Así habló el papanazi Ratzinger a los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud: “Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras pretensiones”.
Con estas palabras ha condenado a todos sus predecores en el papado, porque todos cometieron ese pecado. Los papas se consideran vicarios de Dios en la Tierra, y manifiestan poseer autoridad absoluta para decidir por sí mismos, ya que son infalibles, según acordó el Concilio Vaticano I en 1870, poco antes de que los revolucionarios italianos ocupasen Roma para poner fin a los Estados Pontificios, en los que el papa rey actuaba como un monarca absoluto.
Pero su poder denominado espiritual se extendía más allá de los territorios bajo su mando temporal directo, y abarcaba a todo el mundo. Ellos decidieron que la religión suya era la única verdadera, y en consecuencia tenían licencia para matar a quienes no la aceptasen, en nombre de su Dios implacable y sanguinario.
Acuñaron la frase “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, para obligar a todos los seres humanos a integrarse en ella. Los discrepantes eran asesinados en nombre de su Dios. Los misioneros pretendían implantar sus creencias por donde pasaban, y quienes no las aceptaban eran asesinados en nombre de su Dios. Así se hizo la evangelización en los territorios colonizados por europeos papistas.
El sagrado terrorismo
Para imponer el terror creó el IV Concilio Lateranense el Tribunal de la Santa Inquisición, en noviembre de 1215, facultado para decretar la muerte de cuantos practicasen otra creencia, o discrepasen de los dogmas romanos, o leyesen la Biblia en idioma distinto del latín, o difundieran teorías científicas nuevas, o practicasen el judaísmo o el islamismo, o la homosexualidad, o interpretasen la Biblia en forma distinta a la oficial, o se les considerase brujos. Los relapsos eran quemados vivos en nombre del Dios vengativo de los que deseaban “decidir lo que es verdad o no”, etcétera. Millones de seres inocentes sufrieron el rigor de los papas y sus secuaces.
El 15 de mayo de 1252 el papa Inocencio IV ordenó a los inquisidores emplear la tortura para conseguir confesiones de los acusados. Los inquisidores aceptaban las denuncias anónimas, y detenían a los acusados para someterlos a torturas inhumanas. Los inquisidores no necesitaban probar la acusación, sino que el reo debía probar que eras falsa. Por ejemplo, debía probar que no había participado en una reunión con Satanás, si quería evitar la hoguera.
Se implantaron los llamados juicios de Dios: los acusados eran llevados a la hoguera, y si las llamas no los quemaban se entendía que eran inocentes. El mismo procedimiento se utilizó con los libros considerados heréticos: el inquisidor los arrojaba a una hoguera, y si alguno era ortodoxo se elevaba en el aire sin ser quemado, según ellos decían. Todo se ejecutaba en defensa de la religión catolicorromana, porque los papas habían decretado que es la única verdadera: no se creían dioses, según la expresión del papanazi, pero sí vicarios de Dios, capacitados para “decidir lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o podía ser sacrificado en aras de sus preferencias”. El Concilio de Trento, inaugurado en 1545, acordó una larga lista de anatemas, para que quienes cayeran en ellos fuesen condenados a la hoguera.
Hasta entrado el siglo XIX continuó ejerciendo el terror la Inquisición en los países catolicorromanos. Desde entonces los anatemas papistas se limitan a condenar a los considerados réprobos a padecer las penas del infierno después de su muerte natural, ya no violenta. Sin embargo, lo mismo que antes los papas pretenden obligar a todo el mundo a acatar sus dogmas, con idéntica explicación de que ellos son infalibles vicarios de Dios elegidos por el Espíritu Santo para “decidir lo que es verdad o no”, etcétera.
La católica España forzosa
Los reyes españoles de la Casa de Austria, sobre todo Carlos I y Felipe II, utilizaron la Inquisición para mantener a sus estados unidos con una sola religión, por lo que potenciaron los autos de fe en las plazas públicas. El actual rey católico nuestro señor debía llevar a Ratzinger a la Plaza Mayor de Madrid, para que vea en dónde se quemó durante siglos a pobres españoles sentenciados por la Inquisición en nombre del considerado único Dios verdadero y de la única religión verdadera.
La mayor parte de las naciones en la actualidad aceptan la libertad de creencias para sus súbditos, sin imponer una confesión al Estado. Así lo consagra el artículo 16 punto 3 de la Constitución monárquica española, pero no se aplica, porque el rey designado sucesor por el dictadorísimo ostenta el título de rey católico, según disposición del execrable papa español Alejandro VI para Isabel y Fernando y sus sucesores, mediante bula firmada el 19 de diciembre de 1496.
Por ese motivo la Policía del rey protege a los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud, y apalea y detiene a los que nos manifestamos contra la utilización de nuestros impuestos para pagarla. La represión violenta se ha producido los días 17 y 18, y también se impidió el desfile gay que pretendía ofrecer una besada al papanazi jefe de los pederastas eclesiásticos, pero contrario a la homosexualidad de los laicos. Las cifras de heridos y detenidos son falsas: he visto en la Puerta del Sol a muchos manifestantes con heridas sangrantes en la cara, producidas por los cascos de botellas rotas, armas favoritas de los jornaleros para combatir a los impíos en su nueva cruzada en pro de la defensa de su fe verdadera. El papanazi da la comunión a los jornaleros, pero las hostias las recibimos los que no comulgamos con sus creencias.
Madrid es una ciudad sitiada por la Policía del rey católico nuestro señor. Las calles están cortadas al tráfico para que las utilicen los jornaleros. También se puede ver al papanazi en su papamóvil, lo que constituye el espectáculo más ridículo imaginable. El Gobierno del partido Pseudo Socialista Obrero Español ha entregado Madrid a las hordas papistas. El presidente Rodríguez acepta su papel de títere manejado por el papa. Y al no existir un partido potente de izquierdas, sino centenares de grupúsculos, no es posible que una voz respaldada por todos se haga escuchar contra esta sumisión nacional al presunto vicario de Dios.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO