La construcción de una capilla protestante en Madrid generó entre 1892 y 1893 una intensa protesta de la Iglesia Católica. La Constitución de 1876 permitía el culto privado de otras confesiones que no fueran la católica, pero la construcción de la capilla se consideró como pública. Torres Asensio, a la sazón canónigo lectoral de Madrid, remitió varias cartas a Sagasta, presidente del Consejo de Ministros en ese momento, donde quiso demostrar que dicha apertura era ilegal, escandalosa y funesta, al considerar que el protestantismo era una “doctrina caduca” y que no seguían los españoles. Esta capilla también fue considerada como un hecho desgraciado por parte de Ciriaco María Sancha Hervás, a la sazón obispo de Madrid. No fueron las únicas consideraciones contrarias a esta apertura por parte de la jerarquía eclesiástica española porque se aludió a la misma en distintos documentos posteriores.
Sobre estos hechos es imprescindible la consulta del trabajo de Cristóbal Robles Muñoz, “La otra catedral y el otro obispo de Madrid”, en Anales de Historia Contemporánea, 17, (2001), y que se puede consultar en la red.
Nosotros recogemos la protesta que el librepensamiento español desde Las Dominicales del Libre Pensamiento realizó por las gestiones realizadas por un grupo de señoras de la aristocracia ante Sagasta contra la capilla para que prohibiese su apertura:
Manifestación antievangélica
“No ha ido á pedirle que proporcione pan y abrigo á los infinitos pordioseros que pululan por las calles; no ha ido á pedir que so tenga piedad de esos niños encerrados en el Hospicio como en una cárcel, llenos de escrófulas, con los ojos perdidos, flacos, macilentos, extenuados, por estar sujetos á un régimen cruel que los mismos diputados provinciales denunciaban hace poco á la opinión; no han ido á reclamar piedad para los asilados de San Bernardino, que viven hacinados entre la miseria más espantosa; no han ido á reclamar piedad para los menesterosos, para los desvalidos, para los niños de las casas cunas, para los ancianos acurrucados en las buhardillas, sin luz y sin lumbre en estos crudos días de invierno; para los obreros sin trabajo que devoran entre sus familias hambrientas las más crueles angustias. No han ido á pedir por ninguna do estas obras misericordiosas que, según la tradición evangélica, pidió el Cristo; han ido á pedir que no se consienta la apertura de un santuario que, á nombre del Evangelio y á nombre de Jesús, quieren abrir hombres que se llaman cristianos.
¿Qué religión es la de esas señoras? ¿Dónde está el cristianismo que profesan?
No practican nada de lo que practicó el Cristo y practican lo que él no practicó; piden que no se abran capillas evangélicas, y no piden que se haga la caridad, que se consuele á los afligidos, se socorra á los menesterosos y se sacie el hambre y la sed de los necesitados.
¿Sabrán algo esas señoras de lo que es religión y es cristianismo? ¿Sabrán algo de lo que es y representa el protestantismo en el mundo?
El egoísmo es repugnante; pero aún sería el suyo un egoísmo santo si en Madrid derramaran de tal suerte la beneficencia que no hubieran menester de la ayuda ajena. Pero cuando Madrid está hambriento de caridad y beneficencia, ir á decir al presidente del Consejo: «Cerrad la puerta á los que quieran venir á hacer lo que nosotras no hacemos; cerrad la puerta á los extranjeros que á nombre de una confesión cristiana vienen á traer socorros á los menesterosos.» ¿No es verdad que esto es intolerable?
Nosotros, en Jugar de Sagasta, nos hubiéramos limitado á contestar á esas señoras poniéndoles un libro delante:—«Lean ustedes aquí —si los hombres negros que las envían les han enseñado á leer números de tantas cifras ~¿cuánto dice que gasta en beneficencia el Estado de Nueva-York? No saben ustedes leerlo, pues yo se lo diré: gasta 7 millones de pesos, esto es, 140 millones de reales, más que importa el presupuesto entero del municipio de Madrid. Pues bien, los que han elevado á esa altura la beneficencia pública, allá en América, eran protestantes procedentes de Inglaterra, de ese mismo país de que proceden los que han venido aquí. ¿Qué se hubiera dicho de un presidente del Consejo que allá en América hubiera prohibido á los protestantes abrir capillas, al amparo de las cuales ha llegado á practicarse la beneficencia en esta inmensa escala? ¿No hubiera sido un malvado? ¿No hubiera sido un malhechor? ¿Qué se diría, pues, con justicia de mí, si accediera á la petición de ustedes? Pongan la ruin beneficencia de Madrid á la altura que está en Nueva-York, y entonces vuelvan para que tratemos de sus reclamaciones».
A practicar la caridad, señoras de la aristocracia, que es lo quo aconsejó el Evangelio y no Ja feroz intransigencia aconsejada por ese sacerdocio que ha desgarrado el Evangelio.”
Fuente: Las Dominicales del Libre Pensamiento, número del 30 de diciembre de 1892.