HA estallado una nueva guerra de religión, a las que tan aficionado es este país: se pasó siete siglos luchando contra los mahometanos en la península, después combatió a los reformadores de la Iglesia en el centro de Europa, más tarde intervino en Italia para defender el reino regido por el obispo de Roma, y por fin la sublevación de los militares fascistas en 1936 fue calificada como una cruzada religiosa, bendecida por los obispos trabucaires que se retrataban junto a los exgenerales rebeldes brazo en alto.
Otra vez ha estallado una guerra de religión, ahora en la Universidad Complutense de Madrid, con motivo del aviso de traslado de una capilla catolicorromana instalada, no es posible entender por qué, en la Facultad de Geografía e Historia. Los medios de comunicación ultaconservadores, es decir, todos los del reino, se refieren a “la capilla de la Universidad Complutense”, como si fuese la única existente, pero lo cierto es que están abiertas siete, todas ellas pertenecientes a la secta catolicorromana, sin que se permita manifestación pública de culto a ninguna otra confesión.
Y el decano de la Facultad de Geografía e Historia no pretende cerrar la abierta en ella, sino trasladarla de lugar para ampliar las aulas docentes. Ha ofrecido al Arzobispado de Madrid, propietario de las capillas instaladas en el campus complutense, cinco lugares distintos para realizar el traslado, pero el archifanático cardenal Rouco no tolera discusiones.
Se supone que cuantos se matriculan en una Universidad lo hacen para estudiar una carrera, y no para seguir los cultos de una confesión religiosa. Pues no es eso lo que ocurre en la Complutense de Madrid, y así se produce el deterioro académico que padece, a la altura del económico.
Universidad confesional
A buena parte de los alumnos les resulta extravagante la existencia de capillas catolicorromanas en el campus, y protestan contra esa anomalía. Son inolvidables los comentarios de los medios de comunicación ultraintegristas, es decir, todos los del reino, al informar sobre lo sucedido el 10 de marzo de 2011 en la capilla catolicorromana sorprendentemente abierta en la Facultad de Psicología, en el campus de Somosaguas: unas setenta alumnas se desnudaron de la cintura para arriba, manifestando así su oposición a la doctrina eclesiástica en relación con la mujer. Les dedicaron todos los insultos habidos en el idioma castellano y exigieron represalias contra ellas.
Unos pocos alumnos se manifiestan ahora ante la puerta de la capilla cerrada, para reclamar que se vuelva a abrir al culto. Según informa el diario ultramonárquico madrileño Abc, un grupo de alumnos rezó el rosario la tarde el 17 de julio, y lanzó gritos de “¡Viva Cristo Rey!”: durante la dictadura unos nazis autodenominados Guerrilleros de Cristo Rey se dedicaron a golpear a personas de ideología izquierdista. Sus sucesores celebran el aniversario de la sublevación militar en 1936 propalando consignas religiosas.
En su edición del día 18 el mismo periódico informa sobre la vigilia celebrada esa noche ante la capilla; en la fotografía que ilustra el reportaje se ve a tres chicos y una chica, muy distanciados, lo que confirma su capacidad de convocatoria. En unas declaraciones afirman estar preparados para repeler cualquier agresión: son ellos los agresores, los intransigentes, los decididos a imponer sus creencias por la fuerza, los enemigos de la libertad.
Los que estuvimos matriculados en universidades españolas durante la dictadura, debíamos aprobar tres asignaturas, conocidas entre nosotros como las tres marías, para pasar al curso siguiente: religión, política y gimnasia. La religión y la política eran las oficiales de la dictadura, como es lógico. El régimen monárquico instaurado por el dictadorísimo continúa en su línea educativa. El artículo 16 de la Constitución de 1978, que instituye la libertad religiosa y declara que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, no se aplica en la práctica. El rey tiene el título romano de católico.
Una confesión antiuniversitaria
El motivo, ya que no la razón, de que existan siete capillas de la secta catolicorromana en la Complutense se debe al acuerdo firmado en 1993 por el entonces rector, Gustavo Villapalos, y el arzobispo entonces de Madrid, Ángel Suquía, dos pájaros de cuenta. A Villapalos le absolvió el Tribunal Supremo en 2003 de la comisión de dos presuntos delitos de malversación de fondos públicos y prevaricación, por haber pagado treinta millones de pesetas a un catedrático de la misma Universidad; fue absuelto, pero los millones se los había dado. En cuanto a Suquía, fue designado consejero de Estado de la dictadura fascista en 1973, como fiel servidor que era de los rebeldes, desde que luchó junto a sus órdenes durante la guerra; a su término se trasladó a la Alemania nazi para estudiar teología, y de paso política.
Una Universidad debe ser un centro en el que no quepan los fanatismos políticos o religiosos. La secta catolicorromana rechaza ser equiparada a ninguna otra confesión, alegando que es la única verdadera. Por eso ha actuado históricamente con celo fanático contra sus oponentes, a los que sentenciaba a muerte. El criminal tribunal del Santo Oficio fue creado en 1478 por el papa Sixto IV, y con el nombre de Inquisición perduró hasta 1965, cuando Pablo VI lo cambió por el de Congregación para la Doctrina de la Fe, con capacidad para excomulgar, ya que no enviar a la hoguera.
La Iglesia catolicorromana se ha opuesto siempre al progreso, porque le conviene mantener a los crédulos en la ignorancia. En 1515 el papa León X impuso la censura previa del obispo de la localidad sobre los libros que se quiera imprimir. En 1546 la Universidad de Lovaina estableció una relación de libros prohibidos, adoptada en España en 1551 con un apéndice sobre publicaciones españolas, con penas que llegaban hasta la muerte para quienes imprimieran, vendieran o leyeran esos libros. El 24 de marzo de 1564 el papa Pío IV promulgó el Index librorum prohibitorum para toda la catolicidad. En él entraron todas las obras científicas que enseñaban teorías opuestas a las erróneas doctrinas eclesiásticas. Se fue ampliando en sucesivas reediciones, hasta su desaparición por orden del papa Pablo VI del 14 de junio de 1966. Son 450 años de censura eclesiástica.
La Iglesiaromanaes un error histórico
El papa Juan Pablo II reconoció en 1992 que los cardenales fanáticos e incultos se equivocaron al condenar a Galileo en 1616, por defender la tesis de que la Tierra no está fija, sino que gira alrededor del Sol. Hasta 1992, pues, la doctrina catolicorromana aseguraba que nuestro minúsculo planeta es el centro del Universo y está fijo en medio de él. Por ese motivo la ciencia no avanzó en los países sometidos a la dictadura romana, como Italia y España, dos ejemplos de atraso cultual y de miseria especulativa.
Los seguidores de esta secta no deben tener cabida en una Universidad, ni siquiera como alumnos, porque se oponen al avance de la ciencia con sus creencias equivocadas. Mucho menos se puede tolerar la existencia de capillas en las que se adoctrina en el odio al disidente intelectual. Que sigan sus rituales en sus templos, puesto que aceptamos la libertad religiosa rechazada por ellos. Contra fanatismo religioso, enseñanza en libertad.
Pero los dos partidos dinásticos que se están alternando hasta ahorra en el Poder, tienen miedo de oponerse a la Iglesia catolicorromana. Por ello el nazionalcatolicismo sigue imperando en la monarquía del 18 de julio instaurada por el dictadorísimo, tan fiel servidor de su doctrina que el papa Pío XII le concedió en 1953 la Suprema Orden de Cristo, por la imperiosa contribución demostrada en la defensa de su doctrina, después de causar un millón de muertos. El sucesor del sucesor designado por él a título de rey, Felipe, ha empezado a hacer méritos para que se la impongan también a él. Si le damos tiempo.
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