme su historia cuando nos conocimos en un café al aire libre en Atenas el pasado mes de mayo, y hemos estado hablando desde entonces. Pequeña y delgada, con una frente amplia, unos profundos ojos marrones y un cabello castaño liso, peinado con la raya en el medio y largo hasta los hombros, ese día estaba vestida de manera impecable con vaqueros, deportivas, una camisa de manga larga, y una mochila de cuero de un llamativo color rojo. A pesar de su juventud, rebosa inteligencia, con una expresión abierta pero atenta.
Para 2019, cuando su familia huyó, los talibanes ya contaban con unos 85.000 combatientes y el control de una quinta parte del país
En muchos sentidos, la vida de Mursal ha sido un reflejo tanto de la derrota como del ascenso de los talibanes. Nació el 25 de noviembre de 1999, solo dos años antes de que Estados Unidos invadiera Afganistán, y los talibanes, que habían estado en el poder desde 1996, perdieran frente al gobierno respaldado por Washington en Kabul. Mientras ella crecía, los talibanes continuaron librando su guerra contra ese gobierno, ganando terreno constantemente. Para 2019, cuando su familia huyó, los talibanes ya contaban con unos 85.000 combatientes y el control de una quinta parte del país. Ahora, mientras sus portavoces les dicen a los periodistas occidentales que los talibanes ya no están interesados en perseguir a las mujeres –el mismo argumento que sacaron a relucir cuando firmaron el supuesto acuerdo de paz con la administración Trump en 2020–, sus acciones desmienten cada palabra, como tan bién lo sabe Mursal.
Para su familia los problemas comenzaron cuando abandonaron su ciudad, Mazar e Sharif, en 2019 para mudarse a Langar Khana, sin saber que esta aldea norteña estaba controlada por los talibanes. En ese momento unos hombres extraños empezaron a aparecer en su casa a distintas horas de la noche, exigiendo que el padre de Mursal atendiera sus heridas, este rápidamente supo quiénes eran; cuando le exigieron que se convirtiera en médico talibán, se negó.
“Mi mamá y mi papá son de mente muy abierta”, me dijo. “Consideran que los niños y las niñas son iguales, tienen los mismos derechos. Mi papá siempre me dijo: ‘Antes de casarte, debes pararte sobre tus propias piernas’. Y mi mamá me dijo: ‘debes lograr tus sueños antes de casarte porque, una vez lo hagas, sentirás que tienes las manos atadas’”.
Sobre todo, sus padres creían en la educación de sus tres hijas y, de hecho, a Mursal le encantaba la escuela. Leía constantemente, se matriculó en 11 asignaturas, incluidas química, ciencias e idiomas, y siempre fue la mejor de su clase. También estaba fascinada por los libros de anatomía de su padre. “Mi objetivo de niña era ser médica como él. Cuando le lavaba su bata blanca, soñaba con tener algún día una así, tener mis notas aquí, mi bolígrafo allá. Quería saber cómo se siente el estar sentada en una silla escuchando a un paciente, ayudándolo. Ahora quiero ser abogado para ayudar a refugiados como yo”.
Su padre le contó a la policía que los talibanes le habían pedido que trabajara para ellos, pero la policía le exigió pruebas en forma de vídeos e imágenes
Los valores liberales de su hogar solo lograron que la mudanza de la familia al pueblo supusiera un shock aún mayor. “Nadie podía salir después de las ocho. Los hombres solo podían usar perahan tunban, la ropa tradicional, barbas largas y sombreros. Las niñas pequeñas tenían que usar camisas largas sobre pantalones holgados, y las niñas mayores y las mujeres teníamos que usar un chadri, que cubría nuestras caras y todo nuestro cuerpo. Si hubiésemos vestido vaqueros y camisetas, la gente del pueblo nos hubiese mirado como si hubiéramos matado a alguien y los talibanes nos hubieran arrestado. Mi mamá nos hizo cambiarnos de ropa, pero fue muy difícil para mí y mis hermanas.”
El mayor impacto fue, sin embargo, la escuela, ya que aunque los talibanes afirmaron que permitían a las niñas asistir a la pequeña escuela local femenina si usaban burka, esta afirmación resultó ser falsa. “Dos veces dijeron que bombardearían la escuela si los profesores no la cerraban, así que algunos días no teníamos profesor. El director de la escuela continuó manteniéndola abierta pero los padres tenían miedo. Dijeron: ‘Son nuestras hijas; ¡no queremos que mueran solo por la educación!”
Debido al peligro, solo cuatro o cinco niñas se presentaban a clase. Mursal era la única que iba todos los días. “Pero yo tenía miedo, demasiado, y mi madre también, porque a veces los talibanes conducían por la escuela en sus coches con las armas en alto”. Entonces, un día, un combatiente talibán irrumpió en la escuela. “Cogieron a mi maestro por el pañuelo y le dijeron: ‘Si estás aquí mañana, vendremos y te degollaremos’. Luego nos miró a las estudiantes y dijo: ‘Si os veo mañana, también os haré lo mismo a todas’. Después de aquello, nunca volví a ir a la escuela.”
En tres ocasiones, su padre le contó a la policía que los talibanes le habían pedido que trabajara para ellos, pero la policía le exigió pruebas en forma de vídeos e imágenes. “¿Pero cómo puedes tomar una foto de los talibanes?”, preguntó Mursal retóricamente. “Es una broma. Te dispararían en ese segundo.”
Después de que su padre rechazase trabajar para los talibanes, la persecución se volvió terrible. “Tuvimos muchos malos momentos en esa época”, me contó Mursal. “Todavía estábamos vivos, pero sentíamos que eso no era vida. Algunas noches aparcaban un coche en el camino de entrada a nuestra casa y comenzaban a disparar, gritando que venían a buscarnos. Teníamos miedo de salir a comprar comida, así que a menudo nos íbamos a la cama con hambre. Querían asustarnos todo el tiempo.”
Una noche, varios combatientes irrumpieron en la casa y le dijeron al padre de Mursal que si seguía negándose a trabajar para ellos, le dispararían a él y a toda su familia. Cuando se negó nuevamente, lo golpearon tan brutalmente con una pistola que no pudo caminar durante una semana.
“Mi abuela, la madre de mi mamá, también estaba allí. Habló en pastún con los talibanes, rogándoles que se detuvieran. Así que también la golpearon a ella, ¡a una anciana! Cuando mi madre lo vio, trató de detenerlos. Así que también la golpearon. Y nos abofetearon a mí y a mi hermana.” Su madre llevó a su abuela al hospital, pero, entre su viejo corazón y los golpes, no pudo sobrevivir. “Mi mamá perdió a su madre de esta manera. Justo frente a sus ojos.”
Fue entonces cuando los padres de Mursal supieron que tenían que huir. “No solo para seguir con vida”, dijo, “sino también por el futuro de mis hermanas y de mí, porque las reglas de nuestra cultura no nos dejarán ser quienes queremos.”
Ahora, Mursal y su familia observan con horror lo que está sucediendo en su tierra. “¿Viste las noticias?”, me escribió el 14 de agosto, el día en que los talibanes se apoderaron de su ciudad natal. “¡Los talibanes acaban de anunciar que se casarán con niñas de 14 años!”
Unos minutos después volvió a escribirme: “Estoy pensando en todas las madres de Afganistán, las madres de niñas. Han perdido sus lágrimas a causa de los talibanes.”
Necesitarán esas lágrimas, porque vendrá más llanto.
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Esta historia se publicó originalmente en The Nation.