Estaba pensando y meditando un poco en el artículo que fue publicado esta mañana en el Observatorio del Laicismo titulado: “La introducción del Islam en las aulas indigna a las entidades laicistas” (MERCADER, 2020), y, debido a ello, decidí escribir esta corta reflexión. Pues bien, implementar e introducir la educación religiosa en las aulas no parece ser una medida beneficiosa para los estudiantes. Alguien pudiera objetar con la mayor sinceridad y sin ningún tipo de doblez, ¿por qué no? Si, como es bien sabido, los fines que pretende objetivar toda religión son, casi siempre, considerados por las mayorías como nobles y deseables. Quien no quiere vivir en un mundo repleto de amor y felicidad, todos; y, para los que creen en otra vida después de la muerte, lo es aún mayor. A pesar de lo bueno que pueda resultar la práctica religiosa vista desde un punto de vista pragmático, no es capaz de sobrepasar sus defectos. No se puede negar que, en ciertos lugares y en determinados momentos de la historia, ha resultado relativamente beneficiosa, mas el poco bien hecho no puede eximirla de los grandes perjuicios realizados con o sin intención a un inconmensurable número de hombres y mujeres en la tierra.
Existen tres razones, a mi juicio, por las que no se debería implementar e introducir la enseñanza religiosa en las aulas escolares. En primer lugar, porque contribuye de manera significativa a fomentar el dogmatismo, algo nefasto para la inteligencia. En general, la enseñanza que imparta un profesor perteneciente a un determinado grupo religioso será expuesta acrítica y dogmáticamente y el contenido que se enseñe en su clase deberá ser aceptado como el único verdadero no sólo porque él lo diga, sino porque Dios mismo así lo afirma en el libro sagrado. Como es del dominio público, los libros sagrados de las grandes religiones están repletos de toda suerte de hipótesis gratuitas, ¿por qué se debe aceptar eso tan desfasado? La compresión de un profesor de teología, por más libros seculares que haya leído, descansa en último término en el libro sagrado de su religión y de él deriva la teoría del conocimiento, la visión moral y la comprensión general del mundo que él tenga. En segundo lugar, aumenta exageradamente la intolerancia de grupo. Si un determinado grupo de estudiantes no suscriben con la verdad revelada, la que se encuentra en el libro sagrado, serán vistos con desdén y como sujetos de una impiedad aterradora. Esto crearía una atmósfera definitivamente adversa para el pleno desarrollo y potencialización de las más eminentes virtudes intelectuales y morales de los estudiantes. Por último, existen ciertos grupos con los cuales las principales religiones están en desacuerdo, esto debido a sus concepciones morales e intelectuales acerca del mundo óntico y ontológico. Estos grupos, en verdad, se verían profundamente afectados. Por ejemplo, se incrementaría de manera desmedida la ateístofobia y la homofobia. Es probable que si la educación religiosa se sigue proliferando en esta época, será mayor el daño que hará que el poco bien que conquistará.
La educación laica, a pesar de poseer ciertas deficiencias, como toda cosa humana, parece ser la más conveniente y sensata para todos. La educación laica se esfuerza, lo más que puede, por ser íntegra en el más alto grado, no se pone del lado de un grupo en detrimento de otro. Propone una educación que comprenda una diversidad de tópicos, no procura imponer una verdad como la absoluta, pues entonces contribuiría a limitar los criterios y los juicios de valor individuales. Además, trata, lo más que se pueda, de ser inclusiva. No tiene preferencia con un determinado grupo, busca objetivar una atmósfera de completa justicia. Por otro lado, respeta las creencias privadas de los estudiantes, no se pone de lado de un grupo, trata de ser lo más imparcial posible. Es tolerante. Es capaz de separar perfectamente lo religioso de lo gubernamental. Es, pues, evidente la abrumadora superioridad de la educación laica sobre la religiosa; la educación laica es la más democrática y, por lo mismo, la más asequible para todos los países. Además, las escuelas son instituciones del estado; las religiones —de la naturaleza que sean— deberían enseñar sus teologías, realizar sus ritos, cultos y oraciones en sus respectivas iglesias no en instituciones creadas con propósitos distintos.
Es indudable que la religión, por lo antigua (más que la ciencia) que es y lo determinante que ha sido en la configuración de la sociedad, es una materia de considerable importancia más que todo desde un punto de vista cultural, histórico y antropológico, pero debe ser estudiada en la asignatura de historia. No debería ser enseñada con propósitos religiosos, sino más bien por fines meramente académicos. Por otro lado, debería ser enseñada por maestros lo suficientemente maduros y capaces de poner aparte sus pasiones religiosas o ateas; impartir un contenido cierto, objetivo y libre de prejuicios sería lo más deseable.
Para lograr objetivar plenamente una educación crítica y laica es preciso ser capaz de trascender el fanatismo religioso o ateo. En general se da por supuesto que el fanatismo es una cosa inherente en los religiosos, sin embargo existe asimismo un fanatismo ateo, recuerdo muy vívidamente algunas experiencias que tuve en los salones de clases cuando estaba en la universidad, muchos profesores ateos realizaban comentarios insensibles en contra de las religiones. A mí no me afectaba en lo absoluto, pero sé que a ciertos estudiantes creyentes sí. Pero dado el miedo que tenían a perder puntos o aplazar la clase, no se atrevían a contrariar abiertamente los criterios que aquellos sostenían.
Antes de aceptar una teoría o una doctrina es preciso preguntarse si existen razones suficientes para terminar su plausibilidad. En segundo lugar, es imperioso investigar en qué forma aquella podría ayudar a mejorar el mundo y, por lo mismo, brindar un poco de felicidad a este valle, tétrico e infecundo en materia ética, dominado, en gran medida, por las lágrimas. La religión, por más que se jacte, no ha hecho en realidad mucho para transformar y erradicar la miseria interior y exterior en este mundo, por ese motivo no hay razón para volver a guiar nuestros pasos bajos los dictados teóricos y éticos que proponen sus libros sagrados. Desde que el progreso científico puso a la religión en su lugar, en la categoría de superstición, el mundo ha mejorado definitivamente en muchos aspectos, hay muchas cosas criticables en la sociedad actual, es cierto, pero es mucho mejor que el imperio de la religión. Por lo tanto, volver a implementar una educación religiosa en las escuelas representaría un retraso civilizatorio.
Víctor Salmerón
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