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Gallardón, o la cultura del dolor

El problema del aborto, como tantos otros, es una derivada del problema religioso español, y mientras la izquierda no lance una política valiente que separe el poder religioso del poder civil al estilo francés, toda medida que se adopte será u

La reforma de la ley del aborto llega en un momento en el que la nación tiene incontables problemas más urgentes que resolver, pero es uno de los favores que tiene que pagar el PP a los extremistas con los que hizo frente común para llegar al poder. Mientras tanto, el destino de muchos futuros padres queda en manos de una peligrosa ruleta rusa de malformaciones y disgenesias.

El problema del aborto, como tantos otros, es una derivada del problema religioso español, y mientras la izquierda no lance una política valiente que separe el poder religioso del poder civil al estilo francés, toda medida que se adopte en cuestiones de familia, sexualidad y reproducción estará destinada a ser un parche temporal de duración limitada.

Ha sido la religiosa una cuestión que se ha tratado muy de pasada en las dos ocasiones (1982-1996 y 2004-2011) en que la izquierda ha formado gobierno en España: no se ha querido tocar el tema para evitar enfrentamientos con la gente que la hábil labor de zapa de los hombres del Vaticano ha ido colocando en todas las tendencias de la política de España, incluso en las más progresistas, como se vio en las etapas de formación del sindicato Comisiones Obreras hace décadas.

El fundamentalismo cristiano se considera una religión de hombres "civilizados" frente a la barbarie del totalitarismo islámico, pero los argumentos que manejan ambas creencias, escindidas del mismo tronco abrahámico, son muy similares. A esta vida, afirman, se viene a sufrir, porque solo es un paso previo a otra que nos prometen, pero de la que no debe haber excesivas garantías desde el momento en que muchos de los líderes de ambas confesiones, aun prometiendo ese paraíso de ultratumba, se afanan meticulosamente en conseguir para ellos y sus allegados un particular edén en este mundo del Más Acá, acumulando riquezas y chantajeando a los gobiernos de los países en los que se instalan.

Todavía circulan por algunas librerías españolas manuales del estilo de "El Kempis del enfermo" donde se proclama que el dolor directamente es bueno. El ministro Ruiz-Gallardón, una vez se ha quitado la careta de liberal y de moderno, se ha desvelado como un ayatollah de la cultura del dolor. En los últimos días se han hecho muchas lecturas sobre la regresión que supone la nueva ley: vulneración de derechos de las mujeres, distanciamiento de España con respecto a los países más desarrollados de Europa… pero hay un aspecto que es especialmente peligroso, como el de privar de la posibilidad de abortar en España a las familias que vayan a tener hijos con malformaciones o desórdenes genéticos graves.

De un extremo a otro, como ocurre tantas veces en España. De las doctrinas eugenésicas del Tercer Reich a las doctrinas disgenésicas del nacionalcatolicismo. Raciocinio cero. Las alternativas que impliquen sentido común y debate vuelven a acabar arrinconadas por la bravuconada facilona. Esta derecha critica las cuotas de la izquierda para minorías étnicas o sexuales, pero se dispone a hacernos tragar la cuota disgénica. Volveremos a ver por las calles mesas petitorias para el "día del Subnormal" como ocurría hasta finales de los años 70. Ponga un subnormal en su vida, siente un pobre a su mesa. Vuelven la caridad y la compasión lacrimógenas. Recuerden: a esta vida se viene a sufrir. Estudiadas campañas televisivas intentarán convencernos de la ternura y de los sentimientos que transmiten los "mongolitos". Por cada sonrisa tiene que haber una lágrima, Disney dixit. De cara al público, hablarán de "trisomía XXI", pero en su fuero interno, una vez fuera del plató, seguirán hablando de "mongolitos". Pobrecitos. Seguro que ellos están más cerca de Dios.

Los hombres de Rouco Varela han triunfado con la ayuda de Gallardón el liberal. El moderno. El de "La Otra" cadena de televisión. El de "la otra" derecha. Cada una de estas criaturas no abortada, o las no abortadas que vengan de fallos de medicamentos, como en el asunto de la talidomida, será una vida salvada sobre el papel de sus estadísticas. Pero varias vidas arruinadas para años y años (las de sus padres y cuidadores más cercanos). Desde todo el respeto que se debe tener a las familias que voluntariamente acepten criar uno de estos niños, también se debe exigir un respeto para las que sean conscientes de los horrores que pueden venirles, y decidan no continuar con el embarazo. Pero mucho nos tememos que de los matrimonios que acaben necesitando tratamiento psiquiátrico o que acaben divorciándose a resultas de la cuota disgénica, las televisiones del régimen ya se encargarán de que no se hable.

Siempre igual, con todos los temas. Aborto sí o aborto no, nuclear sí o nuclear no. Centralismo implacable o reinos de taifas. 0 por 100 o 100 por 100. Blanco o negro. O estás con Yahvé o estás con Satán. De un extremo a otro. Escasean los dirigentes que traten los problemas en tonos de grises, como son en la realidad. Salvo honrosas excepciones, están atados a dogmas inquebrantables. No hay dos embarazos iguales, como no hay dos madres iguales ni dos niños malformados iguales. Habrá algunos que puedan integrarse plenamente en la ciudadanía a pesar de sus discapacidades o enfermedades. Habrá otros que serán un infierno viviente para sus progenitores. A problemas distintos, la respuesta de la sociedad y del sistema sanitario debe ser distinta. Meter todo en el mismo saco es un suicidio de la civilización.

Esparta no, nunca. Bajo ningún concepto. Esto que nos quieren hacer tragar ahora, tampoco, bajo ningún concepto.

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