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De niña a mujer sin ‘burka’

Le pregunto a una niña cántabra de doce años lo siguiente: «¿Tú sabes lo que es el 'burka'?». Me responde que no. Le explico que el 'burka' es una prenda de vestir tradicional en la mujer musulmana, especialmente la afgana, que oculta totalmente el cuerpo, y que sólo una rejilla a la altura de los de los ojos le permite ver pero no ser vista. Tiene también sus manos cubiertas. «¿Qué opinas acerca de esto?», le planteo nuevamente. Duda unos instantes pero finalmente me contesta: «Me parece bien que estas mujeres sigan su religión, pero no es justo vivir tapada, sin que nadie pueda ver su cara, reconocerla o saber cómo se llama». El 2 de julio de 2009, en Versalles, de forma exageradamente solemne, el Presidente de Francia sentenció ante los diputados y senadores del país vecino: «El 'burka' no es bienvenido en el territorio de la República francesa». Antes de esta declaración de intenciones, otra frase acerca de que «la cárcel andante que es el 'burka' no es un derecho» había traspasado ya el territorio galo para propiciar que el debate llegara también a otros países. Francia quiere seguir los mismos pasos de Suecia, Italia y Holanda que cuentan ya con una legislación que prohíbe llevar vestimentas como el 'burka' y el 'niqab' (prenda que cubre hasta las rodillas y sólo deja libres los ojos) en aras de garantizar el laicismo (doctrina que defiende la independencia del hombre y de la mujer o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa). No se trata pues de regular estas vestimentas en sí, sino respetar a una sociedad en su conjunto donde viven y caben todas las maneras de pensar, sólo con una exigencia común: que todos/as respeten a todos/as. La pregunta es si llevar el 'burka' respeta este fundamento básico.
Sabedores de que la gente habla e incluso la ciudad más grande del mundo sigue siendo como un pequeño pueblo en el que todos conocen a todos, y todos le cuentan a todos lo que ven y saben, diputados franceses de muy diferentes ideologías como la derecha, socialistas y centristas se habían unido contra el 'burka' y su cada día mayor expansión. La lucha la inició un diputado comunista del departamento de Rhone. Frente a los que piensan que el 'burka' tiene algo de 'servil y degradante', surgen las voces de respeto a las costumbres de las mujeres que lo visten, a las que se suman incluso editoriales de importantes medios de comunicación como Le Monde que se pregunta cómo harán los legisladores para prohibir en la calle una determinada forma de vestir como señalando que se puede empezar por el 'burka' y seguir con lo que imponen otras religiones. Ya lo había avisado antes que el periódico el Presidente del Consejo Francés del Culto Musulmán al señalar como contraproducente impedir que estas mujeres vistan así, porque se van a recluir en sus casas sin salir a la calle y sólo con educación es posible cambiar estos hábitos. ¿Es así, a base de educación se puede erradicar el 'burka' y lo que supone de denigrante para la mujer que lo porta? Sólo con plantear que el 'burka' no es un signo religioso, sino un signo de sometimiento a las mujeres, la organización terrorista Al Qaeda amenazó con vengarse de Francia. Europa, en lo que supone su esencia como cultura donde impera la libertad, la igualdad entre sexos y los derechos individuales, no puede tolerar la implantación en su territorio de esta manera de vivir la vida a oscuras dentro de un 'burka'. La educación para las mujeres que lo han llevado toda su vida ha llegado ya tarde, pero no para sus hijas, nacidas ya muchas de ellas en Europa. El respeto a las tradiciones puede chocar frontalmente cuando no se respeta la legislación, los derechos y las costumbres del nuevo país en que vives, para lo bueno y para lo malo. Desde siempre, Europa ha sido generosa con las costumbres de las minorías, pero cuando existen pruebas de que vestir el 'burka' crece y se extiende en determinados puntos de mayor concentración de población musulmana, un Estado tiene derecho a recordar las reglas de convivencia laicas, donde las religiones no pueden imperar sobre las leyes y la educación. Puede que Francia haya mentado la bicha en un momento en que se tratan de arreglar los desaguisados del pasado con dialogo, con alianzas y sobre todo con respeto a otras formas de vivir, de pensar y de rezar. Correcto, todo ello me parece muy bien, siempre y cuando las reglas se cumplan por ambas partes. Todos sabemos a lo que te expones y has de hacer y respetar si viajas a los países donde se viste el 'burka', el 'niqab', el 'hiyab' (velo que deja al descubierto la cara), el 'shayla' (pañuelo largo) o el 'chador' (cubre todo el cuerpo). Con la ampliación a una Europa tan grande, los europeos somos hoy también más celosos que nunca del respeto visible a nuestra forma de vida, sin olvidar el papel esencial que juegan las mujeres en nuestras sociedades. Este tema, iguales para todo, han formado siempre parte de nuestro ser europeos y europeas, y no queremos renunciar a él.
Quizás, y así lo planteo, el debate ha sido erróneo por ambas partes, a la hora de citar tanto a la prenda de vestir en sí y lo que conlleva, y de respetar las costumbres porque el 'burka' no es aún un problema visible dentro de Europa. ¿Dónde queda la mujer en este debate? Una mujer musulmana que vive en Francia, España o Alemania, y que recibe de estas naciones todos los derechos y apoyos posibles, debe de tener la libertad de elección de vestir con normalidad, sin renunciar a sus costumbres ni a su religión. La apertura que se pide en estos países (Irán por ejemplo), donde el papel de la mujer debe cambiar, mal se explicaría si Europa se queda inmóvil ante el mismo. No es así, y lo que sucede hoy en Francia tiene aspecto de extenderse al resto de la Unión Europea, más tarde o más temprano. Porque el auténtico debate no es la mujer con 'burka' o sin 'burka' sino la mujer, su libertad y sus derechos, tenga la religión que tenga. A mi joven amiga le había hecho una última pregunta con la que acabo. «¿Qué harías si te encuentras a una niña con 'burka'». «Nada», me dice. «¿Y sin 'burka'?». «Una vez que la he visto y conocido, jugar». De niña a mujer, jugar es la mayor de las libertades que impide llevar el 'burka'.
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