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¿Hacia una deslaicización de la enseñanza?

Cada año, se difunde en la prensa chilena une lista de los mejores colegios, evaluados principalmente según los puntajes obtenidos por sus estudiantes en la PSU. En Francia existen las mismas apreciaciones, con criterios levemente distintos de una publicación a otra, pero esencialmente a partir de los resultados obtenidos en el Bachillerato. Las cifras del año 2018 no dejaron de llamar mi atención. En L’Etudiant, sitio especializado en la orientación de los estudiantes, que provee todo tipo de información sobre carreras, establecimientos, exámenes, concursos, profesiones, etc., los quince “mejores” liceos se componen de seis públicos y nueve privados, ocho de ellos católicos y uno hebraico. Le Monde, en su reportaje anual sobre el mismo tema, publicó una lista compuesta de cuatro liceos públicos y once privados, diez de los cuales son católicos y uno agrícola sin afiliación. Y en Le Figaro, la lista se dividía en un liceo público, el prestigioso e histórico Lycée Henri IV ubicado en el Barrio Latino de Paris, y catorce privados, un establecimiento Montessori, bilingüe y con otra sede en Londres, y trece católicos.

Preocupada por esta última información, investigué un poco más y descubrí que la lista del Figaro había sido establecida según tres criterios definidos ahora como “indicadores de resultados de los liceos”, es decir, los datos que hacen de un establecimiento un “buen liceo”: el índice de éxito, el índice de acceso y el índice de “menciones” al bachillerato. Dichas “menciones” son tres en total — “Bastante bien” a partir de 12/20 de promedio, “Bien” a partir de 14/20 y “Muy bien” a partir de 16/20 —, y lejos de ser puro adorno en el cartón, entran en consideración para la admisión a ciertas escuelas superiores o universidades.

De hecho, esto se puede explicar fácilmente. En una época cuando muchos liceos se pueden vanagloriar de un índice de éxito al bachillerato que se acerca al 100%, y casi el 80% de una franja de edad consigue el diploma, las menciones se han transformado en la única manera de distinguirse: los estudiantes deben conseguirlas y los establecimientos garantizar su obtención. A punto que ciertos periodistas las definen como “el nuevo Grial” de los jóvenes (https://etudiant.lefigaro.fr., 17 de abril 2018), y que uno puede preguntarse si en realidad no se regalan como dulcecitos en la feria.

Studyrama, otro sitio de orientación para estudiantes, aclara que a pesar de la velocidad a la cual las menciones han aumentado durante los últimos años, siguen siendo muy útiles, ya que algunas escuelas superiores como los Institutos de Estudios Políticos (IEP) o Sciences-Po Paris, por ejemplo, aceptan a candidatos con mención “Muy bien” sin examen previo, evaluando solo sus informes. Para el Colegio de Derecho de la universidad Paris II Panthéon-Assas, dicha mención es un requisito. En cuanto a los titulares de Bachilleratos a orientación profesional, las menciones “Bien” o “Muy Bien” garantizan el acceso a la sección de técnico superior. Factor de selección, elemento gratificante y bonificación en el curriculum, dan también acceso a ayuda financiera de ciertos bancos, un punto a veces apreciable en el momento de conseguir un alojamiento, por ejemplo. (https://www.studyrama.com/ revision-examen/bac).

Los apoderados franceses, probablemente incentivados por estas publicaciones, tienden por lo tanto a despreciar los establecimientos públicos e inscriben cada vez más a sus hijos en el sector privado, seleccionando el establecimiento según su ubicación geográfica y su flexibilidad financiera.  Donde aprieta el zapato es, por una parte, que las garantías de éxito ofrecidas por la enseñanza privada en los exámenes/concursos han subido de manera impresionante, en detrimento del sector público, y por otra parte, que la enorme mayoría de esas escuelas privadas no son laicas.

Los lectores fieles de Iniciativa Laicista seguramente recordarán que alguna vez mencioné que vengo de una familia de docentes que desarrollaron su carrera en la enseñanza pública y laica, algunos en una época cuando no existía todavía el concepto de “privado acreditado”, es decir privado bajo contrato con el Estado, el cual remunera a sus docentes, y reconocido por seguir las normas de la enseñanza pública. Esta “acreditación” se aplica a establecimientos de todos los niveles, desde el jardín infantil hasta la universidad. El “reconocimiento” del Estado se obtiene solamente si una promoción de estudiantes se ha graduado, y después de un riguroso control por el Ministerio de Educación de los edificios, la organización, las finanzas, la calidad de los docentes y los contenidos de los programas. Cuando un colegio logra ser reconocido, tiene además la opción de conseguir un contrato que le otorga subsidios, después de una encuesta ministerial sobre sus instalaciones y su personal administrativo, y en este caso los alumnos/estudiantes pueden incluso postular a becas. Esto es, a grandes rasgos, el concepto de “privado acreditado” que aparece explicado en la página de Ministerio de Educación (http://www. education.gouv.fr).

Por lo tanto, no se cuestiona aquí la calidad de los liceos privados, sino más bien la “deslaicización” de la enseñanza en Francia, junto con todo lo que conlleva este fenómeno. Además, esto va acompañado de una selección social implícita. El Ministerio considera ahora el “valor añadido” de cada establecimiento, midiendo la diferencia entre los resultados obtenidos y los esperados, considerando las características escolares y sociodemográficas de sus alumnos. Llega a la conclusión que “los liceos con mayor proporción de hijos de altos ejecutivos o docentes tienen un impacto positivo sobre los hijos de obreros o inactivos, escolarizados en menor proporción”.

Los colegios privados se caracterizan por lo que los comentaristas llaman elegantemente “la ausencia de mixidad social”, otra peculiaridad que debe atormentar a Jules Ferry en su tumba. Porque si se reprocha a buena parte de los establecimientos públicos de formar a jóvenes que “no dominan los conocimientos fundamentales” – otro concepto vago y no comprobado -, esto significa que la segregación se define desde los principios, en un país que se jacta de dar a todos el mismo acceso a la educación. Uno recuerda con esto unas de las más famosas metidas de pata de Macron: “En una estación, uno se cruza con gente exitosa, y gente que no es nada”, y por supuesto “Los que nacen pobres quedan pobres”. Visto desde este ángulo… Ahora, si imaginamos un momento que las escuelas privadas, y en particular las católicas, abran sus puertas a los niños desfavorecidos y a los hijos de inmigrantes, es muy probable que su éxito actual disminuya drásticamente.

Al nivel universitario, los establecimientos católicos también tienen un éxito que ha crecido de manera notable estos últimos diez años. Algunos diarios conservadores se atreven a insinuar la mejor calidad pedagógica de las cinco “Cathos” de Francia: Angers, Lille, Lyon, Paris y Toulouse (Le Figaro, 09/12/2016), mejor calidad no demostrada en cualquier caso, salvo para algunas ramas de especialización que ofrecen prácticas profesionales desde el primer año, o si consideramos la multitud de escuelas de ingenieros y de comercio que dependen ahora de universidades católicas. Pero nos enfrentamos de nuevo con una selección económica grave: las católicas pueden costar hasta 5.000 € por año para un Máster, un monto que apenas alcanza los 250 € en una universidad pública. Consecuencia lógica: seducen más, no tanto por su orientación religiosa, sino porque sus anfiteatros no tienen tantos ocupantes, y pueden además vanagloriarse de mejor índice de éxito por ofrecer una atención más personalizada. Es un poco como comparar un “Bed & Breakfast” y un hotel cinco estrellas, cuando lo único que uno necesita realmente es una cama limpia y una ducha ¿me siguen? Con este sistema “APB” (Selección Post-Bachillerato), los estudiantes que pueden acceder a una universidad privada en general logran su diploma sin repetir. Y último toque, tampoco comprobado, las universidades católicas se enorgullecen de enseñar valores a sus estudiantes, lo que según ellas no hacen las públicas.

Otro aspecto del sistema me molesta. Las católicas no solo practican mucha selección, sino que “reorientan” copiosamente para garantizar su famoso porcentaje de éxitos en un tiempo mínimo. Es lo que expresa Bruno Cazin, rector de la Catho de Lille, refiriéndose a los estudiantes de medicina: “Para evitar desilusiones, preparamos a nuestros estudiantes a la reorientación desde el primer día. Cuando fracasan en los primeros exámenes, sin esperar, les ofrecemos un semestre de actualización para que puedan estudiar otra cosa. Puede tratarse de carreras paramedicales (kinesiología, infermería, estudios de matrona) o sectores cercanos (psicología o biología)” (https:// www.letudiant.fr/, 28-10-2013). No sé qué efecto les produce a ustedes esta declaración, pero a mí, ¡me dejó incómoda!

¿Deslaicización de la enseñanza en Francia? No creo que el peligro sea tan, tan cercano. Sin embargo, es legítimo preocuparse de la tendencia general que se puede observar en un país que tiene la Carta de la Laicidad expuesta en todos sus establecimientos públicos y privados bajo contrato. En fin, ¡Ferry reconocerá a los suyos!!!

Sylvie R. Moulin

Doctorada en Estudios Hispánicos de Paris IV- Universidad Sorbonne.

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