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Felipe VI: ofrenda a Santiago, ofensa a la democracia

El 25 de julio de 2014 el flamante rey de España, Felipe VI, ha realizado la tradicional ofrenda real al apóstol Santiago en el curso de una misa oficiada en la catedral de Santiago de Compostela por una docena de obispos y decenas de sacerdotes, y ha culminado el acto subiendo al altar para “abrazar al apóstol” (a una representación de este, se entiende).

Para valorar este hecho debemos tener en cuenta, en primer lugar, el carácter simbólico que tiene la figura del rey de España; la misma Constitución dice “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia,…” (Art. 56.1).

Así pues, lo que ha realizado el rey en Santiago hay que entenderlo como una acción y una declaración del mayor valor institucional, más aún cuando ha tenido lugar en una fecha de especial significación, la del día del patrón de España. Por ello, quiero analizarlo en este sentido institucional, respecto al alcance que tiene dentro de una democracia, y, dado que ha realizado una declaración y unos actos públicos, en su sentido más literal, haciendo unas consideraciones de cariz racional.

1. La ofrenda del rey al apóstol, desde el punto de vista de su significado en un Estado democrático.

            La ofrenda de Felipe VI es netamente confesional: el rey “de todos los españoles” (según se nos reitera) no sólo asiste, sino que participa y se involucra (por ej., se persigna), en una ceremonia religiosa (“misa”) de la Iglesia católica, y hace un discurso que sólo puede tener algún sentido para los creyentes o simpatizantes de esa confesión. Por tanto, no es un discurso que podamos asumir todos los españoles (de hecho, como veremos después, algunos —creo que bastantes— lo repudiamos de lleno).

            La Constitución dice que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” (Art. 16.3), por lo que la más alta instancia del Estado la conculca de manera flagrante. Evidentemente, esto es, o debería ser, inadmisible. De hecho, suficiente —en mi opinión— para provocar su cese en tan alta responsabilidad. Sobre todo porque, en tan corto tiempo de reinado, Felipe VI ya es reincidente en este tipo de actitudes anticonstitucionales y, de hecho, antidemocráticas: ya hemos tenido desgraciada ocasión de verlo humillarse (humillarnos) ante cardenales y ante el Papa, mediante una indigna actitud de sumisión y vasallaje. Insisto en que lo vergonzoso y deplorable es que lo haya hecho como rey, pues lo que haga a título privado este individuo ni me incumbe ni me interesa lo más mínimo.

            El día que juró el cargo (ojo, que no lo prometió) eliminó acertadamente el crucifijo, la biblia, y la misa. Ahora apreciamos que sólo fue un gesto engañoso, pues la tradicional y muy perversa alianza entre el trono y el altar vemos que sigue muy vigente, como no se cansa de recordarnos Gonzalo Puente Ojea. Quiero decir “muy perversa” para el pueblo, claro, pues para los intereses espurios de los aliados es magnífica.

2. La ofrenda del rey al apóstol, desde el punto de vista racional.

            Vaya por delante que, si la ofrenda de Felipe de Borbón, su participación en el ritual católico, su abrazo a la estatua,… la hubiera hecho con carácter privado, no haría aquí estas consideraciones, pero al tratarse de un acto público del Jefe del Estado me siento perfectamente legitimado y comprometido. (Es decir, vaya también claro mi respeto a los creyentes y sus derechos, aunque no respete sus creencias —como otros no tienen porqué respetar mis convicciones— cuando me parezcan antirracionales o perniciosas).

            Dicho brevemente, las palabras del rey en la invocación al apóstol me parecen muy necias, un insulto a la inteligencia. ¿Cómo puede alguien en su sano juicio, y mínimamente informado, decir tantas sandeces en tan pocas palabras?, ¿no sabe que el apóstol murió hace un par de milenios, y que difícilmente puede escucharlo?, ¿cómo le pide, si lo sabe, que proteja a los españoles? Y aunque el apóstol estuviera vivo, ¿acaso tendría superpoderes?

            Aun si el rey fuera tan irracional como para creerlo, ¿no se ha enterado de la catástrofe que ocurrió hace justo un año?, ¿dónde estaba el apóstol protector? En mi opinión, se necesita no sólo pronunciarse de forma necia, sino como alguien con poca prudencia, para hablar, en nombre de todos los españoles, del “apóstol protector” en el aniversario del terrible suceso que truncó tantas vidas sin que mediara maldita protección alguna, y hacerlo ante los familiares y allegados de las víctimas mortales. Una farsa macabra.

            Por lo demás, aunque nos tenga acostumbrados a asistir a misas, a algunos no deja de estremecernos que el Jefe del Estado participe como tal en rituales de carácter antropofágico y mágico. Con estas actitudes el Jefe del Estado, siento decirlo, me avergüenza.

Si no estoy mal informado, el nuevo rey sigue, como el anterior, sin ser responsable de sus actos institucionales. Valga esta estupefaciente constatación para extender mis críticas a todos los responsables.

En definitiva, ante las más que tristes, inaceptables credenciales que está presentando Su Majestad Católica el nuevo rey (eso sí, en consonancia, ay, con las del antiguo, el heredero político de Franco y todo un símbolo no sólo de arrogante confesionalismo, sino de degradación institucional), carente además —en mi opinión— de legitimidad democrática, y considerando, por último, que la monarquía es intrínsecamente desigualitaria y antidemocrática, no me cabe más que decir, precisamente en defensa de la democracia y sus valores: ¡abajo la monarquía!, y ¡viva una república democrática (igualitaria, libre, culta y laica)!

Felipe VI ofrenda Santiago 2014

Llegada de los reyes a la catedral para realizar la ofrenda (Foto Xoan Soler en La Voz de Galicia)

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