Solo una mentalidad farisaica puede reaccionar hostigando a esos emprendedores que, de haberse dedicado a vender pastas de té o souvenirs turísticos, habrían sido recibidos con alfombra roja.
Existe todavía un Oviedo que espía ocultándose tras los visillos, se escandaliza y llama luego a la policía. “Supongo que será por los órganos que tenemos en el escaparate”, cuenta con un exquisito eufemismo el venezolano Eduard Yiovanni, dueño de “La Polloteca” junto a su pareja Joan Ricardo, también venezolano. Los “órganos” en cuestión no son hígados o intestinos —aunque estos también se comen—sino gofres y pasteles con forma de falo y de vagina, empapados de una sugerente cobertura de chocolate, nata o melaza de fresa. Esta pastelería erótica, propiedad de una franquicia con tiendas en Granada y Murcia, recibió la primera visita de la policía local el mismo día de su apertura en el Oviedo Antiguo, después de que un vecino alertase a las autoridades ante semejante ofensa a la moral y las buenas costumbres del ovetense medio.
Desde entonces, y en solo quince días, el establecimiento ha recibido tres visitas de técnicos e inspectores municipales. Las pegas y las exigencias son múltiples: el color de los letreros, la licencia municipal, la reforma del local, los contratos de los empleados o la proximidad del Camino de Santiago y de la Catedral, pues se conoce que una gofrería erótica puede comprometer su “entorno de protección”. Un sistema burocrático necesita dotarse de una apariencia de ecuanimidad y automatismo para legitimar su funcionamiento y hacer ver que no hay margen para la arbitrariedad. Pero no hay regla sin su excepción, y no hay tampoco sistema burocrático que no pueda ser distorsionado o utilizado siguiendo los caprichos y aversiones íntimas del alcalde, concejal o director del ramo.
El diario El Comercio publicó hace unos días una fotografía de Alfredo Canteli pasando revista al local, como examinando a los recién llegados al casco antiguo. El alcalde contempla “La Polloteca” desde unos metros atrás, guardando una distancia prudencial y con mascarilla. Nos hubiese gustado más una imagen de Canteli pegado al escaparate, haciendo visera con las manos como hacen los niños en estas fechas en las tiendas de juguetes, escrudiñando con detalle los “coñofles” y “pollofles”.
El alcalde de #Oviedo y varios concejales se acercan hasta el negocio de los gofres en forma de pene y vulva minutos antes de otra inspección de Licenciashttps://t.co/mxDZ0hsG7S— EL COMERCIO (@elcomerciodigit)December 22, 2021Haz clic para aceptar las cookies de marketing y activar este contenido
La tienda no estaba abierta en el momento en el que el alcalde fue a hacer la revisión, pero esa misma tarde volvió el inspector del ayuntamiento a pedir una vez más las licencias. No tuvieron tantas trabas para obtener permisos los promotores que están construyendo en suelo público en Gascona; o la multinacional que va a convertir el Valle de Las Caldas en una planta de asfalto y hormigón. La burocracia en Oviedo tiene los ojos vendados, pero a veces Canteli la coge de la mano y se la lleva a pedir papeles donde se huele que hay problemas
La conmoción de Canteli frente a “La Polloteca” es la que experimentan los conservadores más pazguatos que quieren creerse aquello del “capitalismo moral”, que viene a ser el equivalente a un tigre vegetariano. Lo que ellos piensan es que, eliminando trabas a la creación de empresas y dando facilidades al comercio, la sociedad se volverá próspera, educada, culta y trabajadora, pero nunca frívola ni chabacana. La realidad ha pisoteado una y cien veces en las últimas décadas esta pretensión, porque el capitalismo de buen gusto, sobrio y pretendidamente meritocrático del siglo pasado ha dado paso a una sociedad del consumo vertebrada por una publicidad agresiva e hipersexualizada.
Los conservadores de la raza de Canteli, que ingenuamente pensaban que podían conjugar sus estándares morales de pudibunda ciudad de provincias con la economía turbocapitalista, no terminan de creerse la derrota de sus expectativas. Y, aunque parezca paradójico, la incredulidad es el mejor carburante para los inquisidores. Porque Canteli, soñando con una ciudad de honradas empresas familiares, de grandes obras que figurarán en los libros de historia, de trabajadores austeros y aplicados, lo que se acaba encontrando es con colas de decenas de personas esperando para comerse un gofre en forma de polla. Llegados a ese punto, solo una mentalidad farisaica puede reaccionar hostigando por la vía burocrática a esos emprendedores que, de haberse dedicado a vender pastas de té o souvenirs turísticos, habrían sido recibidos con alfombra roja.