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En peligro la cohesión de Israel

Israel, eje del más dilatado, complejo y peligroso conflicto político de la actualidad, uno de los tres grandes contenciosos que han sobrevivido a la Guerra Fría, es también la sociedad más compleja, el país más dependiente del apoyo externo y el lugar donde la fe desempeña un papel más relevante. Sin importar las bombas atómicas y los soldados que posea, Israel es rehén de delicados equilibrios internos cuya ruptura no puede permitirse.

Más allá de las analogías que el debut de los llamados “indignados” en Israel establecen respecto a los demás países del Medio Oriente, sacudidos por oleadas de protestas populares; se trata del aviso de lo que puede constituir un cambio cualitativo en el comportamiento de la sociedad israelí, uno de los dos estados teocráticos del mundo y el único de la región que no es árabe, persa ni musulmán.
 
Israel que no es una nación, tampoco un Estado formado como resultado de la evolución histórica, sino un conglomerado humano multiétnico, racial, culturalmente y lingüísticamente diverso cuya unidad no es resultado de vínculos económicos y culturales históricamente forjados, sino de la identidad emanada de una fe compartida. Tales peculiaridades lo obligan a preservar la cohesión social de lo cual dependen, no sólo el orden y la estabilidad, sino su existencia.
 
A diferencia de los demás estados/naciones de la tierra, Israel no se formó históricamente en el territorio donde radica y su población, excepto lo preceptuado por una remota leyenda bíblica, está formada en un cincuenta por ciento por emigrantes que carecen de vínculos históricos reales y de antepasados comunes.
 
Ningún análisis de calado estratégico puede pasar por alto que aunque se trate de una democracia liberal de corte occidental, Israel es un Estado de matriz confesional. La fe judía como todas las grandes doctrinas religiosas, aunque convive con ellas, no crea distinciones de clase ni acredita privilegios de cuna y fortuna. Una de las claves para la supervivencia del Estado judío ha sido cierta coherencia entre los preceptos de la fe y las políticas sociales.
 
No obstante, como en todas las sociedades avanzadas, en Israel es fuerte la tendencia a la secularización que no omite la religiosidad aunque la reserva a ejercicios propios de la espiritualidad. Dar de comer a los hijos y proporcionar techo a la familia, no es un asunto de la fe, sino una conquista económica. En Israel donde también existen la codicia y la pobreza, los más desfavorecidos o los perjudicados por las políticas gubernamentales, acuden a las protestas que suelen comenzar por reivindicaciones elementales y desplazarse a terrenos más complejos, especialmente políticos, cosa que es allí más delicado que en cualquier otro lugar.
 
Tampoco puede omitirse el hecho de que Israel es parte de la economía mundial y que a pesar de los fuertes subsidios sobre todo de Estados Unidos que, por medio de asistencia, préstamos y otras operaciones económicas asume los enormes gastos militares del Estado judío, a su interior se manifiestan también las tensiones derivadas de la crisis que, de un modo u otro afecta a todos los países.
 
A todas estas, el descontento y las protestas llegan en un momento de fuertes tensiones asociadas a la inminencia de la proclamación del Estado Palestino que puede incluso ser admitido en la ONU. Con semejante status, Palestina pudiera desplegar una actividad internacional, incluso concertar acuerdos que estrechen el margen de maniobras del sionismo. El gobierno israelí no parece tener otras alternativas que ceder al debate en torno a las fronteras palestinas.
 
En semejante coyuntura las elites políticas y el gobierno israelí no pueden permitirse el disenso interno que expresan las manifestaciones. La mala noticia es que los protestantes también lo saben y no dejaran de aprovechar semejante ventaja.
 
Desde hace 60 años se escucha hablar de los indignados con Israel; la novedad radica en que hay ahora “indignados” en Israel que no sólo se manifiestan sino que también emigran y restan el apoyo que el gobierno necesita para aplicar sus políticas.

Hasta ahora, las élites políticas sionistas se habían comportado de modo impopular y agresivo respecto a los palestinos; en lo adelante es altamente probable que lo hagan también con sus propios ciudadanos. Habituado a reprimir a otros, Israel puede hacerlo ahora contra sus propios ciudadanos. El dilema no es sencillo. Alguna vez tenía que tocarles. Allá nos vemos.

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