«Considero peligroso discutir en exceso sobre la identidad, que sólo es verdadera cuando resulta espontáneamente visible»
Claudio Magris volvió ayer a Oviedo, quince meses después de su estancia en la ciudad para recoger el premio «Príncipe de Asturias» de las Letras 2004. Magris mantiene su combatividad contra los nacionalismos encrespados y las identidades construidas sobre materiales confusos, sobre los que habla salpicando cada respuesta con historias a la medida y citas que fluyen con naturalidad. Europeísta convencido, se duele el mal momento de ese proyecto político, pero muestra su convicción en que saldrá adelante porque no hay alternativa. Hoy se sentará junto al alemán Günter Grass, que obtuvo el mismo galardón en 1999, para hablar sobre los medios de comunicación. Es un habitual de los periódicos, pero, como lector, lamenta lo que denomina «el eclipse de la noticia».
¿Cómo encuentra Oviedo la primera vez que regresa tras recoger su premio hace ya más de un año?
Estoy muy contento. En su día me causó una impresión profunda el tono, la atmósfera, la solemnidad de aquellos días. Ahora tengo otra sensación, pero no menos profunda.
Estamos inmersos en un debate en torno a términos como nación, ¿qué opina de este tipo de controversia alguien que como usted ha reflexionado tanto sobre la identidad?
Es peligroso discutir en exceso sobre la identidad, porque la identidad es verdadera cuando resulta espontáneamente visible. Soy italiano, pero no llevo un distintivo que diga que soy italiano; no enfatizo esa condición de continuo. El momento en que la identidad deriva en algo ideológico se convierte en un verdadero peligro. Dante canta su amor al paisaje más cercano, pero también dice que nuestra patria es el mundo como peripecia humana. Tenemos además identidades sobrepuestas que no se cancelan unas a otras. El micronacionalismo, ese regreso sobre el muro étnico, es una desastre y un fenómeno preocupante por lo extendido, del que casi ningún país se libra.
¿Podemos decir que lo nacional se contrapone a lo racional, en el sentido de que muchas de esas identidades se construyen sobre mitos?
El nacionalismo no necesita mitos fundantes porque es una forma de ser. Recuerdo el caso de un checo que como patriota no dudó en defender a su país, pero como historiador mostró la falsedad de algunos de los mitos en los que se fundamentaba la nación. El mito es sólo grande cuando lo vivimos poéticamente. Aceptarlo de forma literal es caer en la idolatría.
Usted ha llegado a afirmar que el gran enemigo de la laicidad es el nacionalismo. ¿Qué quiere decir?
La laicidad es el modo de distinguir lo que puede ser demostrado de lo que sólo puede ser mostrado. No es lo opuesto a la religión, es un modo de pensar, una sintaxis del pensamiento. Uno de los grandes defensores del Estado laico en Italia fue un jurista de comunión diaria que defendía absolutamente la separación entre la Iglesia y el Estado, y era enemigo de la escuela privada financiada por el Estado. La nación cuando se convierte en una forma de idolatría es lo opuesto a la laicidad, que implica capacidad crítica, capacidad de sobreponernos a lo que son convicciones estrictamente personales. La nación no es laica cuando se vive como una condición de superioridad, cuando olvidamos que no se trata de un absoluto. El ejemplo es aquel poeta polaco que aseguraba estar siempre dispuesto a atender la llamada de la patria en los momentos difíciles, pero, una vez pasado el peligro, la nación deja de ser nuestro primer valor. La humanidad es superior a cualquier identidad nacional.
Europa se encuentra en sus momentos más bajos tras el fracaso de la Constitución. ¿Cómo lo lleva alguien como usted, con fuertes convicciones europeístas?
Para mí, el texto de la Constitución no era la cuestión primordial, sino que se trataba de decir que «sí» al avance europeo. España se mostró como uno de los grandes puntales de ese proyecto político. Se trataba de calibrar nuestra lealtad europea, el reconocimiento de que somos una unidad orgánica, que nuestros problemas no son sólo nacionales. Pero Europa irá adelante porque es nuestra vía de salvación política. Aunque hay que renunciar al principio de unanimidad para aprobar la Constitución, con la unanimidad no se hace nada y se bloquea todo.
Hoy dialogará con Günter Grass sobre los medios de comunicación. La suya es una firma habitual en los periódicos. ¿Cuál es, a su juicio, la salud del medio?
En octubre hará 38 años que empecé a escribir en los periódicos. Podemos decir que la situación de la prensa es diversa, pero yo creo que en general está bastante amenazada. Y no sólo por la competencia de otros medios, sino por el eclipse de la noticia y su sustitución por el comentario del comentario al comentario. Eso es el fin de la información, esa confusión entre la noticia y la no noticia. También me preocupa el que, cuando podemos disponer de la información en tiempo real, haya situaciones o conflictos sobre los que no sabemos nada, como es el caso de Afganistán, sobre el que estamos casi como en los tiempos de Kipling.
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