En este artículo nos acercamos a Francisco Vidal i Barraquer, un personaje de la Iglesia Católica catalana de intenso protagonismo en la primera mitad del siglo XX.
Francisco Vidal i Barraquer nació en Cambrils en el año 1868 en el seno de una familia tradicionalista de propietarios rurales. Marchó a Barcelona a estudiar Derecho, donde se licenció y comenzó a ejercer la abogacía aunque por poco tiempo, ya que decidió ingresar en el Seminario de la capital catalana y al Pontificio Tarraconense. Allí se ordenaría sacerdote en 1899. Comenzó su larga e intensa carrera eclesiástica como fiscal sustituto del Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Zaragoza, al año siguiente de ordenarse sacerdote. Nueve años después le vemos como canónigo por oposición en la Catedral de Tarragona, provisor y vicario general, auditor de testamentos y causas pías y juez metropolitano. En 1910 es ya arcipreste, consiliario del Patronato Obrero y vocal de la Comisión Diocesana para el fomento de la Acción Católica Social. Al año siguiente es nombrado vicario capitular. En 1913 es nombrado obispo titular de Pentaconia, así como administrador apostólico de Solsona.
Vidal i Barraquer se preocupó mucho por la mejora de la formación intelectual del clero. En relación con esta preocupación educativa y cultural estaría su labor en la creación de la Biblioteca Histórica Diocesana y del Archivo y Museo Diocesanos. Estas fundaciones le valieron ser nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Benedicto IV le nombró cardenal el 7 de marzo de 1921.
Vidal i Barraquer se destacó por su negativa a intervenir en cuestiones políticas. Al llegar la Dictadura de Primo de Rivera no mostró actitud alguna contraria al cambio político pero no dejó de demostrar cierta simpatía hacia la cultura y autonomía catalanas. Esta postura le valió el ataque el dictador y una evidente simpatía en amplios círculos catalanistas moderados.
Durante la II República y tras el extrañamiento del cardenal Segura fue el principal representante de la postura más tolerante de la Iglesia española con el nuevo sistema político, sin dejar de ser muy crítico con el mismo. Lo que sí defendió siempre fue la legalidad republicana y no quiso, en sus críticas, cargar las tintas ni presentar una actitud beligerante, siguiendo la misma actitud que en el pasado y que seguirá en el futuro. Vidal i Barraquer mantuvo en esta época una intensa comunicación con Roma, los fieles y los partidos catalanistas conservadores. Con el presidente Macià logró una relación cordial y estable.
Al estallar la guerra civil tuvo que refugiarse en Poblet y se le sometió a vigilancia, terminando por poder pasar a Italia. Aunque antes estuvo muy cerca de perder la vida al ser detenido por miembros de la FAI. El general Escobar actuó con energía para salvarlo. Las gestiones de Ventura Gassol desde la Generalitat permitieron que pudiera marcharse fuera.
Vidal i Barraquer se negó a firmar la Carta Pastoral colectiva del episcopado español de septiembre de 1937, en la que la jerarquía se ponía del lado de los sublevados y consideraba la guerra como una cruzada. Vidal i Barraquer fue fuertemente presionado por el cardenal Gomá para que firmase el documento, pero nuestro protagonista deseaba seguir manteniendo su postura tradicional de no tomar partido y de defender posiciones no beligerantes. Intentó regresar a Cataluña pero el gobierno franquista lo impidió. Sus últimos años de vida los pasó en Suiza, gracias al apoyo económico de catalanismo conservador. Falleció en Friburgo el 13 de septiembre de 1943. Sus restos mortales serían enterrados en la catedral de Tarragona en 1978.