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Gallardón, otra cruz

Para defender lo indefendible, la presencia del crucifijo en los edificios públicos de un Estado aconfesional, se le ha llegado a despojar de su realidad, con afirmaciones hasta insultantes para él: que no es un símbolo religioso, sino cultural (¡!), o incluso que forma parte del mobiliario, como en una escuela pública de Valladolid.

                        ¿Cabe algo peor aún? Sí: darle un sentido radicalmente distinto al que tiene. Ese símbolo no fue usado durante los primeros siglos de nuestra era, hasta el famoso “Con este signo vencerás”, la cruz con la que soñó Constantino. Triunfó, pues, como símbolo bélico, una especie de amuleto favorable en mil batallas usado por los “cruzados”, en directa oposición al auténtico cristianismo, pues Jesús dijo bien claro: “Mete la espada en la vaina, porque el que a hierro mata, a hierro muere”. En el mundo, la última  gran Cruzada fue proclamada como poco diplomática sinceridad por Bush el Peor, por lo que el frente islamista denomina a los occidentales como los “cruzados”. En España se justificó la Cruz para conquistar por las armas América, Europa y otras tierras; la última “cruzada” fue interna, empezando en 1936, e incluso tras 1978,  hoy aún colea.
                        En efecto, los hechos están ahí: si hay un símbolo que en estos dos milenios se haya caracterizado más que ninguno para dividir, enfrentar, guerrear y matar a los hombres ha sido esa cruz. Pero ahora, el ministro Gallardón, escudándose en las palabras de otro político tan oportunista como él, intenta vendernos la legitimidad de la cruz en los edificios públicos como signo de paz; lo será, sí, pero, como dijo Bernanos, es la paz de los cementerios del franquismo, del que Gallardón tan real como tristemente procede, un triste ejemplo más del catolicismo político, de la imposición por la fuerza de una ideología, lo más contrario al expreso mandato de Jesús.

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