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Breve historia de la Magia y su estrecha relación con la religión

La magia se halla en todas las religiones, en forma de milagro. La principal diferencia entre magia y milagro es que este último implica la ayuda de la deidad, mientras que la primera no posee necesariamente un soporte divino. Pero lo que es magia para una persona es milagro para otra. Según explica el experto Frank Donovan, los cristianos consideraban que la magia del oráculo de Delfos en Grecia era reprobable, mientras que los griegos creían que era la voz milagrosa de Apolo. Los hechos de Moisés que cuenta el Libro del Éxodo son considerados como milagros por judíos y cristianos, pero el Corán mahometano califica a Moisés de mago.

Donovan nos cuenta en su obra `Historia de la Brujería' que la magia con toda probabilidad no sólo es más antigua que la religión, sino que además tuvo mucho que ver con el desarrollo de la religión organizada, dado que era ella la que hacía al sacerdote. Es concebible que el primer sacerdote, y por tanto también el primer mago, fuera un hombre de la Edad de Piedra más inteligente y observador que el resto de sus compañeros. Al observar y estudiar los hábitos de los animales, consideró que cabía esperar que utilizaran ciertas rutas o que estuvieran en un momento determinado en un lugar concreto. Cuando dicho individuo realizó magia simpática vistiéndose con las pieles y cuernos de un animal, ejecutando una danza ritualista, o pintando escenas de caza en las paredes de una cueva, y tras ello les dijo a los demás integrantes de la tribu dónde estaría la manada de la que podrían alimentarse, sus supuestos poderes mágicos le hicieron convertirse en sacerdote o en el `hombre sagrado' del clan.

En las religiones primitivas, las funciones del sacerdote y las del hechicero estaban habitualmente combinadas. El hombre rogaba a dioses y espíritus mediante plegarias y sacrificios, y al mismo tiempo el dirigente religioso ejecutaba ceremonias y entonaba encantamientos que en sí mismos podían lograr el fin deseado. Los ritos religiosos y los ritos mágicos se ejecutaban simultáneamente. Y así, gradualmente se fueron desarrollando los cleros de todas las religiones, integrados por hombres y mujeres que tenían suficiente poder de persuasión para convencer a sus seguidores de que ellos poseían poderes para influir sobre los dioses y dominar de esa manera a las fuerzas de la naturaleza, predecir futuros acontecimientos o, mediante ritos y encantamientos que sólo ellos conocían, provocar acontecimientos preternaturales para beneficio de dichos seguidores.

La magia de los sacerdotes, hechiceros, videntes, adivinos, astrólogos, oráculos, profetas y demás gentes que podían predecir acontecimientos, controlar fenómenos atmosféricos, curar enfermos o realizar otras muchas `proezas' fue altamente respetada en todos los pueblos antiguos. La mayoría de los magos (o sacerdotes) eran más instruidos o más inteligentes que sus compañeros. Eran estudiosos de las leyes de la Naturaleza. Los hacedores de lluvia, tenidos en altísima consideración en las primitivas culturas agrarias, con toda probabilidad tenían, a base de mucha observación y constatación de que ciertos fenómenos se repetían en ciertas épocas, un conocimiento, siquiera mínimo, de lo que mucho después llegaría a ser la ciencia denominada Meteorología. Los egipcios creían que eran los encantamientos de los sacerdotes del Astro del Can Mayor los que provocaban las inundaciones de las riberas del Nilo, fertilizando la tierra. Sólo los sacerdotes, con sus rudimentarios conocimientos de Astronomía, tenían la certeza de que cuando el astro estaba en determinada posición en el cielo venía la época de las crecidas del Nilo, y por tanto, en esa época sus encantamientos mágicos con toda seguridad serían eficaces.

La misma palabra `magia' proviene de los magi, sacerdotes del dios Mithra y de la diosa madre Anaita en Mesopotamia (Asiria y Babilonia), quienes adquirieron fama de sabios incluso entre los griegos. En los grados más altos, los magi eran sabios; en los más bajos, estaban los adivinos y los hechiceros, los que leían en los astros y los que interpretaban los sueños. Los reyes persas llegaron a ser discípulos de los magi. Aunque la cristiandad rechazó toda magia, salvo sus propios milagros, aceptaron a los magi en su representación como Sabios de Oriente, los Reyes Magos que siguieron a la Estrella de Belén en la historia de la Natividad de Nuestro Señor. (En la imagen junto a estas líneas, mosaico hallado en Rávena representando a los Magos de Oriente).

Muchas cosas que hoy día son ciertas y provechosas proceden de la antigua magia. El astrólogo fue el padre de la Astronomía; el alquimista que buscaba transmutar metales en oro con medios mágicos es el padre de la Química; los magos -y posteriormente las brujas- que adquirieron amplios conocimientos de hierbas y drogas, contribuyeron al posterior nacimiento de la Medicina y la Botánica. La voz griega farmacon, de la que se deriva farmacia, antes de adquirir su significación actual significaba fórmula o hechizo mágico.

La magia fue practicada por las brujas mucho antes de que la brujería se convirtiera en una religión independiente. Originariamente las brujas eran hechiceras respetadas, o temidas por su poder y sabiduría. La palabra latina con la que se designaba a la adivina, saga, es la raíz de la palabra `sagaz'. La misma palabra inglesa witch (bruja) proviene del anglosajón wicce, que significaba wise (sabio). Las brujas empleaban, como otros magos, encantamientos y rituales ante sus clientes, pero tras esa apariencia y tras ese aprovechamiento de los temores de la gente, había un trasfondo de conocimientos superiores a los que tenían el resto de los comunes mortales.

Muchos hombres de ciencia, y teólogos cristianos y judíos, así como los que tomaban parte en los misterios griegos, creían en un saber místico, oculto, secreto. Al igual que los misterios del culto, este saber no estaba escrito y sólo podía transmitirse confidencialmente a un solo discípulo, el cual debía ser digno de confianza. Del inefable nombre de YHVH se hizo un misterio: se dijo que sus letras contenían un significado oculto y un poder milagroso. El culto del saber secreto recibió su más alta expresión en la cábala hebrea. La cábala fue originariamente una tradición no escrita fundada en la símbología y numerología ocultas. Era magia en cierto modo, dado que su conocimiento podía proporcionar, si no poderes sobrenaturales, sí al menos un saber sobrenatural. Se decía que la cábala se remontaba a Abraham; para algunos, incluso, a Adán.

Los cristianos también creían en un saber secreto o en palabras mágicas. Algunos dan una interpretación literal a las palabras iniciales del Evangelio de San Juan: «En el principio era el Verbo», en la idea de que el conocimiento de esta palabra (el verbo) confería un poder sobrenatural. Se decía que Salomón había adquirido el secreto de la palabra de poder, y de este modo había logrado someter a los espíritus a su servicio. Numerosos manuscritos, La Clave de Salomón incluido, se escribieron con el fin de dar a conocer los supuestos ritos y palabras de poder que utilizaba Salomón, vendiéndose sus copias a precios elevadísimos a quienes querían adquirir este saber mágico. Parte de esta búsqueda de la secreta sabiduría recayó en la brujería, y forma parte de la tradición del culto en las ideas de un saber místico y del mantenimiento en secreto de los ritos y rituales que ayudan al desarrollo del poder sobrenatural.

La magia empezó a adquirir mala fama varias culturas antes de la era cristiana, por una multitud de razones. Cuando los cleros se hicieron poderosos, frecuentemente se corrompieron, y los insaciables sacerdotes se dedicaron a vender su mágica influencia sobre los dioses. Sólo quienes podían pagar bien se aseguraban el favor divino. Esta fue la causa del cambio radical que Akenatón introdujo en la religión de Egipto. Los sacerdotes de los viejos dioses habían creado tantos hechizos y encantamientos para asegurarse el libre acceso al más allá que sólo los ricos podían permitirse morir con alguna certidumbre de inmortalidad.

Había también magos de todas clases, incluso brujas, aparte del clero; y los sacerdotes condenaban por lo general la magia de estos competidores tachándola de mala, independientemente de sus fines. Saúl no fue a visitar a la famosa bruja de Endor, por ejemplo, hasta que sus propios adivinos y sacerdotes no demostraron ser incapaces de hacer que Dios le dijera cómo combatir a los filisteos por medio de profetas e interpretaciones de sueños. Su acción al pedir consejo al espíritu de Samuel, no era tan censurable, a los ojos de los levitas, como el hecho de hacerla por intermedio de una hechicera y no por uno de ellos.

Posiblemente, los sacerdotes practicaron su magia con fines benéficos, aunque puede que fueran bien pagados para que proveyeran tales beneficios. Los servicios de los magos no-sacerdotes podían comprarse aun para fines censurables. Y había quienes, brujas inclusive, practicaban una magia maligna por envidia, rencor, odio o pura maldad. En los tolerantes ambientes religiosos de Grecia y de Roma, había profesionales ajenos al clero que practicaban determinados géneros de magia legalmente, siempre que utilizaran convenientemente sus poderes, muchos de ellos incluso subvencionados por el estado. Hay autores romanos muy respetados que publicaron libros de fórmulas mágicas y catálogos de hechizos, encantamientos y «ensalmos» caseros para toda ocasión. Y estos escritores prevenían a los granjeros y campesinos contra los adivinos, hechiceros y mujeres a las que denominaban sagae (brujas), extranjeras.

Quizá la principal razón para que el vocablo magia se convirtiera en una palabra repulsiva sea la distinción que la Iglesia Católica estableció entre lo mágico y lo milagroso. Los primeros Padres de la Iglesia creían en la magia, pero sostenían que se realizaba con la ayuda de los falsos dioses. Los únicos hechos sobrenaturales que aceptaba la Iglesia como milagrosos eran los realizados en el seno de la verdadera fe, con la ayuda o sanción de su propio dios. Todos los demás eran malos y, puesto que las brujas estaban fuera del seno de la Iglesia, su magia era necesariamente malévola. Juana de Arco fue inmolada en la hoguera porque sus inquisidores no aceptaban el origen divino de las voces que oía. Era, efectivamente, hechicera o bruja a los ojos de sus inquisidores. Veinticinco años más tarde, la Iglesia cambió de opinión y se retractó. Casi quinientos años después, en 1920, la Iglesia Católica la canonizó.

En los albores de la era cristiana, la mayoría de las viejas religiones del Oriente Próximo estaban representadas en Roma y en todo el imperio. El culto a Isis, la madre egipcia, se extendió por todas las regiones del imperio. Se han encontrado utensilios relacionados con él en el Danubio, el Rhin y el Sena, y en Londres se ha desenterrado un templo dedicado a ella.

Con toda probabilidad, la brujería no había comenzado aún como culto independiente. No era necesaria; las antiguas religiones de las que se derivó eran toleradas en Roma, no existía aún conflicto alguno entre una iglesia estatal y las viejas religiones que originaron la brujería. Las citas literarias verdaderamente más antiguas sobre las brujas se encuentran en los clásicos. Horacio, Virgilio, Tíbulo y Luciano dicen de las brujas que se creía que volaban por los aires durante la noche, componían pociones amorosas y venenos con yerbas, sacrificaban niños y hablaban con los espíritus de los muertos. Sin embargo, estos autores empleaban las palabras sagae o veneficia como sinónimos de hechiceras, envenenadoras o magas, más que para designar a las seguidoras de una vieja religión.

La antigua religión de los judíos no contribuyó en nada a la evolución de las deidades o del ritual del culto. Aunque los primeros judíos eran politeístas y adoraban gran variedad de espíritus, animales y objetos naturales, no poseyeron jamás una diosa madre. El principio femenino estaba relacionado con el pecado o la debilidad, más que con la creación. Hubo un tiempo en que Tammuz, el amante de Istar, fue adorado tan extensamente en Judea que el profeta Ezequiel se quejó de que los lamentos rituales por su muerte se pudieran oír en el templo… pero era a Tammuz a quien adoraban, no a Istar.

El efecto del judaísmo sobre la brujería reside en su parentesco con las creencias cristianas y con la teología que de él se originó. Los judíos escribieron lo que iba a convertirse en el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana, en el cual se basaría la persecución de las brujas, unos dos mil años más tarde… aunque muchos estudiosos de la actualidad sostienen que no existe realmente ninguna referencia a las brujas ni a la brujería en el Antiguo Testamento, tal como se escribió originalmente.

La principal justificación para matar a las brujas durante la persecución es el mandato del Exodo, XXII, 18: «No dejarás con vida a la bruja». Pero una mejor traducción de la palabra hebrea kaskagh, que aparece citada doce veces en el Antiguo Testamento con diversos significados, sería la de «envenenadora». La bruja más famosa del Antiguo Testamento es la de Endor, que evocó el espectro de Samuel por mandato de Saúl. La Vulgata latina llama a esta mujer pitonisa, esto es, mujer que augura el porvenir por inspiración de un espíritu familiar: La versión griega, llamada de los Setenta, traduce el obh hebreo por heggastramythos, ventrílocua, aduciendo la teoría de que se oyó la voz de Samuel por este procedimiento. Puede que la mujer de Endor fuera eso también, o una medium espiritista, pero no una bruja, al menos para los judíos. El concepto cristiano de brujería como culto en el que se adora al Diablo habría sido imposible entre los judíos, porque carecían de una personificación del mal a la manera del Demonio cristiano, que es el adversario de Dios.

De una mayor significación en la evolución de la brujería como culto independiente en conflicto con el cristianismo, fue la insistencia de los judíos en un monoteísmo riguroso, la baja estima en que tenían a las mujeres, y el código moral, que era la esencia de su religión. En el concepto de Yavé (una mala traducción de Jehová) del judaísmo final no había lugar para una diosa madre; tuvo que buscar otro hogar, y acabó siendo la diosa del culto. La Iglesia Cristiana la suplantó parcialmente con la Virgen María, la cual, en el cristianismo mediterráneo, gozó de una veneración al menos igual a la que se le concedió a Jesús.

El pecado era la idea central de la teología judaica. Prácticamente todo lo que era placer en la vida se consideró pecaminoso. Detrás de todo pecado estaban el sexo y el saber, que en la leyenda judía comenzaba en el Jardín del Edén, cuando Eva, influida por la serpiente, obligó a Adán a salir del estado de inocencia y de felicidad. Esta leyenda de la caída de un primitivo Paraíso aparece en el folklore religioso de Egipto, la India, Babilonia, Persia, Grecia y Méjico. Pero sólo los judíos lo identificaron con el pecado original y lo atribuyeron a una mujer. El código judío ha sido el intento más enérgico de la historia por regular todos los aspectos de la vida humana. Un historiador religioso lo describe como «el vestido más apretado con que se ha querido encorsetar jamás la vida».

Este monoteísmo que no reconocía a una diosa madre, degradaba a la mujer y mantenía un código de conducta que controlaba todos los actos del hombre, fue heredado por los cristianos en su totalidad de los judíos; y todos estos conceptos estaban en oposición directa con las creencias más tolerantes de las viejas religiones. Estas pasaron al culto. Evidentemente, si una y otra parte adoptaron una postura según la cual sólo ellas poseían la verdadera fe, las dos, diametralmente opuestas, tenían que acabar en conflicto.

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