El informe sobre los abusos a menores en la Iglesia católica alemana advierte de que textos clave para la investigación se manipularon o eliminaron en el pasado
La conferencia episcopal alemana presenta esta semana la investigación encargada a expertos académicos que han documentado 3.677 casos de abusos a menores por parte de 1.670 religiosos en los últimos 70 años. Las conclusiones, filtradas hace diez días a la prensa alemana y obtenidas por este diario, advierten también de las limitaciones de un estudio para el que la Iglesia se ha resistido a abrir de par en par sus archivos y de que hay pruebas que fueron destruidas en el pasado. Los expertos consideran el estudio un paso en la buena dirección, pero piden también una investigación realmente independiente.
Los investigadores reconocen que no tuvieron “acceso a los documentos originales de la Iglesia católica y todos los archivos fueron revisados por el personal diocesano o por despachos de abogados designados por ellos”. Esa metodología contrasta por ejemplo con la de la reciente investigación del gran jurado de Pensilvania en Estados Unidos. Los investigadores alemanes aseguran además “hay indicaciones de que documentos relevantes fueron destruidos o manipulados en el pasado” y explican también que el grado de colaboración de las distintas diócesis “varió significativamente”.
En una majestuosa sala de la sede arzobispal de Bamberg, el arzobispo Ludwig Schick, explica que “ninguna institución o empresa permite a personas externas acceder a documentos personales. También, porque hay papeles que no tienen nada que ver con los casos. Además, la privacidad de los que no son víctimas debe ser preservada”. Pero el arzobispo Schick también asegura que “no hemos retenido ningún material relacionado con casos o posibles casos [de abusos]. Todo lo que teníamos lo hemos proporcionado”. El arzobispo sostiene que “la mayoría [de los agresores] han muerto y que, de los que siguen vivos, en los casos en que su delito haya prescrito, se han aplicado sanciones canónicas”. “Son crímenes y hay que hacer todo lo posible para que los perpetradores sean castigados. Hay que evitar que vuelvan a suceder en el futuro”. ¿Eso incluye abordar cuestiones como el celibato? “No creo que la pedofilia esté relacionada con el celibato, pero estoy a favor de pensar en todo lo que pueda prevenir los abusos, sin excluir ningún tema desde el principio”.
Ayuda remontarse a la génesis de la investigación que ahora se presenta para comprender algunas claves. Hace seis años, el instituto de investigación de Baja Sajonia (KFN), el gran centro especializado en abusos firmó un contrato con la conferencia episcopal para acometer una ambiciosa investigación. A partir de 2010 habían salido a la luz varios escándalos que habían conmocionado a la sociedad alemana. Años antes, el John Jay college de EE UU había publicado un informe sobre los abusos de la Iglesia, que el entonces director del KFN, Christian Pfeiffer, pensó que podría servir de modelo en Alemania. A la Iglesia católica alemana le gustó la idea y arrancaron los trabajos.
El problema es que enseguida surgieron los desencuentros. Las autoridades eclesiásticas se negaron a que los papeles salieran de sus dependencias. Pfeiffer les propuso, según su versión, contratar a exjueces y fiscales, que investigarían dentro de las diócesis y así arrancaron los trabajos en Hildesheim. Al abrir los archivos los investigadores del KFN vieron que allí estaban las identidades de las víctimas, por cuánto les habían compensado… “Eran casos que nunca se habían hecho públicos”, asegura ahora Pfeiffer.
“Pudimos ver que las víctimas habían sido tratadas de manera dolorosa, que les desanimaban para ir a la policía. Les pagaron para que se callaran. Las víctimas eran verdaderos creyentes que temían ser expulsados de la Iglesia”. Cuenta Pfeiffer y corrobora el informe que se hará público esta semana, que cuando castigaban a un cura que había abusado desplazándolo a otra congregación, no alertaban a la comunidad de acogida de la causa del traslado. “Había indicaciones de que la mayoría de los traslados no fueron acompañados por la correspondiente información a la comunidad receptora sobre el posible riesgo de reincidencia”, asegura el informe elaborado por siete académicos durante cuatro años y que se presenta esta semana. La experiencia personal de Pfeiffer encaja con esa afirmación. “Un día el obispo me llamó para decirme que se arrepentía de haber trasladado a un cura sin avisar, que en su segundo destino volvió a abusar y que se moriría siendo culpable de ese error”, recuerda ahora.
Poco después, surgieron los primeros roces con la diócesis de Ratisbona y la Iglesia les advirtió de que sus hallazgos debían ser autorizados antes de su publicación, según Pfeiffer. En Ratisbona, unos 500 niños sufrieron abusos, incluidos 67 casos de agresiones sexuales entre 1945 y 1990. “No podíamos dejar que nos censuraran, así que el contrato se rompió”, dando pie a un agrio debate público en Alemania.
La conferencia episcopal alemana buscó entonces nuevos investigadores y firmaron un acuerdo con expertos de las universidades de Mannheim, Heidelberg y Giessen. El resultado es un informe de 350 páginas que se presenta este martes en Fulda a cuyas conclusiones ha tenido acceso este diario. En el informe “estrictamente confidencial” y fechado el 3 de septiembre, se detalla que el objetivo general del estudio es “establecer el número de abusos sexuales a menores” e “identificar las estructuras eclesiásticas y dinámicas que los permitieron”. Las conclusiones cifran en 3.677 casos de abusos documentados, en la que la mitad de ellos fueron víctimas como mucho de 13 años. Los investigadores advierten, sin embargo, de que las evidencias se refieren solo a los casos conocidos y que hay datos sobre “las zonas oscuras que no han sido obtenidos, por lo tanto, la magnitud de la situación real está subestimada”.
Los abusos se cometieron sobre todo en las residencias privadas u oficiales de los acusados y una parte importante también en iglesias, escuelas y campamentos de verano. La confesión fue utilizada frecuentemente como vía para lograr el acercamiento y ocultar los abusos. Más del 80% de las víctimas sufrieron abusos que incluyeron contacto físico. Un 15,8% sufrió penetración anal, vaginal u oral.
Explican que las diferencias entre las denuncias de abusos y las incidencias en las fichas de los acusados les hace pensar que hay una “zona oscura” y que la magnitud de los abusos es presuntamente mucho mayor. En el 33,9% de los casos se llevó a cabo un procedimiento sancionador de derecho canónico y un cuarto de ellos terminó sin sanciones. Las sanciones drásticas o irreversibles como la expulsión fueron un número menor. La mayoría de los castigos fueron leves “como el traslado, con potenciales consecuencias problemáticas para el riesgo de reincidencia”.
La investigación asegura que “el abuso sexual es siempre un abuso de poder que puede ser facilitado por las estructuras clericales autoritarias de la Iglesia católica”.
“Los colegas trabajaron en condiciones muy difíciles, pero aún así los resultados son impresionantes”, cree Pfeiffer. Como él, también Thomas Pfister, abogado criminalista que dirigió una investigación de cientos de abusos en el monasterio bávaro de Ettal, piensa que es una buena noticia que haya una investigación como la que ahora se presenta. Pero también cree que falta mucho por saber, que para poder conocer la verdadera magnitud del entramado de agresiones y encubrimiento que arruinó la vida de miles de niños en Alemania “hacen falta fiscales independientes con acceso a todas las pruebas”. Para Pfister en cualquier caso, como para muchas víctimas, el principal problema es que todo empieza a salir a la luz “demasiado tarde”.
También la iglesia evangélica
Christian Rommert es un rostro familiar para muchos alemanes. Este pastor protestante ofrece videomensajes pastorales los fines de semana en la televisión pública. Es además experto en protección de menores y abusos y cree que la situación en la iglesia evangélica alemana no es muy distinta de la católica. Unos 23 millones alemanes profesan esta rama del cristianismo, frente a una ligeramente superior de católicos. “No conocemos la cifra oculta, pero sospecho que es similar”, explica Rommert por teléfono.
Para Rommert, la investigación actual demuestra “que durante mucho tiempo nos equivocamos pensando que estas cosas en las iglesias no pasaban”. Al contrario, este pastor explica que “la violencia sexual es siempre un abuso de poder […] y en las instituciones muy jerárquicas siempre existe el peligro de que se explote ese poder. Si el agresor estaba situado muy alto en la jerarquía, podía silenciar a las víctimas”. “Junto a la obediencia, una aproximación moralista a la sexualidad en lugar de abierta, y la desigualdad entre hombres y mujeres en la iglesia” son para este pastor otros de los factores claves que explican los abusos en el seno de la iglesia. Pero Rommert también piensa que “algo está cambiado” y está convencido de que a raíz de las nuevas investigaciones, cada vez más gente contará lo que le pasó.