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Del velo al burkini · por Waleed Saleh

Sanaa, una mujer afgana que perdió su empleo después de que los talibán se hicieran con el poder en 2021, decía recientemente: «Siento que por el simple hecho de ser mujer en Afganistán seas considerada una criminal». Y añadía: «No me importa lo que me vayan a elegir de ropa. Yo no voy a salir de mi casa de ninguna manera. Es una desesperación».

Según las normas del gobierno talibán, los hombres de la familia son los responsables de vigilar la vestimenta de las mujeres y aquellos que incumplan esas normas serán objeto de castigo, teniendo que rendir cuentas ante las autoridades gubernamentales y la justicia. La mujer que no se ciña a las normas perderá su trabajo.

El velo, en sus variadas formas y diferentes usos, viene siendo desde hace muchas décadas tema de controversia tanto en los países de mayoría musulmana como fuera de ellos.

Su utilización se ha extendido después de la Revolución Islámica de Irán en 1979. Los ayatolás dictaron su obligatoriedad pese al rechazo que demostró la clase media y la izquierda iraní. Aquella revolución se vio como un modelo a seguir por muchas sociedades musulmanas que adoptaron determinadas costumbres exigidas por los ayatolás, como el hiyab.

Por otro lado, el incremento de los ingresos del petróleo en los países del Golfo ha fomentado el apoyo al wahabismo —una de las versiones más estrictas del islam— por parte de los gobiernos y algunos empresarios de la región. Del mismo modo, ha florecido todo un aparato mediático retrógrado que considera el hiyab como necesario y obligatorio para la mujer musulmana. A esto hay que añadir la influencia de los Hermanos Musulmanes y sus grupos afines, cuya prédica ha fomentado el aumento de esta práctica.

Por lo tanto, podemos afirmar que el uso del hiyab moderno es de naturaleza política. Es el resultado de la imposición de algunos estados que gobiernan en nombre de la religión y procuran difundir su modelo para legitimar su existencia utilizando el hiyab como símbolo de su religiosidad, sin preguntarle a la mujer por su opinión.

Los defensores del hiyab justifican su uso alegando varias razones, como que la mujer debe cubrir su cuerpo, sus encantos, para evitar la seducción del hombre y para construir una sociedad virtuosa. Este planteamiento considera al hombre un animal lujurioso incapaz de controlar sus instintos, en especial el sexual. Habrá que evitarlo, por tanto, tapando a la mujer. Según esta interpretación, el hombre es un ser en el que no se puede confiar, no puede ser un buen padre, marido, hijo o hermano. Y la mujer, en este caso, no es más que un recipiente sexual. Se olvida que la mujer puede conseguir el respeto de los demás por su personalidad y su comportamiento, y no por el recato en su forma de vestir.

Pensar que existe una relación entre el hiyab y la virtud social es absurdo. Las sociedades que imponen el hiyab a la mujer y segregan entre los dos sexos no están exentas de relaciones extramatrimoniales. En los países de mayoría musulmana son muy conocidas las operaciones de la reconstrucción del himen. Las casas de citas están llenas de mujeres con hiyab y aquellas que se ofrecen para contraer al-muta’a o matrimonio de placer -que es una forma de prostitución camuflada en Irán, Iraq y Líbano- también son mujeres veladas.

Desde el punto de vista religioso, la obligatoriedad del hiyab en el islam es dudosa. Se supone que su imposición aparece en el versículo coránico que dice: «¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas. Dios es indulgente, misericordioso» (33:59)

La mayoría de los exegetas consideran que este versículo afecta exclusivamente a las mujeres del Profeta y sus compañeros, y no al conjunto de las mujeres musulmanas. De hecho, las esclavas, según buena parte de los clérigos musulmanes, no están obligadas a llevar el hiyab. Una auténtica contradicción. El islam hereda esta tradición de prácticas preislámicas. El reconocido arqueólogo, egiptólogo e historiador estadounidense James Henry Breasted, que incluyó el Cercano Oriente en la civilización occidental, afirma en su libro The Conquest of Civilization (1926), que los asirios son el primer pueblo que impuso en sus leyes el hiyab para las mujeres nobles y libres, excluyendo a las demás mujeres, con el fin de distinguirlas de la clase popular. Esta tradición pasó a los persas y después a los árabes, que la aplicaron en el islam. Cubrir el cabello es también signo de devoción en las otras dos religiones abrahámicas.

Y como si la polémica del hiyab o el velo no fuera suficiente, ha surgido hace unos años el debate acerca del burkini. Esta indumentaria apareció en 2007, diseñada por Aheda Zanetti, una australiana de origen libanés que en 2004 había diseñado también el hijood, nombre compuesto de hijab y Hood (capucha) para que la mujer musulmana pudiera practicar ciertos deportes. El nombre de burkini a su vez se compone de burka y bikini que cubre el cuerpo de la mujer desde la cabeza a los pies.

Desde su puesta en el mercado, esta prenda ha estado rodeada por la polémica y ha sido motivo de discusión entre las autoridades políticas y religiosas tanto en el mundo musulmán como fuera de él. La mayoría de los países del mundo lo prohíben teóricamente por motivos de higiene y también por razones de estética, además de por ser un símbolo del islamismo radical. El pasado mes de mayo, Éric Piolle, alcalde de la villa de Grenoble (Francia) autorizó su uso en las piscinas municipales, decisión que fue seguida de una gran polémica. El ministro del interior francés calificó este acto de «una provocación comunitaria inaceptable que contradice los valores laicos de Francia». Recurrió el ministro ante la justicia para revocar la decisión del alcalde. El alcalde, que pertenece al partido Europa Ecológica los Verdes, ha sido también acusado de utilizar el burkini con fines electorales, teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones legislativas. En cambio, grupos afines al islamismo celebraron la decisión del alcalde y la consideraron como una victoria para la mujer musulmana conservadora. Desde 2019 un grupo de mujeres activistas francesas vienen solidarizándose con las musulmanas dentro de un movimiento llamado «operación burkini». En 2016 se organizó una manifestación ante la embajada francesa en Londres bajo el lema «vístete como quieras» en apoyo al uso del burkini a raíz de la su prohibición en el país galo.

El uso del burkini en piscinas públicas está prohibido también en países como Marruecos, Túnez, Egipto, Siria, Líbano… En los parques acuáticos conocidos en Egipto como «aldeas turísticas» suelen colocar un anuncio en las entradas de las piscinas que expresan la obligación de llevar «ropa normal de baño». Y como la palabra «normal» podía interpretarse de diferentes modos, empezaron a poner un cartel donde están dibujadas las prendas «anormales» entre ellas el burkini. El actor y miembro del parlamento egipcio Yehia El-Fakharany hizo el pasado mes de mayo una declaración sobre esta prenda diciendo que «es vergonzosa porque se pega demasiado al cuerpoy descubre más las formas». Sus palabras levantaron una tormenta de críticas entre los defensores del hiyab. Su esposa, la escritora Lamis Jaber quiso suavizar las palabras de El-Fakharany diciendo que ella había probado el burkini y que era una prenda muy incómoda. Dijo también que «algunos van a cualquier lugar llevando su cultura personal e intentando imponerla a los demás conforme a sus deseos. Es un error. Yo creo en las libertades personales siempre que no dañen a los demás, respetando las leyes de cada país».

Muchas mujeres veladas creen que el burkini es un invento que les abre las puertas para poder participar y disfrutar de un deporte como la natación. Otras piensan que esta prenda protege la piel. Algunas consideran que su prohibición es una violencia contra la mujer. Existen también musulmanas veladas a las que no les gusta el burkini porque se sienten extrañas al ponérselo, además de llamar la atención de los demás.

La escritora libanesa Maya El Hajj publicó en árabe en 2014 su novela Burkini: confesiones de una mujer velada, que plantea una serie de preguntas como: ¿de qué modo una mujer velada ve su cuerpo y cómo ve el cuerpo de otros?, ¿cómo interactúa con una sociedad abierta en la que vive?, ¿el velo es un desafío o una imposición? Su protagonista es una mujer pintora y velada que narra su experiencia con el arte y la vida. Le gusta pintar cuerpos femeninos desnudos, mientras que su propio cuerpo lo tiene tapado. Es un personaje sorprendente en su atrevimiento, enajenamiento y rareza. Afirma la autora que ella eligió este título para la novela porque es una mezcla de dos palabras: burka y bikini, que encierra una clara contradicción que refleja la vida de una mujer que vive un conflicto que le obliga a optar entre dos modos de vida muy diferentes. La protagonista se siente dividida entre su recatada ropa y sus ideas liberales, entre el velo que cubre su cabeza y la atracción de los cuerpos desnudos, entre el burka y el bikini. La novela, en resumen, penetra en el mundo íntimo de una mujer que vive un violento conflicto interno que va desde su imagen ante el espejo, llena de vida y belleza, a una mujer sin cabello y un cuerpo sin formas.

Y los clérigos, guardianes de la moral, ¿cómo iban a dejar esta oportunidad sin dar su opinión, su sentencia? Mahmud Shalabi, secretario de la fetua en Dar Al Ifta de Egipto, un organismo de asesoramiento, justicia y gobierno islámico, dijo del «traje de baño legal» -nombre que dan las autoridades musulmanas al burkini- que «si esta prenda cubre correctamente el cuerpo de la mujer que es «awra» (vergüenza) sin ser transparente o demuestre sus formas, entonces su uso será lícito». Otros lo ven como un invento absolutamente rechazable.

La polémica sobre el burkini  sigue en todas partes, especialmente cuando se acerca el verano. Para sus detractores es antihigiénico, antiestético y símbolo de fanatismo. Sus partidarios lo defienden como parte del recato que exige el islam a la mujer.  Estos, además, y según muchas entrevistas, no ven nada malo en que una mujer que lleve bikini en la piscina sea objeto de acoso como una actitud educativa. Sus miradas suelen ser despectivas porque  sienten una superioridad moral y suelen dirigirse a estas mujeres pronunciando expresiones que les hagan recuperar la conciencia y la vuelta a la decencia poniéndose el hiyab, el niqab o el burkini.

Está claro que el mundo del velo y del burkini no es una cultura de convivencia y tolerancia. Son prendas que limitan la libertad de la mujer con argumentos irracionales. La mujer en este caso es vista como sinónimo de la virtud, la castidad y el pudor. Al incumplir este papel se entendería que ella sería culpable de la discordia social. El traje de baño aquí también es un factor de clasificación social y moral. Qué burla de la inteligencia humana cuando la abundancia de la tela significa rectitud y su escasez indecencia.

Cabe decir, por último, que muchas de las mujeres veladas o las que usan el burkini no son conscientes de que son víctimas de circunstancias políticas y sociales que han centrado su atención en el cuerpo de la mujer, en vez de abordar otros temas como las libertades, los derechos, la mejora de las condiciones del trabajo y la igualdad económica y social. Poner el foco desde el ámbito político y mediático sobre la vestimenta de la mujer musulmana no hubiera sido posible en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Por lo tanto, todos deberíamos reflexionar y preguntarnos: ¿qué ocurrió durante estas últimas décadas para que los intereses tanto políticos como sociales se hayan desviado tanto?, y lo más preocupante es que las más perjudicadas no se den cuenta de ello.


Waleed Saleh, miembro del Grupo de Pensamiento Laico.

El grupo Pensamiento Laico está integrado además por Nazanín Armanian, Francisco Delgado Ruiz, Enrique J. Díez Gutiérez, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay y Ana María Vacas Rodríguez.

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