La diputada antiderechos del PRO, Dina Rezinovsky señalo, quizás sin querer, un punto medular en el debate sobre la IVE en la Cámara baja. “Si les molesta Dios, que lo saquen de la Constitución”, sostuvo provocativa.
La Constitución de 1853 y las sucesivas reformas de 1949 y 1994, mantuvieron intactos tanto el Preámbulo como el artículo 2 de la Carta Magna original. En el Preámbulo se apela a la religión como fuente de legitimidad “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”. Mientras que el artículo 2 sostiene que “el Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”.
Las actuales coaliciones patronales, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, se niegan a discutir la separación de la Iglesia del Estado. Peor aún, son fuerzas políticas que lejos de defender el laicismo como principio democrático o republicano, están colonizadas por el catolicismo, tal como se expresa en las divisiones de los bloques en la votación por la IVE. En diputados votaron contra los derechos de las mujeres, el 30% del bloque del FdT, el 40% del bloque de la UCR, el 70% del bloque de la Coalición Cívica y el 80% del bloque del PRO. En el Senado la situación es peor aún: 17 senadores del FdT, 12 de JxCy 6 de los bloques unipersonales aliados a unos y otros, son los que constituyen la hipotética mayoría del voto celesta en la cámara alta.
La única fuerza que voto unánimemente y sin fisuras a favor del derecho al aborto fue el Frente de Izquierda. También es la única fuerza política nacional consecuentemente democrática que plantea la completa separación de la Iglesia y el Estado.
Las divisiones locales del Vaticano
Durante las negociaciones de Yalta por el reparto del mundo pos Segunda Guerra Mundial, Josef Stalin habría objetado la participación de la Iglesia Católica poniendo en cuestión el poderío militar de la ciudad romana: “¿cuántas divisiones tiene el Vaticano?”. En nuestro país las “divisiones” del Vaticano son las fuerzas políticas patronales y la mayor parte de la gran burguesía y los terratenientes quienes sostienen una alianza histórica con el catolicismo.
Pero el peso del confesionalismo en la política local, no solo se puede ver en los sectores conservadores del peronismo y la derecha, sino que también se advierte en la colonización política de los estratos dirigentes de los movimientos sociales y en el sector progresista del peronismo identificado con el kirchnerismo mediante la reivindicación de Francisco I. No es casualidad que haya sido Cristina Fernández de Kirchner quien en el debate del Senado del 2018 absolviera a la Iglesia católica de su responsabilidad por el bloqueó a la IVE, pidiéndole a las mujeres y jóvenes movilizados que «no se enojaran» con la Iglesia.
Es muy ilustrativa la siguiente cita del marxista italiano Antonio Gramsci al respecto: «El catolicismo vuelve a aparecer a la luz de la historia, pero ¡como ha sido modificado, como se ha «reformado»! El espíritu se ha hecho carne, y carne corruptible como las formas humanas, sometida a las mismas leyes históricas de desarrollo y de superación que resultan inmanentes a las instituciones humanas. El catolicismo que se encarnaba en una cerrada y rígidamente estrecha jerarquía que irradiaba desde las alturas, dominadora absoluta e incontrolada de las muchedumbres fieles, llega a ser la muchedumbre misma, se convierte en emanación de la muchedumbre, encarna su suerte en los buenos y en los malos logros de la acción política y económica de hombres que prometen bienes terrenos, que quieren conducir a la felicidad terrena y no solo y exclusivamente a la ciudad de Dios. El catolicismo entra de esta forma en competencia, no ya con el liberalismo, no ya con el estado laico; comienza a competir con el socialismo, se dirige a las masas, como el socialismo, y será vencido por el socialismo, será definitivamente expulsado de la historia por el socialismo (…)».
El clericalismo que recorre a los partidos de la burguesía parte ciertamente del denominador común reaccionario que es el rechazó a que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo. Sin embargo, en una especie de división de tareas, mientras un ala de la Iglesia legitima ideológicamente la dominación política y social más conservadora predicando la resignación y la obediencia al orden natural «creado» por Dios; la otra ala progresista disputa el control de los movimientos sociales y sus reivindicaciones con el afán de contener una rebelión generalizada de los explotados y oprimidos.
La burguesía revolucionaria contra la Iglesia
En los tiempos de la gran revolución burguesa de 1789 en Francia, el “Tercer Estado” declaró la guerra abierta a la Iglesia Católica por considerarla parte de la contrarrevolución. Como escribía el gran pensador socialista del siglo XIX, Paul Lafargue: “La burguesía del siglo XVIII, que luchaba en Francia para apoderarse de la dictadura social, atacó con furor al clero católico y al cristianismo porque eran los puntales de la aristocracia”. Sin embargo, cuando la burguesía se hizo clase dominante y liquido todo cuestionamiento plebeyo, restauro su lugar, sus privilegios y su poder dentro de la sociedad capitalista: “Aunque haya podido adaptarse a otras formas sociales, el cristianismo es, por excelencia, la religión de las sociedades que descansan sobre las bases de la propiedad individual y de la explotación del trabajo asalariado; por eso ha sido, es y será, dígase y hágase cuanto se quiera, la religión de la burguesía”, nos dice Lafargue.
Un cúmulo de necedades con olor a incienso
La Constitución oligárquica de 1853 como vimos consagró los privilegios católicos en Argentina. La Iglesia, luego de acompañar la Campaña del Desierto que despojó de sus tierras a los pueblos originarios como fuerza «civilizadora», entró en conflicto con ciertas lineas laicas de la oligarquía. Domingo Faustino Sarmiento declaraba en 1883 en relación a la Iglesia: «Los frailes y monjas se apoderaron de la educación para embrutecer a nuestros niños… Ignorantes por principios, fanáticos que matan la civilización; (…) hierba dañina que es preciso extirpar». Mientras que Julio Argentino Roca impondrá en 1884 la ley 1420 de Educación Pública y el Matrimonio Civil contra la voluntad de las autoridades religiosas. Roca terminará expulsando al Nuncio Apostólico, Luis Mattera por su interferencia en la vida interna del Estado argentino. El ministro Eduardo Wilde, expresaba su opinión sobre la iglesia en los siguientes términos: «¿Qué es la religión? Un cúmulo de necedades con olor a incienso».
La oligarquía de entonces trataba de terminar de ordenar jurídicamente al país y de implantar una educación pública que nacionalizara a la masa de inmigrantes que había llegado a la Argentina para ser utilizada como mano de obra por los capitalistas. La oligarquía criolla no buscaba liquidar al clero al cual seguían protegiendo, sino subordinarlo a su nuevo ordenamiento político que ubicaba a la Argentina como satélite del «liberal» Imperio Británico.
Anticlericalismo plebeyo
En el siglo XX, el anticlericalismo tendrá un sesgo plebeyo que lo va a caracterizar debido a la emergencia del movimiento obrero y las tendencias socialistas y anarquistas que mostraran el crecimiento de una crítica atea y radical a la Iglesia católica. La misma va a ser acompañada por el levantamiento de la juventud pequeñoburguesa quien reclamara en el movimiento de la Reforma de 1918 el fin del dominio del clero católico sobre la Universidad, siendo su epicentro la provincia de Córdoba donde la Universidad era dominada por una élite vinculada a los jesuitas. El movimiento va a ser también expresión del cambio político producido por la asunción de la UCR al poder mediante el sufragio universal en 1916. Los estudiantes reformistas ocuparán la Universidad y llevarán a cabo una huelga general estudiantil y enfrentamientos violentos con los grupos católicos que va a dar el brazo a torcer del gobierno de Yrigoyen imponiéndole la autonomía universitaria y expulsando al clero de la misma.
En 1955 la Iglesia jugó un papel fundamental en el derrocamiento de Juan Domingo Perón (a quien habían apoyado incondicionalmente durante su primer mandato y parte del segundo) y fue blanco de la ira popular luego de los bombardeos criminales de la Aviación Naval en Plaza de Mayo en junio de ese mismo año. En 1958 el primer gobierno civil encabezado por Arturo Frondizi, del régimen impuesto por la dictadura de la revolución fusiladora en 1955 le entregó al clero el derecho a otorgar títulos habilitantes a las universidades privadas y religiosas, desatando un movimiento estudiantil de masas que rechazaba la medida, en defensa de la educación laica.
Derrotar al clero
La única fuerza política enfrentada al clero y el confesionalismo es el Frente de Izquierda. Los socialistas defendemos una concepción atea y científica del mundo, en oposición al pensamiento mágico y oscurantista de la religión, pero fundamentalmente luchamos contra los privilegios de casta y la ideología que predica el sometimiento de los explotados o la conciliación entre las clases. Respetamos las creencias religiosas de los trabajadores y el pueblo pobre y defendemos la libertad de culto, pero no por ello vamos a silenciar nuestra crítica de un pensamiento oscurantista que intenta imponerle a la sociedad sus privilegios como sagrados y sus concepciones en detrimento de la vida de las mujeres y las personas LGTBI. Es indispensable disponer en el centro de la agenda a la movilización social de mujeres y jóvenes por el aborto, exigiendo la separación efectiva de la Iglesia del Estado. El FIT es hoy la única fuerza que hace suya la defensa plebeya del laicismo y los postulados anticlericales, condición indispensable de cualquier política democrática.