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¿Dónde está el voto católico?

Depende de lo que entendamos específicamente por “católico”, pero una primera respuesta podría ser que en la España actual está repartido un poco por todos lados. O lo que es igual: no se arracima exclusiva, ni siquiera mayoritariamente, en torno a una única opción política. Pero vayamos por partes.

Para empezar, conviene aclarar que el mundo católico presenta hoy, en nuestro país, una notable fragmentación. Cierto que cuando se pregunta a los españoles cómo se definen en el terreno religioso, un 75% se acoge a la etiqueta genérica de “católico”. Pero cuando se profundiza un poco más se descubre que en realidad apenas un 16% se considera “católico practicante”, es decir, católico realmente ejerciente o activo. ¿Qué ocurre con el 59% restante? Se reparte entre quienes se definen como “católicos poco practicantes” (26%) o, más rotundamente, como “no practicantes” (33%). Un “católico poco practicante” puede entenderse como alguien que mantiene una especie de relación desmotivada y a tiempo parcial con su fe y con su iglesia. Más complejo resulta entender qué cosa pueda ser eso de “católico no practicante”. Sea lo que fuere, lo cierto es que los abundantes datos de encuesta existentes muestran que ese tercio de españoles (33%) que se definen como “católicos no practicantes” se encuentran por lo general mucho más cerca, en actitudes y opiniones, de quienes se definen como “no creyentes” que de quienes lo hacen como “católicos practicantes”.

En todo caso, lo que estos datos permiten concluir es que lo que predomina claramente en la sociedad española actual es la tibieza (o podría quizá decirse también la templanza) en materia religiosa: quienes se posicionan en esta tema con rotundidad y sin ambigüedades (es decir, los que se definen como católicos practicantes o como no creyentes) representan tan solo, respectivamente, el 16% y el 23% de la población adulta española actual. La clara mayoría (el 59% restante) se define en cambio como católica, sí, pero poco o nada practicante, algo que probablemente no difiere mucho de considerarse casi o claramente no creyente.

Partiendo de estos datos,  la respuesta a la pregunta que da título a estas líneas (“¿dónde está el voto católico?”) depende obviamente, en buena medida, de lo que se decida entender por “católico”.

La primera opción, la más simple y menos matizada, es considerar como “voto católico” el de todo aquel que al definirse religiosamente recurre a esta etiqueta, con independencia de los matices o reservas que pueda añadir a la misma. Así entendido, y como puede verse en las columnas sombreadas en azul del Cuadro 1, el voto católico resulta ser masivamente mayoritario en el PP (92%), pero también en el PSOE (72%): es decir, desde esta perspectiva, no hay un partido que pueda ser considerado, en exclusiva, como “el partido de los católicos”; en realidad, podría más bien decirse que los dos grandes partidos nacionales lo son prácticamente por igual. Y la conclusión que de ello cabe extraer sería que, en consecuencia, a ambos conviene por igual que las cuestiones religiosas no se conviertan en tema de discordia.

Una segunda opción es entender como voto católico exclusivamente al emitido por quienes se definen como católicos practicantes y poco practicantes, considerando en cambio como voto no religioso (o poco religioso) al de quienes se consideran no creyentes o católicos no practicantes. Esta nueva forma de agrupar las identidades religiosas, que queda reflejada en las columnas sombreadas en gris en el Cuadro 1, tiene como resultado una distribución del voto “católico” entre PP y PSOE que ya no es parigual: en el caso del PP, el 63% de sus votantes serían católicos y el 35% no creyentes; en el caso del PSOE, en cambio, serían católicos el 36% de sus votantes y no creyentes el 62%. Es decir, desde esta segunda perspectiva, el PP queda configurado como la formación política de ámbito nacional con una proporción de voto católico más abundante, pero en modo alguno absoluta: un tercio largo de sus votantes tiene escasa o ninguna afinidad religiosa. Lo mismo, pero en sentido inverso, ocurre con el PSOE: es, de los dos grandes partidos nacionales, el que cuenta con mayor proporción de votantes no creyentes o poco religiosos (62%), pero al mismo tiempo un tercio largo de sus votantes son católicos. El resultado de este reparto del voto católico y no católico es que ambos partidos se encuentran en la misma tesitura: la de tener que tratar con sumo tacto y prudencia los distintos ángulos, dimensiones y aristas que conlleva la cuestión religiosa, pues cualquier tentación de deslizamiento fundamentalista (en un sentido o en el opuesto) les puede enajenar una parte sustancial de sus votos.

Si el PP actuara como un partido declarada y militantemente católico, o si el PSOE lo hiciera como un partido declarada y militantemente anticatólico, el riesgo sería similar: incomodar seriamente a un tercio de sus respectivos votantes. La conclusión que cabe extraer es que el factor religioso —y pese a quien pese— queda estructuralmente desactivado como potencial semillero de discordia cívica y de enfrentamiento social: por convicción sincera o por resignación pragmática no queda otra alternativa a los más enconados de uno y otro extremo (minoritarios ambos, por cierto) que el mutuo respeto y la pacífica convivencia.

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