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Cadenas

Soy una mujer con las cosas claras. Soy fuerte, resistente, sensible, inteligente, valiente. Con carácter, una mujer de armas tomar y corazón de hielo, derretido. He ganado con el sudor de mi frente cada logro y éxito del que gozo.

Me he descompuesto y vuelto a componer pieza a pieza miles de veces. Me he cuestionado mi ser de pies a cabeza, para caminar hacia la mujer en la que me quiero convertir.

He trabajado horas y horas en algo que no me gustaba nada para poder pagar techo y comida.

He pasado noches y días, festivos y laborales pegada al escritorio para poder seguir estudiando lo que me apasionaba.

He creído ciegamente en mi futuro, sin nada a favor, con mucho en contra. He sentido la soledad del desarraigo miles de noches.

He sufrido la incomprensión de unos y la indiferencia de otros.

He llorado la ausencia de los míos…

Pero he seguido, he resistido, he persistido.

Escucho, estudio, leo y viajo para aprender, para conocer, para entender, para crecer. Pensaba que con mi esfuerzo y trabajo, sería merecedora de mi autonomía y libertad, que tras mis logros, encontraría la liberación mental para hacer con mi persona lo que yo quisiera, sin imposición ni juicio, ajeno o propio.

Cada paso que he dado iba cargado de esa convicción, pero a veces me siento tan poca cosa… tan frágil como una niña indefensa, sin libertad ni control sobre mi propia vida siempre a merced de la voluntad de otros. Bajo el yugo del juicio social y familiar.

A veces, basta un solo comentario, un pensamiento o una simple pregunta inesperada, para activar el miedo y la inseguridad que afloran en mí, desde una profundidad que no reconozco ni controlo me siento irracionalmente amenazada. En un momento, me convierto en un saco de nervios y me desubico de mí misma.

Pienso en mi madre, en mi abuela, me alejo, reflexiono…

¿Qué pienso yo en realidad?¿Qué siento? ¿Qué quiero?¿Quién soy? No sé.

Busco incansable los testimonios de aquellas que, como yo, pasaron por la cruzada de defenderse e imponerse a pesar de todo, en contra de muchos. Las busco para armarme de valor. Consumo todo el contenido que encuentro de ellas, cada vez conozco a mas: Escritoras, cocineras, abogadas, estudiantes, camareras, dependientas, madres, supervivientes. Leyendo a una llego a otra sin querer, me fascinan, las escucho y leo en bucle, antes de devorar a una ya me ha llevado a otra. También tiene su melena rizada al aire, habla con certeza, desde la calma, se nota que es libre.

Me anima escucharlas, me empodera.

Ahora pienso que tengo razón, que la lógica está de mi lado. Y entonces parece que sí, que me libero. Pasa el tiempo, disfruto, vuelo un poco. Me lleno de esperanza al leerlas, me alivia su determinación.

Mujeres hechas a sí mismas, con la cabeza alta que a pesar de todo han conseguido encontrar ese lugar propio, esa paz desde la que poder compartir lo aprendido.

Yo también puedo, me digo. He decidido seguir su ejemplo, a mi manera. Empiezo a caminar, me alejo… Pero ni la distancia, ni el tiempo me liberan del todo. Sigo caminando y escucho mis propias cadenas contra el suelo.

Doy un paso y suenan, doy más pasos y suenan más. No puedo correr porque pesan. No sé si en mis pies o en mi mente. Me giro y no hay nadie a mi alrededor, no puedo ver dónde están ancladas. Pero suenan tanto, pesan tanto que me quedo inmóvil y sin hacer ruido.

Cierro los ojos con la esperanza de que desaparezcan. Cuando los abro, a veces desaparecen, a veces persisten. Es frustrante sentirme tan ajena a mí, desde tan adentro. Llevo incrustadas todas estas cadenas morales que no comparto, pero cargo como mías con una convicción casi absurda, que no entiendo, no quiero. Entonces las escucho en mi mente, no son las cadenas, son ellas. Resuenan en mí y hablan sin permiso, de amor, de libertad, de feminismo. Y me lleno de esperanza otra vez. Sigo el camino, que ya había empezado.

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