En este ensayo, se analiza la solapada legitimación del pensamiento mágico en las escuelas públicas, que atenta contra la laicidad de la educación pública. “Se asume como natural la relación sin fronteras claras entre lo público y lo privado por eso docentes, directivos, padres y autoridades políticas no se inmutan ante el atropello a la modernidad que esto significa”.
La compleja trama de relaciones que constituyen aquello que cotidianamente llamamos realidad es un tejido de elementos heterogéneos, inseparablemente asociados entre sí, es decir, anudando la multiplicidad de acontecimientos, acciones, determinaciones y azares. En la esfera de lo cotidiano pasan cosas y muchas veces aunque dejan marcas indelebles entre sus actores, pasan desapercibidas para el grueso de los congéneres.
En los medios de comunicación, una ensalada de titulares rimbombantes que oscurecen más de lo que aclaran tornan difusa la magnitud de un tema alarmante, en Entre Ríos otro cura es denunciado por presunto abuso sexual y alegremente (impunemente) otro más de su confesión, realiza un “exorcismo” – el que se define como un conjuro contra espíritus malignos– en medio del patio de una escuela pública en la vecina ciudad de Crespo. Luego, en los medios de mayor alcance los sacerdotes cierran filas y minimizan lo sucedido y los más audaces arremeten con fuerza explicando el alcance liberador de una práctica ancestral realizada (aparentemente) con más proximidad de lo que suponemos. Inaudito.
Por un lado a estas alturas de la historia hablar de posesiones y exorcismos es cuando menos descabellado e irracional, un resabio medieval en el más rancio sentido de la expresión y por otro; el 8 de julio de 1884 se promulgaba en el país la “Ley de Educación Común” que en su artículo octavo expresa claramente: “La enseñanza religiosa sólo podrá ser dada en las escuelas públicas por los ministros autorizados de los diferentes cultos, a los niños de su respectiva comunión y antes o después de las horas de clases”, es decir, que a pesar de que nuestras sociedades son esencialmente cristianas, se sientan desde los inicios de la educación pública las bases para una secularización tendiente al desarrollo de la razón como rectora de los actos de los hombres. Sin embargo este es un tema controversial, un verdadero tabú político pues las injerencias de la Iglesia Católica y sus vínculos privilegiados con los espacios de decisión son vastas, no solo explícitamente en tanto relaciones de poder, sino en las distintas culturas institucionales, en el corazón de los pueblos, en el quehacer diario.
Tal es el poder clerical que se asume como natural la relación sin fronteras claras entre lo público y lo privado por eso docentes, directivos, padres y autoridades políticas no se inmutan ante el atropello a la modernidad que esto significa, un cachetazo a la Ilustración y hasta defienden la liberación que el cura realizara en medio del patio, a la vista de todos, cual cruzados en tierra santa.
Según la Real Academia Española (RAE) laico es una voz latina que se define como “independiente de cualquier organización o confesión religiosa” y éste es uno de los pilares fundamentales de la educación Argentina, además de su gratuidad y obligatoriedad. La laicidad es un concepto complejo cuyas tres dimensiones son la jurídica, la política y la cultural; entendemos que en nuestro país ninguna de las tres dimensiones goza de muy buena salud. Estamos frente a un nudo que al tensarse se vuelve más y más difícil de desatar ¿cuál es el rol que juegan los docentes, los intelectuales, las autoridades, los medios de comunicación en este entramado? si apenas han sido tímidas voces las que se alzaron.
Para finalizar citaremos el artículo tercero de la Ley provincial de Educación que dice categóricamente (y no fue oído por estos docentes y directivos): “El Estado Provincial tiene la responsabilidad principal, imprescriptible, intransferible e indelegable, de garantizar una educación de carácter pública, estatal, gratuita y laica en todos sus niveles y establecer la política educativa y los fines y objetivos de la educación en el marco de la Ley de Educación Nacional N° 26206”.
Es necesario reaccionar con vehemencia pues del silencio y la confusión nada bueno sale, la educación es un proceso histórico y social, el que debe ser entendido como una herramienta para la emancipación de los hombres, hombres que construyan la historia, que interpelen a los poderes y que juzguen por si mismos defendiendo las libertades fundamentales. Sin más, hombres autónomos que den valor sustantivo a sus propias palabras con absoluta libertad de consciencia para cuestionar los modos ingenuos y naturalizados de ver la realidad.
*Valentín Ibarra, estudiante de Filosofía de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader).