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Cuando la religión es tóxica

Acaba de trascender una noticia en la cual se informa que ciertos pastores de la iglesia Cristiana conocida como Word of Faith Fellowship sometieron a innumerables feligreses a tormentos psicológicos y físicos, en los que eran vapuleados, insultados, golpeados y amenazados con castigos eternos si no se sometían a las doctrinas de los pastores que dirigían dicha congregación. Cuarenta y tres de estas víctimas se han unido y lanzado denuncias espeluznantes de lo que sucedía en esta iglesia evangélica.

La pregunta obligada es: ¿no se supone que las iglesias sean templos de paz, ternura y amor? Ciertamente lo pueden ser. Sin embargo, dentro del seno de las religiones también hay oscuridad y tinieblas. Solo hay que dar un vistazo somero y notamos guerras santas, discursos de exclusión y de odio (los judíos han sido víctimas encarnizadas de esto), creencias dogmáticas que muchas veces han atrasado la ciencia y la medicina, abuso sexual a menores de edad por un número significativo de sacerdotes y pastores, entre otros.

Sin embargo, un área que causa mucha preocupación se relaciona al tema de la influencia enorme que tienen los líderes religiosos sobre las masas de creyentes. Típicamente los creyentes entregan su intelecto y su cuerpo al dogma que en determinada iglesia se promueve. Los sacerdotes o pastores son exaltados y vistos como portavoces de lo que Dios desea y pretende con la raza humana. Dudar del líder religioso se convierte en un acto de traición a Dios y en el peor de los casos de acusaciones nefastas de apostasía. Incluso, muchas veces se interpreta que el que duda o cuestiona lo hace por ser portavoz de influencias demoniacas.

No olvidemos que muchas personas tienen una necesidad imperiosa de buscar, en la religión y sus líderes, verdades absolutas y significados de vida. Esto lo saben muy bien los líderes religiosos, quienes de manera lamentable y abusiva pueden engendrar creencias aberrantes, estilos de vida de exclusión de la sociedad, estigmatizar a los que no creen como ellos y desarrollar una arrogancia peligrosa de que “nosotros” somos mejores que “los otros”.

Esta conjunción de personas vulnerables, dispuestas a anestesiar su intelecto, y de entregarse incondicionalmente a la voluntad de los líderes religiosos, ha tenido consecuencias funestas. En el caso de la orden del Templo Solar (Suiza y Canadá) se suicidaron 53 creyentes; en el rancho del Portal del Cielo (California) 39 personas se suicidaron grabando vídeos alegando lo feliz que se sentían de seguir a sus líderes “al próximo nivel”; y el desastre de Guyana donde murieron 914 personas, son algunos ejemplos fehacientes de esto.

Todo esto resulta inevitable cuando nos enfrentamos con una realidad contundente: los líderes religiosos, pastores y sacerdotes son seres humanos con sus prejuicios, equívocos, debilidades, y flaquezas. Esto explica, entre otras cosas, cómo en Australia acaba de salir un informe que documenta que 4.444 personas han levantado la voz de haber sido abusadas sexualmente por diversos líderes religiosos.

¿Qué podemos aprender de todo esto? Lo más fundamental es no silenciar nuestro sentido crítico. La razón nunca debe ser anestesiada, no importa cuánto la persona estime a su líder religioso. Si la persona nota que su líder religioso somete a sus feligreses a castigos recurrentes, conductas sexuales indeseadas, temores morbosos con infiernos y demonios, dominio sobre sus finanzas, sabotea el uso de ayuda médica, y endosa una vida de sometimientos y temores, entonces ese es un buen momento para cuestionar si ese líder religioso está fomentando una espiritualidad que conecte a la persona con bienestar y unión con la humanidad.

Como muchos comentaristas han indicado, la religión tiene ambas naturalezas: lo dulce y lo amargo. Cuidado con el lado amargo, el cual solo recrudece la exclusión, la arrogancia y el fanatismo que es la base de tantas injusticias sociales.

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