La historia cruel de la represión franquista durante la Guerra Civil y tras ella, deja capítulos de una inconmensurable demostración de los nobles sentimientos que anidaban en muchas de las víctimas. Muchos fueron esos casos de personajes vilipendiados, acosados, torturados y finalmente asesinados por la barbarie fascista. Un sector que destacó por sus principios generosos, que fueron objeto directo de la represión, fue el de los maestros republicanos. El franquismo siempre vio en la docencia y en la libre enseñanza a un enemigo a batir. Ya se sabe que la educación y la cultura hacen a la persona libre y crea mentes críticas. Y eso es incompatible con el fascismo.
Traemos el ejemplo de un maestro, Antonio Benaiges, al que la II República destinó en 1934 a un pequeñito pueblo de Burgos, Bañuelos de Bureba, 200 habitantes, 58 casas y 32 niños en la escuela, carente de agua, luz y ni tan siquiera caminos. Benaiges, hombre bueno y cabal donde los hubiera, fue torturado, fusilado y luego arrojado a una fosa común por el “gran delito” de haberse empeñado en que sus alumnos, sus niños de una población rural del interior de la Castilla profunda, conocieran el mar.
Métodos pedagógicos renovadores
Este joven maestro destinado a Burgos desde su Cataluña natal (Montroig) quiso inculcar a sus alumnos valores de modernidad y hacerlo además mediante la técnica pedagógica de Célestin Freinet, que mantiene la participación de los alumnos como eje de la enseñanza diaria y el uso de la imprenta como material de aprendizaje. Además introdujo también el baile. Para ambas actividades compró para la escuela pagándolo de su bolsillo un gramófono y una imprenta. En su revolucionario método pensaba que si los niños “se mueven en un ambiente de libertades, sutilidades y camaraderías, cargado de estímulos, provocador, veremos cómo chorrea de la infancia una vida todo hermosuras y promesas. Esto es la Escuela: ambiente y ocio. Libertad y espíritu”.
Su vida y ejemplo fue llevado a un documental, ‘El retratista’, por el fotógrafo Sergi Bernal y el italiano Alberto Bougleaux en el que entre otras detalles biográficos se recogen testimonios de alumnos que recuerdan que “lo mataron por enseñar a pensar”. En su colegio el centro de todo era la imprenta. Los niños y niñas redactaban e ilustraban los cuadernos convirtiendo el aula en una especie de minúscula redacción periodística y los cuadernos en diarios que recogían la actualidad. Un testimonio de un ex alumno recoge que sus alumnos estaban muy satisfechos con el nuevo maestro porque “cambiaron de un maestro que les pegaba con la vara y les castigaba duramente a éste que les llevaba de excursión, les enseñaba y hasta les compraba comida”. Y entre las promesas más bellas y más ilusionantes para la chiquillería, el compromiso de su maestro de llevarlos a ver el mar.
Su compromiso docente era intenso. Lo definieron como un “maestro las 24 horas del día” que luego de dar clase a los niños enseñaba a los agricultores a leer y a escribir, pues la mayoría eran analfabetos.
Promete a los niños llevarlos al mar
Se da la circunstancia de que el último cuaderno que realizaron los alumnos se tituló ‘El Mar’ y fue publicado en enero del año del golpismo español, 1936. En un tono emocionante y un estilo plagado de curiosidad, los niños redactaron cómo imaginaban el mar desde la lejanía geográfica y su desconocimiento. Los escolares en ese periódico-cuaderno plasmaron sus ansias y anhelos por ver el mar, algo que aun no habían tenido posibilidad de experimentar. “El mar es una zona muy alta llena de agua, donde viven las merluzas y las anguilas”, así tan bellamente ingenuo lo describía uno de los alumnos.
Los franquistas se acercan
Al llegar el verano del 36, Antonio renunció a sus vacaciones en su pueblo natal, Montroig. Se quedó en la comarca burgalesa de Bureba gestionando el sueño de sus niños y niñas de la escuela: el viaje al mar. Buscó un autocar para que los llevara a la costa catalana. Era julio de 1936 y el ejército franquista ya había tomado Burgos pero quien nada malo ha hecho nada malo debe de temer, pensaría inocentemente Antonio al quedarse en la zona. Pero Antonio tenía enemigos peligrosos. Al cura y a algunos moralistas no le gustaba que el maestro no se dejase ver por la iglesia y no fuera a misa. Tampoco a los caciques de la zona les hacía gracias que les hablara a los niños de igualdad o de libertad. No aceptaban que se llevase a los alumnos a la montaña a darles clase
Detenido por los falangistas
El maestro había avisado a su familia para que preparasen su casa de Les Pobles y cumplir la promesa dada de que los niños conociesen el mar. Solo un día después del golpe militar franquista, el 19 de julio de 1936, los falangistas lo detienen en la Casa del Pueblo de Briviesca. Volvía de las vacaciones tras alquilar el autocar. Su afiliación al PSOE y el uso de métodos de enseñanza demasiados innovadores y revolucionarios, lo hicieron sospechoso y “peligroso”. Le acusaron oficialmente de “rojo, indigno, antisocial, inmoral, vicioso, comunista, anarcosindicalista”, de no ir a misa y de no dar clase en ocasiones para oír música en el gramófono y bailar con los niños y niñas.
Torturado sádicamente
En el tiempo en el que permaneció encarcelado fue objeto del sadismo de los falangistas del pueblo que, con saña, le sometieron a torturas, le arrancaron los dientes y en un coche descapotable, le pasearon desnudo por Briviesca para servir de mofa, además de escarmiento. Finalmente lo llevaron a en un camión a la Pedraja, la montaña a donde llevaba a sus niños a dar clase en la naturaleza. Lo acompañaban en ese último viaje más republicanos y militantes de izquierdas. Todos fueron pasados por las armas, fusilados tras bajarlos del camión y sus cuerpos echados a un hoyo.
Sus pertenencias relacionadas con la escuela fueron quemadas. Sus vecinos escondieron o eliminaron objetos que tuvieran relación con la escuela o con Benaiges para no correr su misma suerte. En 2010 se exhumó una fosa común en la Pedraja. Hallaron 600 casi cadáveres. Uno, del maestro que cometió el grave delito de querer llevar a sus alumnos a ver el mar.