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Carta que podría haber sido dirigida por alguien al obispo de Ourense

Estimado monseñor Luis Quinteiro:

El motivo de esta carta es el de manifestarle mi indignación por unas recientes declaraciones suyas en relación con el aborto. Tras afirmar en éstas que sólo se puede luchar por la vida “cuando se tiene la convicción de que es sagrada” y defender que “es el más grande don de Dios”, que son manifestaciones con las que estoy en absoluto de acuerdo, ha asegurado, no obstante, de forma gravemente inconsecuente, que el aborto “es el mayor cáncer de nuestro tiempo”.

¿Por el contexto de condena en el que ha utilizado la palabra “cáncer” deduzco que, su Eminencia Reverendísima, no valora como un “don de Dios” la vida existente en los tumores malignos? ¿Estima, quizás, monseñor, que éstos no son una forma de vida tan querida por el Sumo Hacedor como cualquier otra? ¿Acaso se atreve a afirmar que las células que crecen y se desarrollan en el interior del cáncer no son, también, obra de Dios y que, como tal, ha de ser considerada, respetada y defendida? ¿En qué pasaje bíblico se fundamenta su Eminencia para considerar que las células cancerígenas no son tan sagradas como las demás?

Si Dios no hubiese querido que existiesen células que invadan y destruyan otros tejidos orgánicos en su aparente -a nuestro limitado juicio- caótico crecimiento, pues, sencillamente, el Creador no lo hubiera permitido. ¿Por qué hemos de considerar sagrada la fusión de dos células -el espermatozoide y el óvulo- aunque esta unión devenga con el tiempo en un asesino, un violador, un abusador de menores, un corrupto e, incluso, un ateo -que serían, en expresión de su Eminencia, “cánceres” de la sociedad- y no estimar sagradas a aquellas otras células cuyo crecimiento desordenado -en nuestro precario entender- generan un “cáncer” biológico?

La Iglesia Católica, estimado monseñor, no es coherente con sus principios. ¿Si la vida es un “don de Dios”, por qué no condena con vehemencia, tal como hace con el asesinato del cigoto, el que se realicen intervenciones quirúrgicas y otros tratamientos agresivos en los que se asesinan a las células tumorales; o lo que es lo mismo, a la mismísima obra del Creador?

Estoy convencido de que su Eminencia valorará como excéntrica mi proposición, pero somos muchos los que seguimos los principios del Creador hasta sus últimas consecuencias y opinamos que la Iglesia Católica, si bien en épocas algo lejanas los defendía igualmente, lleva ya tiempo plegándose a las dañinas enseñanzas científicas.

De cualquier forma, le advierto de que, a pesar de las renuncias a las esencias de la religión que su Iglesia dice profesar, existe un gran número de personas que observa y valora esta Institución con la misma extrañeza surrealista con la que, su Eminencia Reverendísima, debe observar y valorar la pureza de nuestras creencias.

Para finalizar quisiera que extrajese de mi carta una enseñanza. No piense nunca que sus ideas son la que halagan más al Creador, pues siempre habrá alguien que sabrá interpretar con mayor fidelidad su Voluntad. Así que humildad, monseñor, mucha humildad.


Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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