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¿Cuándo es el Día (laico) de España?

El pasado 12 de octubre volvió a celebrarse la Fiesta Nacional de España. Para unos, motivo de orgullo patrio, para otros, nada de nada. ¿Debería ser la Fiesta Nacional ese día, o debería ser otro? ¿Qué significa una Fiesta Nacional en un sentido laico?

La Fiesta Nacional en España está recogida en la Ley 18/1987, de 7 de octubre, que en su exposición de motivos dice así:

La conmemoración de la Fiesta Nacional, práctica común en el mundo actual, tiene como finalidad recordar solemnemente momentos de la historia colectiva que forman parte del patrimonio histórico, cultural y social común, asumido como tal por la gran mayoría de los ciudadanos.

Sin menoscabo de la indiscutible complejidad que implica el pasado de una nación tan diversa como la española, ha de procurarse que el hecho histórico que se celebre represente uno de los momentos más relevantes para la convivencia política, el acerbo cultural y la afirmación misma de la identidad estatal y la singularidad nacional de ese pueblo.

La normativa vigente en nuestro país a este respecto se caracteriza por una cierta confusión, al coexistir, al menos en el plano formal, distintas fechas como fiestas de carácter cívico o exclusivamente oficial.

Se hace conveniente, por lo tanto, una nueva regulación para dotar inequívocamente a una única fecha de la adecuada solemnidad.

La fecha elegida, el 12 de Octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos.

Sin embargo, el día 6 de diciembre también es festivo por ser la efeméride del referéndum de la Constitución. ¿No debería ser este el Día Nacional? De hecho, la propia ley se refiere sin mencionarlo a ese día cuando dice que hay “cierta confusión, al coexistir, al menos en el plano formal, distintas fechas como fiestas de carácter cívico o exclusivamente oficial”. Aquí tenemos dos fechas alternativas para celebrar lo que es España. Dos fechas totalmente distintas en significado.

El 12 de octubre remite a la historia, a lo empírico, a lo dado, a lo que de hecho ha ocurrido. Sin embargo, el 6 de diciembre remite a un acto voluntarista, a lo que fue porque así lo quiso la mayoría de los españoles. El 6 de diciembre se aprobó una Constitución, es decir, la norma jurídica principal que articula los principios y valores superiores de la organización y la convivencia en este país. La pregunta ¿qué día debe ser la Fiesta Nacional?, remite a la cuestión de ¿cómo nos definimos los españoles?: ¿por cuestiones históricas y empíricas, o por la libre y soberana decisión de los propios españoles? No da igual una respuesta que otra, porque una nos ata identitariamente como pueblo a una historia, mientras que otra nos coloca en el plano transcendental de la libre voluntad de un pueblo que se autodetermina a sí mismo en lo que quiere ser y lo plasma en un texto. Un texto constitucional que, como su nombre indica, lo constituye como tal pueblo, le da su constitución o estructura fundamental.

La Constitución expresa la soberanía del pueblo que se hace a sí mismo, que se elige, en el sentido de que decide por sí mismo qué y cómo quiere ser. Y, si de verdad es soberano, lo hace con independencia de su historia y de todo lo empírico. Un pueblo soberano es aquel que, aunque su historia sea una historia de guerras, conquistas, imperialismo o violencia, decide un día, por sí mismo y porque le da la gana, constituirse como un pueblo pacífico, cooperativo, respetuoso y dialogante, y reconocerse a sí mismo en esa libre decisión de su voluntad soberana, desligándose absolutamente de su pasado si hace falta.

Un pueblo que se reconoce en su historia no es soberano, salvo que ese reconocimiento sea porque su historia expresa su libre voluntad. Porque entonces la soberanía no estaría en su libre voluntad sino en su historia, en su pasado: estaría atado a lo que ocurrió antes y no tendría el poder de autodeterminarse, que es lo que significa la soberanía. La soberanía no es un acto dereconocimiento sino de creación. El pueblo soberano se crea a sí mismo en el momento de darse su Constitución, se constituye a sí mismo en ese momento. El momento constitucional es un momento transcendental, crítico, no empírico. Para serlo, debe distanciarse, precisamente, de lo empírico, de su historia, para transcenderlo hacia lo que quiera ser él mismo.

Exactamente de la misma forma que un adulto autónomo es la persona que piensa por sí misma y decide su propio destino, independientemente de su familia y su pasado. La persona autónoma es la que es capaz de rechazar un matrimonio concertado por sus padres porque no quiere casarse con quien no ha decidido él mismo o ella misma. La persona autónoma es la que toma sus propias decisiones, incluso en contra de las de sus antepasados. Es quien decide ser artista aunque su padre le haya educado para ser médico, sin sentirse traidor a su padre sino orgulloso de su libertad y autonomía. Es su padre quien lo hace mal si se lo reprocha (por chantaje emocional). Un acto libre nunca puede ser motivo de vergüenza sino de orgullo. Libre, autónoma y soberana es la mujer que decide por sí misma quitarse el velo, no ser la cuarta esposa de un hombre y leer a Dawkins o Dennet en vez de cubrirse el pelo, permanecer en un harén o recitar el Corán. No le debe absolutamente nada a ninguna cultura, pueblo o religión. Puede desligarse de todo eso y autodeterminarse. Si no entendemos esto, no entendemos el concepto de soberanía.

La soberanía nacional es el equivalente colectivo de la autonomía individual. Para el filósofo laicista Gonzalo Puente Ojea, la laicidad se basa en la dignidad de la persona y ésta en su libertad de conciencia, en que su conciencia es libre y puede autodeterminarse racionalmente. Para la iglesia católica, esta idea de “conciencia libre” es herética, y le contrapone la de “recta conciencia”: la conciencia que reconoce la verdad revelada y se pliega ante ella. Por eso la iglesia católica nunca podrá asumir la laicidad, dice Puente Ojea, porque eso implicaría aceptar la “libre conciencia” en vez de la “recta conciencia”, o lo que es lo mismo, rechazar que haya una verdad revelada y afirmar la libertad de la conciencia autónoma que se da sus propias normas en vez de aceptar otras externas (que sería la heteronomía).

De la misma forma, un pueblo solo puede ser libre, soberano y autodeterminarse si no tiene que plegarse ante ninguna historia, lengua o característica empírica que le impida ser lo que quiera ser incluso en contra de esa historia, lengua o lo que sea. Las naciones modernas no se hayan unidas por su historia, sino por su libre voluntad. No son pueblos con una historia que deban preservar y perpetuar tal cual solo porque es la que es. Ni mucho menos porque hablen tal lengua, crean en tales dioses o tengan tal RH o color de piel. Una nación es una nación soberana porque quiere serlo, porque así lo decide en el momento en el que se constituye como tal dándose una Constitución a sí misma. Una Constitución donde establece lo que ella quiere establecer, sin ninguna deuda con el pasado o la historia que deba reconocer.

Según la filósofa laicista Catherine Kintzler, esa idea del pueblo que se autodetermina a sí mismo en el momento transcendental y constituyente de la Constitución, es la gran aportación francesa a la laicidad. Es en ese momento constitucional en el que el pueblo como laos (origen griego de la palabra “pueblo”) se constituye como tal pueblo político, independientemente de cualquier pertenencia comunitaria previa. Es cuando se da el salto de lo que el pueblo era o eshasta ese momento, hacia lo que quiere ser por sí mismo. Eso hizo el pueblo francés en la revolución de 1789, cuando rompió con lo que era antes (antiguo régimen) y decidió ser lo que su libre voluntad determinara. La revolución francesa marca esa idea de empezar de cero, de romper con la tradición heredada y realizar la propia libertad sin hipotecas del pasado.

Esto no significa ignorar la historia, sino reapropiársela críticamente. Otro pensador laicista, Henri Peña-Ruiz, apunta esto con su diferencia entre mismidad e ipseidad, y que apuntamos en otro texto. Los individuos que se eligen a sí mismos y se conforman libremente como nación política, pueden reconocerse en su historia de un modo crítico. Es decir, son conscientes de su historia y su pasado, pero no se los apropian tal cual sino críticamente. Y aquí el criterio de la crítica son los valores y principios que se hayan establecido a sí mismos en su Constitución. Al repasar su historia, se reconocerán en aquellos momentos que expresen esos valores y principios, pero no en aquellos otros que sean en sentido contrario. Incluso, podrán elegir algún capítulo de su historia como símbolo especial si lo consideran suficientemente significativo o metafórico de esos valores y principios constitucionales que les dan su identidad política. Por ejemplo, si entre sus valores está la libertad, algún acontecimiento histórico que represente esa libertad o la lucha por conseguirla (por ejemplo, la toma de la Bastilla para los franceses).

Los españoles se dieron una identidad colectiva basada en los principios que establece el artículo 1 de la Constitución: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Esa es la esencia constitucional de España, y eso es ser español. Quien oprime, quien discrimina, quien comete injusticia o pretende una dictadura, no es un buen español, por mucha bandera, aguilucho o cara al sol de los que haga gala. Sin embargo, el 12 de octubre no refleja esos valores. Cuando alguien piensa en el 12 de octubre no le vienen a la cabeza inmediatamente la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo político. Le vienen el imperio español, la conquista, genocidio y destrucción de las culturas amerindias, la imposición de la ley española y la religión cristiana a los otros pueblos, la unidad nacional-religiosa por exclusión de judíos y musulmanes, la monarquía como forma de gobierno, etc. No es algo de lo que estar orgulloso y con lo que identificarse.

Comparado con el 12 de octubre, el 6 de diciembre es mucho mejor candidato como Día Nacional. No obstante, el texto constitucional aprobado ese día de 1978 deja mucho que desear. El Día Nacional debería ser el día que el pueblo español pueda darse una nueva Constitución y constituirse como una República con todo lo que eso implica. En la línea de aquel 14 de abril en el que el pueblo español decidió proclamar una República y el 9 de diciembre que se constituyó libremente con esta identidad en el art. 1 de la Constitución de 1931:

España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.

Ese día sí tendremos una fecha para estar orgullosos y decir: ¡Viva España!

Bibliografía:

Kintzler, Catherine (2005). La República en preguntas. Buenos Aires: Ediciones del Signo.

Peña-Ruiz, Henri (2001). La emancipación laica: Filosofía de la laicidad. Madrid: Laberinto.

Puente Ojea, Gonzalo (2011). La cruz y la corona: Las dos hipotecas de la historia de España. Navarra: Txalaparta.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

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