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Los abusos de una orden religiosa en Estados Unidos que pretenden amparar en la Constitución

La líder de la iglesia afirmó que cualquier acto disciplinario está protegido por la Constitución de Estados Unidos

La promesa de paz interior y una vida eterna atrajo a gente de todo el mundo a esta pequeña ciudad al pie de las montañas Blue Ridge, pero se encontraron con algo muy distinto: años de terror en nombre del Señor.

Los fieles de la orden Word of Faith Fellowship eran golpeados, estrangulados, tirados contra puertas y paredes en unos rituales violentos que supuestamente purificaban a los pecadores y expulsaban al diablo, según 43 antiguos miembros que hablaron separadamente con The Associated Press en entrevistas exclusivas.

Las víctimas de estos hechos de violencia incluyeron niños,  preadolescentes y hasta bebés, que eran sacudidos con fuerza, se les gritaba y a veces hasta se les pegaba con el pretexto de ahuyentar a los demonios.

«Vi a mucha gente que fue maltratada a lo largo de los años. Niños a los que les pegaban en la cara y les decían satanistas», afirmó Katherine Fetachu, de 27 años, que pasó casi 17 años en la iglesia.

Word of Faith también sometió a sus miembros a una práctica llamada «blasting» (voladura o explosión), en la cual les gritan cosas a una persona, a veces por horas, con la creencia de que eso espantaría a los demonios.

Como parte de una investigación de 18 meses, The Associated Press revisó cientos de páginas de documentos y horas de conversaciones con Jane Whaley, la líder de la orden, que fueron grabadas en secreto por sus fieles. The Associated Press encontró asimismo a decenas de personas que dejaron esa orden.

Los entrevistados, la mayoría de los cuales se criaron en la iglesia, dicen que los líderes Word of Faith llevan décadas encubriendo sus actos para frustrar investigaciones de las autoridades y los servicios sociales, llegando incluso a obligar a que niños y adultos mientan al ser interrogados.

Dijeron que los miembros tenían prohibido buscar atención médica fuera de la orden para atenderse sus lesiones, que incluían cortes, torceduras y fisuras de riñones.

Varios exmiembros aseguran que algunos fieles fueron violados, incluidos menores.

Los exmiembros dicen que decidieron hablar porque se sienten culpables de no haber hecho nada para frenar los abusos y porque temían por la seguridad de los menores que siguen en la iglesia, que se cree serían unos 100.

Whaley negó tajantemente que ella o algún otro líder de la iglesia hayan abusado de nadie y sostiene que cualquier acto disciplinario está protegido por la Primera Enmienda a la Constitución, que ampara la libertad de expresión y de culto.

Exmiembros dicen que siempre hubo violencia. Los menores eran sacados de sus casas y ubicados en las de pastores, donde eran golpeados y sometidos a sesiones de «blasting». A veces no les permitían tener contactos con sus familias por una década.

Durante años, los varones considerados los peores pecadores fueron mantenidos en un antiguo depósito de cuatro ambientes en un sectorconocido como Lower Building. No veían a sus familias por hasta un año, no sabían cuando los soltarían y a veces soportaban prolongadas tundas y sesiones de «blasting», según más de dos decenas de los entrevistados.

Los maestros de las escuelas primaria y secundaria alentaban a los estudiantes a que golpearan a los compañeros que se distraían, sonreían o tenían un comportamiento que según los líderes indicaba que estaban poseídos por el diablo, afirmaron los exmiembros.

«No bastaba con gritarles para expulsar los diablos: Había que echarlos a fuerza de golpes», declaró Rick Cooper, de 61 años, un exmarino que pasó más de 20 años en la orden y crió nueve niños en la iglesia.

La orden Word of Faith Fellowship ha estado en la mira de la policía, los servicios sociales y la prensa varias veces desde la década de 1990, sin que se comprobara nada irregular, en parte porque los fieles se negaban a cooperar.

Algunos antiguos miembros ofrecieron una explicación más doctrinal al silencio de décadas: A menudo se les decía que Dios los castigaría con la muerte si traicionaban a la iglesia.

Word of Faith Fellowship fue fundada en 1979 por Whaley, una exmaestra de matemáticas, y su esposo Sam, exvendedor de autos usados.

Los dos figuran como pastores, pero los entrevistados dicen que Whaley, una intensa predicadora carismática cristiana, es quien manda como una dictadora y a veces es la encargada de castigar a los feligreses.

Tiene una cantidad de normas estrictas que le permiten controlar las vidas de los fieles, decidiendo incluso si se pueden casar o tener hijos. La primera regla: nadie puede quejarse ni cuestionar su autoridad. Quienes desobedecen se exponen a humillantes condenas desde el púlpito o —peor todavía— a castigos físicos, de acuerdo con los entrevistados.

Bajo la conducción de Jane Whaley, la iglesia pasó de tener un puñado de simpatizantes a sumar 750 miembros, la mayoría de ellos en un complejo de 14 hectáreas protegido por guardias de seguridad y ubicado detrás de una hilera de árboles.

La orden tiene otros 2,000 miembros en iglesias de Brasil y Ghana, así como ramas en otros países.

Los asistentes a seminarios internacionales sobre la Biblia que se realizan dos veces al año son alentados a radicarse en Spindale, una comunidad de 4,300 personas a mitad de camino entre Charlotte y Ashville. El «lado oscuro» de la iglesia comenzaba a asomar después de que estas personas habían vendido sus casas y se habían instalado en Carolina del Norte.

Por entonces, aislados de sus familias y amigos y convencidos de que Whaley era una profeta, tenían miedo de salirse o de denunciar lo que sucedía, afirmaron.

A la luz de las represalias que tomaba Whaley contra quienes consideraba que la traicionaban, los exmiembros dicen que esperan no sufrir consecuencias ahora que muchos de ellos han dado la cara.

«La mayor parte de mi vida tuve miedo, pero ya no lo tengo», expresó John Cooper, uno de los hijos de Rick Cooper.

De todos modos, muchos exmiembros dicen que no pueden superar los malos recuerdos, ni las pesadillas, y que tienen miedo de lo que le pueda pasar a los familiares que siguen adentro.

Danielle Cordes, hoy de 22 años, dijo que sufre profundas lesiones psicológicas tras pasar más de tres cuartas partes de su vida en el mundo de Whaley.

Hace tres años, la última vez que trató de visitar la casa de sus padres, su padre le tiró la puerta en la cara sin decir una palabra. Cada vez que llama por teléfono a la casa de sus padres, le cuelgan.

«Necesito a mi familia, pero ya no la tengo», se lamentó.

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