Cuando Jorge Bergoglio afirma que Buenos Aires es una ciudad coimera, habla con conocimiento de causa. El cardenal primado se lamentó de que muchas mujeres fueran sometidas a la prostitución y no dudó en señalar a Constitución como un lugar emblemático del ejercicio del sexo pago y, según sugirió, de trata de personas. Es probable que Bergoglio haya visto el informe de América 24 que esa semana fue la base de la denuncia radicada por el fiscal federal Luis Comparatore y que involucraría, entre otros, a efectivos de la Policía Federal de la Comisaría 16ª, ubicada en San José 1224, en plena zona de oferta de sexo en las calles, bares, departamentos y albergues transitorios de la zona.
La historia de la impunidad en la prostitución en Buenos Aires es vieja y la caja policial surgida de ella no es un descubrimiento de América 24 . Lo que también es vieja es la participación implícita y a veces explícita de la jerarquía católica porteña en ese pudridero. Hace unos años, un dirigente peronista me contó una anécdota que no tiene desperdicio. Cuando Carlos Grosso era intendente de la Ciudad, un día llamó a este dirigente, entonces funcionario, y le dijo: “Che, vos que sos chupacirios, atendémelo a éste que me mandó el cardenal”. Se refería a un enviado del entonces cardenal primado de Buenos Aires, Antonio Quarracino, tan amigo de Carlos Menem como enemigo de la homosexualidad, famoso por haberla definido como “una bestialidad”.
Pues bien, el funcionario de Grosso cumplió con el pedido del intendente y recibió en su despacho al purpurado. Tras las formalidades, el mandado por Quarracino fue al grano: “Doctor, nos preocupa mucho la situación de las casas de tolerancia en la ciudad”. Es sabido que en la Argentina no está castigado el ejercicio de la prostitución pero sí el proxenetismo, y el término casas de tolerancia le daba al diálogo un alto grado de ambigüedad. Pero, por las dudas, el funcionario se atajó: “Padre, comparto su preocupación. Tenemos que ocuparnos del tema”. Trascartón, el cura le dijo que existían más de 300 “casas de tolerancia” en la ciudad. “¡Qué barbaridad!”, retrucó el funcionario, quien, para su sorpresa, descubrió cuál era el motivo de la reunión. “Más de la mitad de ellas son un espanto”, completó el dignatario eclesiástico. “Ahá”, dijo el doctor. “Si le parece, la semana próxima vengo a verlo acompañado por una persona que podrá indicarle cuáles son las casas de tolerancia que cumplen con las normas mínimas de higiene y salubridad”, dijo el cura. “Ahá”, contestó el doctor.
A la semana, el religioso volvió con su ropa negra. Lo acompañaba un uniformado con gorra azul y unas charreteras con varios huevos. El alto jefe de la Policía Federal le entregó la lista de los 150 prostíbulos que no debían ser cerrados.
Quizá Bergoglio estaba más preocupado por pegarle a Mauricio Macri, ahora un opositor tan liviano al Gobierno Nacional, que por ocuparse de la prostitución.
Autoridades públicas en actos religiosos
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