Soy consciente de que la organización ultracatólica conocida como hazte oír es promotora de actos incívicos como los de plantear demandas indiscriminadas contra todo aquello que asome a la mirilla de su escopeta moral. Amparada en recursos económicos prestados, dispone de tiempo, dinero y expertos legales suficientes para generar dolores de cabeza a cualquiera que disponga de una cabeza capacitada para algo más que humillarla ante las formas de la sacralización católica, vírgenes, hostias y el cristo que lo fundó.
También soy consciente de que han dado a luz una organización política aberrante que pendula entre la adoración al franquismo más rancio con el postureo tecnofascista conectado a Cambridge Analitycs. Hazte oír actúa como laboratorio de majaradas, desecha hallazgos defectuosos o sin gancho comercial, y cede a Vox aquello que puede convertirse o aprovecharse como parte de proclamas políticas.
Hazte oír es una especie de balsa de decantación de otras sectas ultracatólicas, opus, legionarios y caterva similar la utilizan como laxante para depurar parte del discurso marciano que se extiende entre las radicalizadas organizaciones. Funciona como válvula de escape de la presión a la que se someten los militantes integristas asfixiados por la atmósfera recalentada que se vive en esos espacios estrictos dedicados al cultivo del fanatismo, en los que la falta de contacto con el mundo exterior requiere de calderas de expansión. Hazte oír es el escaparate con el que se muestran un conjunto de organizaciones sectarias que carecen del don de la presencia pública más allá de sus templos y catequesis.
Con esta génesis, hazte oír debería dar miedo, pero a mí no me lo da, más allá del que pueda producir sus forzadas demandas por vete tú a saber qué ofensa se les ocurre. A mí me parece que les sería más propio el adoptar otro sustantivo apocopado, el de hazmerreir, sí, esos figurones pomposos que en su caso tratan de impresionar con el atrabiliario despliegue de sus denuncias como los pavos hacen con sus vistosas colas.
Si no fuera porque la existencia de hazte oír mueve a preocupación por el manifiesto atraso de una parte de nuestra sociedad, sería para echarse a reír
Tratan de mostrar un poder del que carecen porque, seamos claros, hazte oir y el conjunto de organizaciones ultracatólicas actúan motivadas por la emulación a las organizaciones religiosas ultraislámicas que ha sido capaces de derrocar gobiernos, derribar símbolos y batir ejércitos de lo que consideran su archienemigo: Occidente. Tales aptitudes provienen de su voluntad martirológica, de su determinación a sufrir sin rechistar, su poder deviene de su amigable y esperado encuentro con la muerte. Macabra actitud que también estuvo presente en el cristianismo primitivo, pero hace milenios que ya no computa, desde que el cristianismo fue engullido por el catolicismo el martirio se trasfiere a los herejes, a los infieles combustibles. Los radicales islámicos amenazan y logran objetivos porque están dispuestos a morir por su dios y por las comodidades que su paraíso les reserva. Para muchos de ellos, la muerte es un alivio de las deplorables condiciones en las que viven.
Lo echo de menos en el entorno hazte oír. En la falta de compromiso final yace su debilidad impostada de fortaleza inquebrantable. No veo yo al sobrino de Rato, ni a Koplowic, ni siquiera al intrigante Villar Mir reventándose los higadillos por la gracia de dios. La demanda, por molesta que sea, es una ridícula forma de martirio en la que el demandante nada sufre y nada divino obtiene, tan solo una magra, burocrática y mercantil satisfacción. Eso no se puede comparar al enigmático placer que acompaña la muerte de yihadistas que vuelan, literalmente, por Alá.
No desear la muerte propia es una flaqueza comprensible, pero tiene sus consecuencias prácticas: irrelevancia. Visto desde esta antroporeligiosa perspectiva, la presencia de hazte oír parece la pretenciosa copia de un original anhelado, como las serpientes coloreadas que simulan ser las letales serpientes de coral, resultan un plagio que mueve a conmiseración, son el hazmerreír de la combatividad religiosa.
Torquemada es un recuerdo que no sirve siquiera como figura del ágil merchandising católico. El carlismo convertido en un fetiche bandera del que la mayoría de sus portadores ignoran sus orígenes. El nacional catolicismo, una opereta que los capitalistas que apoyaron a Franco veían como un revisitación del mito de la España de Bizet. Si no fuera porque la existencia de hazte oír mueve a preocupación por el manifiesto atraso de una parte de nuestra sociedad, sería para echarse a reír.