El ideal laico representa una figura original de relación entre política y religión, consistente en la emancipación recíproca: el poder público queda liberado de toda tutela religiosa, a la vez que las diferentes confesiones particulares conquistan su autonomía con respecto al poder estatal en lo que concierte a sus respectivas orientaciones teológicas, siempre que no supongan una amenaza a la ley común compartida por toda la ciudadanía. El ideal laico del Estado beneficia de este modo a toda la ciudadanía por igual.
Pero la laicidad no deja de ser un ideal, que no se ve reflejado de modo completo en todos los países. En la mayor parte de los países de Europa las religiones conservan una situación de privilegio más o menos significativa. Por ejemplo, la referencia a Dios aún figura en algunos documentos oficiales en Alemania, Polonia, Dinamarca, o Inglaterra. También en Grecia e Irlanda aún se dan referencias religiosas oficiales. Y sin embargo ninguno de estos países se declara explícitamente confesional.
En Europa no hay diferentes ideales laicos, sino más bien diferentes figuras de la relación entre las religiones y el poder público, según el grado de laicización mayor o menor en base al ideal que se haya alcanzado en cada país. Si bien todos los países firmaron la Convención Europea de los Derechos Humanos (a través del Consejo de Europa, en 1950), por la que se obligan a respetar la libertad de conciencia y de pensamiento, así como la libertad de elegir una religión o de no adoptar ninguna, no se respeta la igualdad de derechos de los diversos creyentes, ateos y agnósticos, porque la religión sigue gozando en la mayoría de los países de un estatus de derecho público, acompañado de privilegios financieros y de otros tipos (educativos, simbólicos, jurídicos). Los ciudadanos no disfrutan de una “igual libertad”, piedra de toque del laicismo.
En medio de todo este entramado multiforme de países que conforman actualmente Europa, Francia destaca como referente del laicismo, por cuanto ha cuestionado la legitimidad de los privilegios públicos de la religión, aunque sin suprimirlos totalmente.
La situación actual en Europa es compleja. En los países donde sigue arraigado el clericalismo teológico-político, los defensores de la laicidad miran a Francia como ejemplo a seguir. Pero al mismo tiempo, en Francia, los adversarios de la laicidad y nostálgicos del régimen concordatorio se vuelven hacia los demás países europeos y enarbolan el concepto falaz de una pretendida “laicidad abierta”, que no es otra cosa que un subterfugio conceptual mediante el cual pretenden restaurar los privilegios perdidos de la religión.
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