Una de las dudas que quedará con la realización del censo 2017, es si las cifras entregadas por el censo 2012 respecto a los porcentajes de las opciones religiosas de los chilenos son verdaderas. Los aspectos metodológicos que hicieron cuestionables las cifras de la encuesta nacional del año 2017, dejarán en la nebulosa de la duda los porcentajes indicados en la imagen.
Ciertamente, la forma como en el 2012 fue presentada la pregunta, ya demostró un sesgo objetable. La pregunta consideraba que las personas solo podían tener credo (nro. 39 en el formulario): “¿Cuál es su religión o credo?” Luego debía responder si se era católico, Evangélico, Judío, Musulmán, Mormón, Ortodoxo, Testigo de Jehová, “espiritualidad indígena” (sic), Otra (sic), “ninguna” (sic). Ni siquiera se le preguntó a las personas cual era la religión que practicaban. Se asumió el tema de un modo básicamente cultural.
Ciertamente, la pregunta no estaba expresada respecto de una opinión de conciencia, sino de la simple opción de confesionalidad. Poco importaba si quien no tenía una opción religiosa tuviera la oportunidad de aclarar si era agnóstico o ateo o cualquier alternativa de influencia espiritual distinta. La opción “otra” para muchas personas, especialmente jóvenes, resultó agresivo, sobre todo en el resultado final que se muestra en la foto.
Se esperaba que el censo 2017 corrigiera la formulación errónea de la objetada encuesta nacional anterior, sin embargo, se ha señalado que solo interesa corregir los errores en términos restringidos a aquellos aspectos más sensibles a las políticas públicas. Dado el uso de las cifras de 2012 por algunos intereses religiosos, en favor de políticas públicas que les favorezcan, y por el impacto cultural que ello implica, lamentablemente el Estado contará con índices absolutamente cuestionables.
El libro “La estampida de los fieles”, de Juan Guillermo Prado (Editorial Alba, 2007), da cuenta de la evolución de las opciones religiosas de los chilenos desde 1895 hasta 2002, a partir de los censos. El censo de 1895, con menos medios, tuvo a bien considerar 17 opciones, donde se consideraban incluso a los “deístas, librepensadores, materialistas, racionalistas, ateos y sin religión”. Un notable ejemplo de diversidad para la época.
El censo de 1940, en tanto, contó con treinta opciones, siendo la encuesta más destacada en términos de reflejar con sinceridad las opciones de conciencia de los chilenos.
En tanto, el censo de 1982, bajo la dictadura, no se consultó la pertenencia religiosa, por razones que estuvieron en la lógica confesional de las autoridades de entonces. Luego el censo de 1993, bajo la transición a la democracia, es el que tuvo menos opciones para los encuestados en la materia: católico, evangélico, protestante (sic), otra religión, indiferente o ateo (sic).
El censo de 2002, no fue especialmente considerado con las opciones de conciencia y armó unos sacos de economía para el procesamiento de la encuesta, y estipuló las siguientes opciones: católicos, evangélicos, testigos de Jehová, judíos, mormones, musulmanes, ortodoxos, “otra religión o credo”, “ninguna, agnóstico, ateo”(sic).
El censo correctivo de 2017, no tiene interés en precisar las opciones de conciencia en la materia, como ocurrió en 1982. Probablemente hay fundadas razones.
Una de ellas, de enorme valor, podría ser que al Estado no le interesa el dato, ya que es algo personal de los ciudadanos, que no tiene impacto en las políticas públicas.
Pero puede haber otra. ¿No dar cuenta de la realidad objetiva de las preferencias religiosas o no religiosas de las personas? ¿Si así fuera, a quien favorece aquello? ¿Solo es un problema de economía de procesamiento de la información dado factores de costo, en la era de la informática?
Puede haber muchas interrogantes y respuesta, pero lo concreto es que será muy cuestionable en el futuro, que el Estado chileno utilice los datos religiosos de 2012, para justificar gasto público o políticas públicas.
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