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¿El retorno de la religión?

Es un contraste trillado: Estados Unidos es religioso, Europa es secular. Sin embargo, en algunos aspectos, esta oposición estereotipada en realidad se ha revertido recientemente: la religión prácticamente no incidió en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, mientras que en diferentes países europeos estallaron controversias sobre la religión, lo que sugiere que las cuestiones vinculadas a la fe han regresado al centro de la política europea.

Tomemos el caso del presidente francés Nicolas Sarkozy. En varias ocasiones, sostuvo que su país necesita repensar su tradicional separación estricta del estado y la religión, llamada laicidad. En particular, según Sarkozy, confeso “católico cultural” y doblemente divorciado, Francia debería desarrollar un “secularismo positivo”. A diferencia de la laicidad negativa, que según el presidente francés “excluye y denuncia”, la laicidad positiva invita al “diálogo” y reconoce los beneficios sociales de la religión.

En un discurso muy criticado en Roma a fines de 2007, Sarkozy admitió las raíces cristianas de Francia, “la hija mayor de la Iglesia”; también elogió al Islam durante una visita a Arabia Saudita. Ahora quiere que el estado subsidie a organizaciones basadas en la fe -una propuesta política que fastidia a sus muchos críticos seculares.

Este nuevo llamamiento a la religión -después de un largo período en que se dio por sentado que la secularización haría que la religión fuera cada vez menos relevante desde un punto de vista político- no es un fenómeno exclusivamente francés. El Partido Popular de España intentó con esfuerzo movilizar a los católicos durante la campaña electoral en mazo de 2008. La iglesia respaldó al PP contra un primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, cuya defensa del matrimonio entre homosexuales, leyes de divorcio más relajadas y la eliminación de las clases de religión compulsivas de los programas de estudio nacionales fastidiaba a muchos conservadores religiosos. Zapatero finalmente sintió que era necesario decirle a un enviado del Vaticano que los obispos españoles deberían dejar de inmiscuirse en las elecciones (que él ganó).

En Italia, el primer ministro Silvio Berlusconi precipitó una crisis constitucional al intentar acelerar una legislación de emergencia para impedir que a un paciente comatoso se le retirara el respirador artificial. Esto recordó a muchos observadores lo que el Partido Republicano de Estados Unidos intentó hacer para demostrar sus “compromisos a favor de la vida” durante la presidencia de George W. Bush.

Finalmente está Gran Bretaña, normalmente vista como el país quizá más secular de Europa occidental, y por lo tanto el candidato menos probable a presenciar el retorno de la religión de cualquier tipo (fuera de su comunidad musulmana). Bajo el liderazgo de David Cameron, el recientemente vigorizado Partido Conservador está escuchando a varios pensadores, llamados “Tories rojos”, quienes instan al partido a darle la espalda al thatcherismo y abrazar a la sociedad civil, la comunidad local, la familia y, no menos importante, la religión como una fuerza importante a la hora de alentar un comportamiento social responsable.

En resumen, aquí existe un patrón. Pero el punto no es que los individuos en diferentes países europeos se estén volviendo más religiosos -prácticamente no existe evidencia de ello-. A nivel global, podrían existir buenas razones para hablar sobre lo que los sociólogos describen como el ascenso de las “sociedades post-seculares”, pero Europa sigue siendo la excepción. Lo que realmente explica estas nuevas controversias públicas alrededor de la religión es otra cosa, algo que tiene que ver con lo político: el dilema en el que se encuentran los partidos de derecha y centroderecha de Europa.

Muchos de estos partidos solían defender el radicalismo de mercado, o al menos fuertes dosis de liberalización económica. Desde la crisis financiera, se retractaron de esas posiciones e intentaron crear una imagen más gentil y más consciente a nivel social.

Sin embargo, en la búsqueda de lo que Cameron ha dado en llamar “un aspecto, una sensación y una identidad” nuevos, estos partidos han estado pisando una línea delgada: por un lado, han intentado parecer más modernos -por ejemplo, nombrando una cantidad cada vez mayor de mujeres y miembros de minorías étnicas en cargos de gabinete-. Por otro lado, se han retratado a sí mismos como enemigos acérrimos del supuesto relativismo moral de la izquierda -una imagen para la cual el recurso a la religión es obviamente útil.

De hecho, algunos intelectuales cercanos a la derecha durante mucho tiempo defendieron una apertura hacia los inmigrantes musulmanes de Europa y sus descendientes. Donde pueden votar, dice la teoría, los tradicionalistas musulmanes preferirían votar por un partido conservador, aunque tenga raíces católicas, que por un partido de izquierda secular al que perciben como defensor de una moralidad laxa.

Esto no quiere decir que todos los llamamientos a la religión sean sólo estratagemas electorales cínicas. Especialmente frente a la crisis financiera, la religión ha sido presentada como una fuente de lo que Sarkozy y la canciller alemana, Angela Merkel, han llamado el proyecto de “capitalismo moralizador”.

Ésta no es una idea absurda. Existe una tradición larga y distinguida de pensamiento social católico. Pero tomar en serio estas tradiciones exigiría transformaciones mucho más profundas del capitalismo que hasta los demócrata cristianos declarados están dispuestos a contemplar, inclusive una distribución mucho más amplia de la propiedad y mecanismos para involucrar a los trabajadores en la gestión. Las teorías de los “Tories rojos” podrían ir de alguna manera en esta dirección, pero todavía está por verse si alguna vez se traducirán en la práctica.

Por el momento, la tentación de la derecha europea es encontrar su “nuevo look” a través de un llamamiento selectivo a la religión -y esperar a ver si funciona como estrategia electoral-. Deberían recordar, sin embargo, que iniciar un Kulturkampf es jugar con fuego: podría ser posible instrumentalizar las pasiones religiosas por un tiempo; pero esas pasiones no pueden controlarse permanentemente desde arriba.

Jan-Werner Mueller es profesor asociado de política en la Universidad de Princeton y miembro de Open Society, Universidad Central Europea, Budapest.
 

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