Chile merece un acto conmemorativo laico y republicano, al que se puede invitar a todas las religiones, pero encabezado por el Presidente de la República donde no sea solo mero invitado que va a recibir lecciones de moral a un templo.
Celebrar la independencia del país con una ceremonia religiosa es un acto que atenta contra la esencia del Estado Laico, esencia de la que por cierto, Chile carece.
Cuesta entender que Chile no es un Estado Laico, pero si nos vamos a la Constitución solo existe un reconocimiento a la “separación Iglesia-estado”, pero no se menciona en el texto constitucional el “Estado Laico”. Pese a ello un Te Deum para celebrar la independencia del país, es un exceso que no contribuye en nada a avanzar en unir a los chilenosque es lo que debería primar en un día tan republicano como el 18 de septiembre.
Instalar al Presidente de Chile, en la primera fila de una iglesia para escuchar el sermón de un cura u otro líder religioso, que como ya es tradición, que aportillará todo tipo de avance social que no comulgue con sus particulares “valores”, no es precisamente una muestra de independencia, sino todo lo contrario.
Seguimos atados y dependientes del poder religioso tal como en la colonia. Chile se merece un acto conmemorativo laico y republicano, al que se puede invitar a todas las religiones, pero que sea encabezado por el Presidente de la República y no sea solo mero invitado que va a recibir lecciones de moral a un templo.
Políticos conservadores y creyentes señalan que no sería conveniente que un líder católico tan cuestionado como Ricardo Ezzati encabece ese acto religioso. Mientras en Twitter circula la petición de varios twitteros influyentes para que las personas no asistan a este Te Deum. Yo voy un paso más allá y pido que se acaben los Te Deum y que se reemplacen por una ceremonia laica e inclusiva. A esta ceremonia se puede invitar a todos los credos y los sin credo, a representantes de la sociedad civil, a las organizaciones del tejido social y a dirigentes de base. Además de los clásicos invitados de siempre del establishment político, fuerzas armadas y la élite.
Ese sería un acto simbólico de unidad nacional. Lo que tenemos ahora, con estos Te Deum, no son más que los retorcijones de un sector conservador que todavía da manotazos de ahogado entre sus malas prácticas, encubrimientos de pedofilia, jugadas sucias y moralina medieval de doble estándar.
Avanzar hacia un nuevo Chile, con una Constitución construida por todos los chilenos a través de una asamblea constituyente y que establezca expresamente que “Chile es un Estado Laico” y no solo una “República Democrática”, como aparece hoy, implica también dejar de lado ceremonias religiosas excluyentes que dividen aguas entre los chilenos que creen y no creen en seres sobre naturales.
La figura presidencial tiene que representar a todos los chilenos. El Te Deum identifica sólo a un sector de los creyentes. A los más retrógrados, que cada vez son menos, dejando de lado a la gran mayoría de los chilenos que somos laicos e inclusivos, independientes de si somos creyentes o no.
La figura de Ezzati es el ícono de las malas prácticas de la iglesia y por lo mismo debe dar un paso al costado y renunciar. Pero ese es sólo el primer paso. El tema de fondo es cortar la subyugación política del Presidente de la República con el líder de la iglesia católica y para eso, terminar con el Te Deum es fundamental.
La discusión que debemos tener no es enfrentarnos con las iglesias, sino ponerlas en su lugar. El Presidente de la República debe encabezar las ceremonias que conmemoren la Independencia y las iglesias deben ser solo invitadas a estas celebraciones, no las anfitrionas. Al César, lo que es del César.