Me causa inquietud que en partidos considerados como de centro e izquierda, la cuestión de la laicidad, de la secularización de la política, de la anulación de los Acuerdos concordatarios con la Santa Sede o de sacar la religión de la escuela… no se le otorgue la importancia debida.
La construcción del Estado laico no debería de esperar más, por bien de la democracia, de la justicia social y de la igual de todos ante la ley.
Dentro de unas diez semanas habrá elecciones generales, con una alta probabilidad de que se produzca una importante fragmentación política. Actualmente casi todos los indicios y encuestas predicen que los dos partidos mayoritarios (PP-PSOE), pueden perder un buen número de escaños, sobre todo el que ahora forma Gobierno y que nuevas fuerzas emergentes del centro y la izquierda van a aparecer con un número sustancial de diputados y diputadas. No obstante seguirá habiendo grupos políticos territoriales, en una línea similar a la actual. Lo que puede configurar un Congreso que para ponerse de acuerdo en formar Gobierno podrían hacer falta un mínimo de tres o hasta cuatro fuerzas, salvo que la campaña electoral, por causas diversas -hoy desconocidas- dé un gran vuelco y empuje a alguno de los dos grandes partidos a sacar un número importante de parlamentarias/os que aliados con una sola fuerza puedan gobernar. E, incluso, no hay que descartar un Gobierno de coalición y concentración entre estos dos grandes bloques, como viene sucediendo estos últimos años en algunos países europeos.
Esta reflexión inicial, la verdad, son puras especulaciones que politólogos, encuestas, tertulianos y comentaristas repetirán -machaconamente- hasta los mismísimos comicios.
Además está el complejo conflicto de Catalunya que tiende a subir en decibelios durante las próximas semanas y que viene a introducir variables poderosas que pueden condicionar el voto de mucha gente, venciendo la balanza, de forma inesperada, hacia posiciones hoy impensables. Quiero recordar que en precedentes y no lejanas elecciones generales la tendencia del voto cambió sustancialmente a muy última hora. Cualquier trascendente hecho relevante interno o internacional puede variarlo todo, cuando se trata de este tipo de elecciones.
En estos últimos meses/años hemos asistido a una enorme convulsión política no conocida desde los años setenta, hay quienes ponen la fecha de inicio de estos procesos en el 15M y hay quienes la sitúan, simplemente, ante el hartazgo de una considerable parte de la ciudadanía ante la corrupción, la pérdida de derechos, el paro, una Unión europea de los mercaderes y no social y derechos, la situación económica mundial y ante el crecimiento de un sistema capitalista depredador insaciable y codicioso.
Sin embargo y curiosamente durante este último tiempo me causa cierta inquietud que hayan casi desaparecido de la actual jerga política habitual española, términos como:ciudadanía, republica, feminismo, lucha de clases, laicidad, ecología y otras muchas. Es como si un cierto disolvente ideológico formara parte del ambiente político, al menos del espacio denominado como “centro-izquierda” que podría conducir a mucho voto joven a posiciones inesperadas.
Me causa cierta inquietud, también, que a tan sólo a diez semanas del 20D desde una parte amplia de la “izquierda histórica” o de los nuevos colectivos políticos y ciudadanos emergentes se transmita una cierta confusión de cómo organizar candidaturas o que algunos otros intenten trasladar el mensaje de que desean situarse más en el centro del tablero político que en la izquierda a pesar sus orígenes. Localización política, que por cierto, últimamente tiene muchos “adeptos”, hecho que satisface a la emergente burguesía y a la “derecha con pedigrí”, incluida la catalana.
Me causan cierta inquietud que algunas de las personas que figuran en lugares importantes de las candidaturas del actual primer partido de la oposición, hayan mostrado, en apariciones públicas y parlamentarias, sus preferencias a conservar la confesionalidad del Estado, incluido el sistema educativo.
Por fin, me causa inquietud que en la mayoría de los cuarteles generales que se están guisando y terminando de perfilar los programas de los partidos considerados como de centro e izquierda, la cuestión de la laicidad, de la secularización de la política, de la anulación de los Acuerdos concordatarios con la Santa Sede o de sacar la religión de la escuela… no se le otorgue la importancia debida (o ni aparezca) y una vez más y en todo caso se situarán como una especie de “añadido” para “conformar” a algunos de sus afiliados “más coñazo”.
Cuando deberían de saber y tener muy en cuenta que una determinada y actualizada ideología neo-fascista, populista y religiosa, corre por toda Europa en este inicio del siglo XXI ganando adeptos, consecuencia de la pérdida de derechos, de la corrupción generalizada, del alejamiento de la política con la realidad social, pero, sobre todo, por las carencias en la capacidad crítica y política de una gran parte de la ciudadanía, en muchos casos sólo atentos a hiper-liderazgos políticos y religiosos elaborados en los laboratorios de los más media y de las redes sociales que, generalmente, controlan “los de siempre”.
Deberían de saber que la democracia y las señas de identidad de la ciudadanía no se encuentran arraigadas en nuestro código genético, sino que son una construcción cultural muy costosa, desde la infancia y la adolescencia, que no se enseña con una simple asignatura en la escuela, sino que forma parte de las vivencias permanentes que cada ser humano tiene a largo de su vida, hoy muy influenciado, además, por las emergentes formas de comunicación.
Por ello es fundamental en este nuevo tiempo, asumir como un Derecho fundamental: La libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión; desarrollar nuestra capacidad crítica y reflexiva, para tomar decisiones de forma autónoma; aprender a razonar, sin atavismos; aprender a vivir en democracia (cosa nada fácil); tener sentido de equidad y de solidaridad; conocer y ponernos en el lugar del otro, es decir, aprender a dialogar y a convivir.
La regeneración democrática de la que hablan algunos colectivos y líderes debería de pasar, fundamentalmente, por: -Garantizar la independencia efectiva del Estado con respecto a cualquier confesión religiosa, asegurando -así- la neutralidad ideológica de las administraciones públicas. -Eliminar cualquier tipo de privilegio o discriminación en el trato económico y fiscal para todas las entidades de carácter privado, sean religiosas o no, con el fin de asegurar el principio democrático de la igualdad de derechos ante la Ley y la separación de los ámbitos público y privado y -Asegurar un sistema educativo laico, como derecho universal, igual e integrador, dentro de un proyecto común de ciudadanía.
Para ello habría que modificar partes de la Constitución de 1978, anular los acuerdos con la Santa Sede, reformar y construir algunas leyes y normas que garanticen la secularización institucional y, sobre todo, modificar actitudes y conductas de los poderes públicos y de muchos políticos, normalizando una real separación del Estado de la religión, como ocurre en algunas democracias.
Durante estos días, mientras que se terminan de perfilar los programas electorales de todos los partidos del arco político (de todos) y se configuran nuevas plataformas políticas “de unidad” en el ámbito del centro izquierda, se les están solicitando implicación democrática para que la transición en esta materia (la laicidad institucional) pueda comenzar, por fin, a partir del 20D15.
Aunque, siento ser un “aguafiestas”, hoy por hoy, no observo actitudes mayoritariamente favorables a ello, en el centro izquierda. La derecha ya se sabe: ¡a lo suyo! Pues a pesar de que hay quienes intentan difuminar el tablero político tratando hacernos ver que eso de “izquierdas y derechas” está superado, la realidad científica e histórica nos enseña que la lucha de clases está más vigente que nunca.
Esperemos -inicialmente- a analizar los programas definitivos y posteriormente a “los hechos”, aunque haya un Parlamento más o menos atomizado. La construcción del Estado laico no debería de esperar más, por bien de la democracia, de la justicia social y de la igual de todos ante la ley.