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El machismo, los privilegios y otros males sin abordar

Hasta al Papa Francisco, pese a su aparentes buenas intenciones, de vez en cuando se le ocurre alguna inconveniencia como que el feminismo llega a ser un machismo con faldas. Tal dicho me ha llevado a unir ese contrasentido con los privilegios del hombre, la misoginia que se liga con el dogmatismo vario de nuestro patrio solar. Siguiendo por ese camino, sigo dándole vueltas a la posibilidad de creer, debatir o mostrarse tal como cada persona es. Menuda osadía se me ocurre a mí, con tanto sentido del ridículo como hay por aquí y la poca tradición de discrepar con galanura. Además de la inspiración papal, han alumbrado mi desvarío la reflexión de mi admirado Carmona sobre Mauricio el de “Aida”, un escrito de “Foro de hombres por la igualdad y un otro colega que no llega a aclararse con lo del feminismo. Bueno, a ver si me aclaro yo explicando tal embrollo.

 Empezando por el mandatario del Vaticano, país de mayoría célibe, no es extraño el desliz, si ha de seguir defendiendo su discurso patriarcal. Otra cosa es que esa gran parte de la ciudadanía siga aceptándolo y aportando casi sin pestañear, a través de los caudales públicos, cuanto su delegación española solicite. Tiene tal vez más enjundia o peligro, lo que Andrés Carmona resalta al buscar sentido al personaje interpretado por Julio Peña en la citada serie. El tal Mauricio es el típico facha españolista que, con la conveniente exageración, resulta gracioso y da sentido en los enredos del programa humorístico. Parece que más allá de la risa, conecta con ciertos tic que no acaban de desaparecer en nuestra sociedad: el franquista nostálgico, católico, machista xenófobo, homófobo etc. Bastante más personal de lo aparente, que por aquello de lo políticamente correcto, no deja de engrosar esos posos, de momento inconfesables. Pero ándate tú que de pronto no surjan sorpresas como las de Trump en el imperio, Bolsonaro en Brasil o la escisión del PP por aquí. Entonces nos preguntaremos qué ha pasado. Se nos ha puesto cara de teléfono, móvil más bien que es el que más nos separa. De pronto, ha desaparecido esa fachada supuestamente amable y aparece esta otra personalidad que estaba enquistada y que en el mejor de los casos solo compartía en su entorno.

El amigo más cercano se sorprende de la mayoría de exabruptos que oye a un conocido que acaba de salir del armario apolítico. Pese a esas pegas no acaba de aceptar alguna cosa sobre el feminismo para ironizar sobre la ocurrencia de Bergoglio. Dice que, entre la justa razón de luchar contra la violencia de género, se cuela alguna cuestión que puede ser abusiva. Y cuándo no, le cuestiono yo. Con frecuencia, retomamos lo de “Privilegios Masculinos” del citado Foro por la Igualdad y encontramos alguna luz para coincidir más. Otras veces surge algún desencuentro con alguna compañera motivado por cierta cuestión de simple convivencia o más o menos feminista. En determinadas ocasiones, nuestras discrepancias requieren más tiempo y nos extendemos a las conversaciones que tenemos, o dejamos de tener, con nuestras parejas. Vamos más allá y reconocemos que también en encuentros sociales o familiares de hombres y mujeres, asuntos como la conciliación y el diálogo de pareja apenas se dan o avanzan con excesiva lentitud.  Nos alegramos de los leves avances y de la consecuente merma de los rechazos. Llegamos a concluir que en esta sociedad de la comunicación efímera y de las reuniones entre afines, nos damos pocas ocasiones para el verdadero conocimiento del otro o la otra. Surge como gran obstáculo las creencias, que agrandadas por prejuicios religiosos y otros ya citado, dirigen la cháchara hacia banalidades, en detrimento del diálogo o debate más trascendentes. Casi de completo acuerdo, nos plateamos fijar en algo concreto esta polémica recurrente, para que lo sea menos.

Recordamos que, como dice Carmona, con las ideas se puede debatir, con las creencias no. En esa situación hemos de evitar el rechazo frecuente. Podemos esperar a que el campo de las creencias vaya evolucionando hacia las ideas. Cuestiones como “Privilegios Masculinos”, por la necesidad, se van introduciendo en la vida diaria y abriendo puertas a la conciliación. A partir de esa realidad, se puede extrapolar a otras, en especial la religiosa. Aceptado el aborto, el divorcio, los excesos contra la homosexualidad, qué queda de esa religiosidad que se desdice cada fin de semana.

Es momento de volver a Mauricio, aunque no sólo a él. Me pregunto yo: Conviene tomar a chunga esa reacción políticamente correcta, con frecuencia y parcial trasfondo mentiroso, en nuestro entorno. O será más conveniente dilucidar las nostalgias abolidas por la práctica real. Estamos afrontando con inteligencia y asumiendo las innegables dificultades del acercamiento, desde la empatía al posible diálogo, a estrategias menos frustrantes. Creo que tendremos que hacérnoslo mirar si vamos bien, los progres con los progres y de la misma banda, las niñas con las niñas, los apolíticos y las apolíticas en su indefinición, y en conjunto, sin reparar en cuánto hay de creencias o de ideas también, en nuestras puras y o iluminadas reuniones.

Antonio Martínez Lara

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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