Los servicios jurídicos del ayuntamiento de Madrid, que pagan todos sus ciudadanos, se están dedicando estos días a preparar un recurso ante el Tribunal Supremo en contra de una sentencia del Tribunal Superior de la capital que impedía la consumación del regalo que su alcalde Ruiz Gallardón quiere ofrecer en bandeja a Benedicto XVI en su próxima visita a nuestro país. Unos terrenos y la edificabilidad suficiente para que la Conferencia Episcopal Española construya en las proximidades de la catedral y del palacio real una segunda ciudad santa del catolicismo; que ha sido ya bautizada por el ciudadano de a pié como el “minivaticano”.
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El alcalde popular de Madrid podría haber acatado la sentencia, que respondía a una denuncia promovida por una iniciativa, también, popular pero, en esta ocasión, en el sentido estricto de la palabra -la Asociación Amigos de la Cornisa-Las Vistillas-, pero ha preferido seguir batallando en los tribunales a favor de los intereses episcopales.
Algún malintencionado quizás pueda pensar que a medida que el corregidor madrileño sube peldaños en la organización judicial, existen mayores probabilidades de encontrar jueces ideológicamente más cercanos y, en consecuencia, más propicios a favorecer su pretensión de obsequiar al Santo Padre con una delegación vaticana en la España nacionalcatolicista, que es tan del gusto de la derechona. Pero, eso sí, a costa del dinero de los demás y, si entre ellos hay algún ateo que otro, mejor que mejor. Mas morbo tendrá el regalo. La derechona con depositar un euro en el cepillo de la Iglesia y, como mucho, otro al pobre que esta en su puerta los días de guardar, ha cumplido con creces sus exigencias caritativas. Que limosna es palabra sagrada y justicia social un invento de las izquierdas para enfrentarla a la caridad cristiana.
Pero la izquierda tampoco es ajena al sometimiento a la Iglesia y para ilustrarlo me permito contar una anécdota personal. El pasado miércoles hice el viaje Madrid-Cádiz y paré en la hermosa ciudad de Trujillo con la intención de comer allí. Accedí a la plaza mayor, en la que con muy buen criterio está prohibido aparcar. Pero justo a la salida de la plaza había un espacio reservado para personas minusválidas. Eran dos sitios y estaban ocupados. Justificado por experiencias anteriores, bajé del coche para comprobar si estaban correctamente identificados y pude comprobar que uno de ellos no lo estaba. Me acerqué a un policía local para hacerle saber esta irregularidad y me contestó que aquel coche estaba bien aparcado porque era del párroco. Le pregunté si era minusválido y me dijo que no, pero que tenía permiso de la alcaldía para aparcar en aquel lugar. Ni corto ni perezoso inicié la búsqueda del párroco. Entré en la Iglesia, no estaba, atravesé de nuevo la plaza porque me indicaron que podría estar en una tienda de fotos bajo sus maravillosos soportales, pero acababa de irse. Al final de la historia no dí con él y me fui del pueblo sin poder aparcar. Y yo tenía derecho porque mi mujer, que me acompañaba, tiene una alta minusvalía, movilidad reducida y el correspondiente permiso para aparcar el coche que la transporta en los lugares habilitados para ello.
Me van a perdonar los del Partido Popular, pero cuando seguimos camino de Cádiz íbamos despotricando del alcalde popular de Trujillo. Pero cual no sería mi sorpresa cuando entré en la web del ayuntamiento de esta ciudad y pude comprobar que su alcaldesa, Cristina Blázquez, es del PSOE. Y es que “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”.
Pero amiga Cristina, recíclese alma de cántaro, que desde los tiempos del ingenioso hidalgo han pasado unos cuantos siglos y la parroquia que la vota no debe ver con buenos ojos la pleitesía que usted mantiene con la otra, otorgándole privilegios a costa de cercenar los derechos de los demás. Y no se engañe, a pesar de su servidumbre al párroco, no la va a votar en las próximas elecciones. Se lo aseguro.
Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas
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El alcalde popular de Madrid podría haber acatado la sentencia, que respondía a una denuncia promovida por una iniciativa, también, popular pero, en esta ocasión, en el sentido estricto de la palabra -la Asociación Amigos de la Cornisa-Las Vistillas-, pero ha preferido seguir batallando en los tribunales a favor de los intereses episcopales.
Algún malintencionado quizás pueda pensar que a medida que el corregidor madrileño sube peldaños en la organización judicial, existen mayores probabilidades de encontrar jueces ideológicamente más cercanos y, en consecuencia, más propicios a favorecer su pretensión de obsequiar al Santo Padre con una delegación vaticana en la España nacionalcatolicista, que es tan del gusto de la derechona. Pero, eso sí, a costa del dinero de los demás y, si entre ellos hay algún ateo que otro, mejor que mejor. Mas morbo tendrá el regalo. La derechona con depositar un euro en el cepillo de la Iglesia y, como mucho, otro al pobre que esta en su puerta los días de guardar, ha cumplido con creces sus exigencias caritativas. Que limosna es palabra sagrada y justicia social un invento de las izquierdas para enfrentarla a la caridad cristiana.
Pero la izquierda tampoco es ajena al sometimiento a la Iglesia y para ilustrarlo me permito contar una anécdota personal. El pasado miércoles hice el viaje Madrid-Cádiz y paré en la hermosa ciudad de Trujillo con la intención de comer allí. Accedí a la plaza mayor, en la que con muy buen criterio está prohibido aparcar. Pero justo a la salida de la plaza había un espacio reservado para personas minusválidas. Eran dos sitios y estaban ocupados. Justificado por experiencias anteriores, bajé del coche para comprobar si estaban correctamente identificados y pude comprobar que uno de ellos no lo estaba. Me acerqué a un policía local para hacerle saber esta irregularidad y me contestó que aquel coche estaba bien aparcado porque era del párroco. Le pregunté si era minusválido y me dijo que no, pero que tenía permiso de la alcaldía para aparcar en aquel lugar. Ni corto ni perezoso inicié la búsqueda del párroco. Entré en la Iglesia, no estaba, atravesé de nuevo la plaza porque me indicaron que podría estar en una tienda de fotos bajo sus maravillosos soportales, pero acababa de irse. Al final de la historia no dí con él y me fui del pueblo sin poder aparcar. Y yo tenía derecho porque mi mujer, que me acompañaba, tiene una alta minusvalía, movilidad reducida y el correspondiente permiso para aparcar el coche que la transporta en los lugares habilitados para ello.
Me van a perdonar los del Partido Popular, pero cuando seguimos camino de Cádiz íbamos despotricando del alcalde popular de Trujillo. Pero cual no sería mi sorpresa cuando entré en la web del ayuntamiento de esta ciudad y pude comprobar que su alcaldesa, Cristina Blázquez, es del PSOE. Y es que “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”.
Pero amiga Cristina, recíclese alma de cántaro, que desde los tiempos del ingenioso hidalgo han pasado unos cuantos siglos y la parroquia que la vota no debe ver con buenos ojos la pleitesía que usted mantiene con la otra, otorgándole privilegios a costa de cercenar los derechos de los demás. Y no se engañe, a pesar de su servidumbre al párroco, no la va a votar en las próximas elecciones. Se lo aseguro.
Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas