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¿Cuándo nos sacudiremos definitivamente el yugo de la Iglesia Católica?

Habían transcurrido pocas horas desde que envié mi último artículo al periódico. En él criticaba al ministerio de Defensa por ceder a la Iglesia Católica las instalaciones públicas de la base aérea de Armilla (Granada) para celebrar la beatificación del fraile malagueño Leopoldo de Alpandaire. Aún no había empezado a escribir el siguiente, para el que tenía pensado tratar un tema político de actualidad, cuando me vuelvo a topar con la Iglesia. Escucho por la radio, en uno de sus boletines horarios, que el Papa se acaba de referir al matrimonio homosexual, a los avances de la biotecnología y a los medios de comunicación pero que, además, no lo hace en su calidad de líder espiritual sino en la de su condición de jefe del Estado Vaticano. De hecho ha tratado de estos temas en el discurso de bienvenida al nuevo embajador alemán ante la Santa Sede, Walter Jurgen Schmidt.

Y a decir verdad, no ha dejado títere con cabeza ni cabeza sin achicharrar. A los medios de comunicación les recrimina, en referencia a las críticas al Vaticano desde Gobiernos y Parlamentos por los deleznables casos de pederastia al descubierto, que aquellos hacen primar el logro de las máximas audiencias “en detrimento de la verdad ”.

Respecto al matrimonio homosexual ha reiterado su total rechazo ya que, a su juicio, trata de “eliminar el concepto cristiano de matrimonio y de familia de la conciencia de la sociedad” y “contribuyen al debilitamiento de los principios del derecho natural y por tanto, a la relativización de toda la legislación y a la confusión sobre los valores en la sociedad”.

Y, por último, en relación a la biotecnología, ha lanzado una seria advertencia: “Una vez que se empieza a distinguir entre vida digna e indigna de vivir, no estará a salvo ninguna otra fase de la vida, y aún menos la ancianidad y la enfermedad”.

No cabe la menor duda de que la Iglesia Católica, a través de los propagadores de sus dogmáticas creencias, sabe de lo que habla cuando hace crítica sobre la búsqueda de la audiencia con menoscabo del conocimiento de la verdad; dos mil años practicando desde los púlpitos de sus iglesias, desde los tribunales del Santo Oficio o desde los boletines oficiales de las dictaduras que ha apoyado, le hace ser una acreditada especialista en camuflar ante sus oyentes la auténtica verdad, la que se va descubriendo “piano a piano” con la herramienta de la razón y no aquella que tiene que ir desdiciéndose a sí misma a medida que la razón la pone en evidencia.

Pero lo que es inasumible desde un punto democrático es que una organización, cualquiera que sea su predicamento en la sociedad, rechace la legislación que sea contraria a su ideario. Podrá criticarla, censurarla y hasta promover iniciativas legislativas para modificarla, pero una ley en vigor obliga a todos, incluso a la Iglesia Católica. Los tiempos en los que las leyes, al menos en nuestro país no hace demasiado, estaban inspiradas por la doctrina de esta Institución al margen de cualquier otra ideología y eran impuestas a católicos y no católicos; aquellos tiempos… pasaron a mejor vida. Al menos eso espero.

Resulta por ello incomprensible que el gobierno de la nación siga comportándose de forma sumisa -por ejemplo: cediendo instalaciones públicas para sus particulares ceremonias- con aquellos que durante tantos años nos impusieron a sangre y fuego -y casi no hablo en sentido figurado- su reaccionaria forma de pensar, su pacata moralidad y sus infumables creencias.

Y que conste que no hablo de revanchismo porque caería en la misma intolerancia, fanatismo e imposición que critico. Hablo, sencillamente, de laicismo. ¡Cada uno en su casa y Dios en la que le acoja!

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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