El papa Francisco ha dicho que se ha quedado helado cuando los obispos españoles le han hablado de que hay muchos abortos. Jesús quizá se quedaría de piedra al constatar que Bergoglio no ha se haya quedado helado, antes y muchísimo más, por los niños de verdad -y no esos embriones o fetos que quizá puedan llegar a serlo- que mueren cada día en el mundo de miseria, frío, hambre y enfermedades curables. Sobre esas personas reales, víctimas inocentes, no hablan apenas ni el papa ni sus colegas, precisamente por ese gravísimo mal sí podrían remediarlo con las enormes riquezas que poseen, contra las enseñanzas de Jesús, y que bastarían, según los expertos, para evitar casi todas esas muertes.
No puede estar más claro que una cosa es hablar de caridad y compadecer a los que aún no han nacido, y otra dar trigo, ayudar en lo que puede a los ya nacidos. Uno más, también este papa derrocha demagogia barata, porque sigue viviendo –disimulando tras una apariencia austera, como tantos avaros- rodeado de tesoros, de la misma manera que sigue rodeado y protegiendo pertinazmente a los pederastas, a los que presume de condenar… de boquilla. “Por sus obras los conoceréis”. Congeladas sus promesas, su pretendida imitación de Jesús y del Francisco de verdad, este jesuita argentino imita muy bien a algunos de los grandes protagonistas de los Evangelios; por desgracia, no a los apóstoles, como pretende, sino a los fariseos. Los nuevos fariseos superan incluso a los antiguos, porque se han apoderado hasta de la marca Jesús, y califican de blasfemos y sacrílegos, y condenan a muerte cuando pueden –en España, sin ir más lejos, con Franco-, como hicieron con el Maestro, a quienes los denunciamos.
Martín Sagrera, religiólogo.
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