Y aunque se les intentó explicar entonces que ellos podrían continuar casados, pues no sería obligatorio, armaron la de Dios es Cristo. Todavía los recordamos a las puertas de los grandes almacenes reuniendo firmas en contra del derecho a decidir por uno mismo con quién compartir la vida. Algunos de ellos, como Álvarez Cascos, cuyas homilías en contra del divorcio han pasado a la historia del humorismo universal, se casaron y se descasaron luego de forma compulsiva.
No le quepa la menor duda, éstos de ahora son los mismos que en su día estuvieron en contra del giro copernicano y del sufragio universal. Son los mismos que, si en vez de encontrarse aquí, se encontraran allí, serían partidarios de lapidar a las mujeres adúlteras e infligir cien latigazos falsos al adúltero. Vayan a las hemerotecas, repasen la historia y comprobarán que son los mismos que estuvieron en contra de la Constitución; los mismos que para darte un trabajo te exigían un certificado de buena conducta de tu párroco. Son los mismos que prohibían leer a Kafka, a Sartre, a Marx; los mismos que censuraban las películas, los libros, los periódicos.
Estos dicen que casar a homosexuales no es de hombres, son los que hace unos años los metían en la cárcel.
Ahí tienen a Jeb Bush (por no citar de nuevo a Cascos), partidario de la silla eléctrica y de la cámara de gas, aunque admirador del Papa, frente a quien se arrodilló piadosamente el otro día. ¿Le riñó Benedicto XVI por matar? ¿Le incitó a la desobediencia civil frente a esas leyes que usurpan la potestad de Dios? ¿Le hizo alguna insinuación relacionada con la checa de Guantánamo?. No, no, qué va, todo eso no altera las leyes naturales y por lo tanto no molesta a Dios. Lo que molesta a Dios y a Ana Botella (no sabe uno a quién tener más miedo) es que usted intente ser feliz sin su autorización.
No nos equivoquemos, éstos que ahora vociferan son los que antes ladraban, así que algo hemos avanzado.