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Enseñanza, no religión

En Japón, a los jóvenes, no se les puede hablar de religión en los centros educativos hasta que cumplen los 15 años. Se considera que, para ese entonces, ya no son manipulables y están dotados de capacidad suficiente como para someter a crítica las verdades que se intente transmitirles.

Eso, en Japón, en donde el budismo no niega la profesión compartida de cualquier otra creencia y el sintoísmo es una especie de religión nacional que los cohesiona a todos. En Francia están prohibidos en las aulas cualesquiera símbolos religiosos. Hablamos de la patria de las libertades, de la tierra de asilo por excelencia, la que ha servido desde el siglo XIX para que los demás países democráticos hayan querido emularla. En EEUU, hablar de Dios en las aulas no es algo que esté expresamente autorizado; antes bien, procuran que sean los himnos patrióticos, la bandera y otras liturgias los que sinteticen los esfuerzos que les han traído a ser la primera potencia mundial y articulen los primeros credos que se sedimenten en los ánimos del alumnado.

¿Y en España? Aquí parece ser que aún andamos subvencionando con dinero público la enseñanza segregada. Los niños por aquí, las niñas por allá, no vaya a ser que juntemos la pólvora y la llama. Vaya por Dios. Efectivamente, pero ¿por qué Dios? ¿Por uno que, aunque sea el de la mayoría, nunca podrá ser el de todos? Por eso el Estado es laico, debe de ser laico y, la enseñanza que se imparta en sus aulas, o en las que él sufrague, deberá ser ajena a la enseñanza religiosa. A cualquier enseñanza religiosa. Sólo así será de todos.

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