El asunto de los bienes ya hace tiempo que es un cúmulo de desatinos y una exhibición de miserias personales y colectivas. La reivindicación del frontal de Berbegal tiene sus propias circunstancias, otras posibilidades, y, consecuentemente, requiere su peculiar dinámica. El obispo Sanz la afrontó tarde y mal, y de forma que todavía están por ver las consecuencias que se irán derivando de su gestión. Después de dilatarla hasta ver confirmado su ascenso, no tuvo otro remedio que encararla como consecuencia de la presión de los alcaldes, con la desgana de quien cree que se debe al corporativismo de forma prioritaria. Era suficiente con que hubiera asumido el planteamiento de su predecesor el obispo Osés. Por cierto, es completamente falso que Don Javier iniciara el trámite y actuara a instancias del alcalde y cura de Berbegal, aunque así está publicado ("Nueve siglos frente al cierzo, La iglesia de Santa María la Blanca de Berbegal" pp.187-188.) La autora sin rigor crítico recogió lo que le contaron.
El cuarto obispo de Lérida, con los papeles perdidos, va de mal en peor. Es inaudito para un hombre público de una institución en la que se les exige que cuiden las formas más que en cualquier otra colectividad, que tenga el descoco de decir que hay que dirigirse a la Generalidad en tema de su exclusiva gestión. Esa es la información con que se cuenta. No solo no ha dado un paso para desmarcarse, tal como le señaló el Secretario de Estado del Vaticano, en enero de 2009, sino que se está enfangando cada vez más.
También la solución del asunto de los pueblos de la diócesis de Huesca pertenece al ámbito de la institución eclesiástica. Esta no debería permitir en un obispo prepotencia alguna, y menos el menosprecio que supone no dar información a quien la está pidiendo, clarificando una gestión que, siendo personal, le trasciende al ser de interés general. Pero guste o no guste la iglesia católica, esté o no esté obsoleto el rol y la imagen del obispo, y tenga o no tenga que revisarse el estatus político en España, las cosas, hoy por hoy, son como son. Es un contrasentido que cuando hemos repetido hasta el aburrimiento que los políticos catalanes de baja estopa, con mentalidad tribal, han menospreciado las reglas de juego, ahora desde un par de pueblos se amenace con llevar a la cárcel a un obispo, aun con supuesta apoyatura legal.
Hasta ahora, con más o menos acierto, el tema de los bienes en Aragón al menos se ha llevado con dignidad, pero pretensiones como las de última hora lo primero que conllevan es la pérdida de credibilidad al encauzar el asunto a espectáculo de hora de máxima audiencia. Hay pueblos que tienen que superar la ancestral proclividad a hacer del oportunismo una búsqueda de lo que sea, arrollando, si así viene dado, al que molesta. Los alcaldes tienen que ver bastante menos de lo que hacen creer en este asunto de los bienes. Es asunto de las parroquias, como realidad eclesiástica. Pues, aunque de hecho históricamente las parroquias no se han diferenciado de los pueblos, parroquia y pueblo son dos realidades distintas desde hace mucho tiempo, y hoy deben aparecer más diferenciadas que nunca, porque en esa línea hace sus reivindicaciones la sociedad laica, y, en particular, algún partido, y por aquello de la traída y llevada aconfesionalidad invocada cuando interesa. Es muy probable, no seguro, que las gentes de una parroquia-pueblo han podido contribuir a la creación del patrimonio de las iglesias, pero, guste o no guste, mientras las cosas no cambien, la gestión de la propiedad de las parroquias la lleva la institución eclesiástica. El hecho de donar, y donar fuertemente, si es donación, a nadie le da derecho a exigir gestionar la propiedad resultante aun el caso de que esté mal gestionada.
La institución eclesiástica tampoco en la elección de obispos está acertando. Es entre lo que le queda. En cualquier caso los respectivos partidos políticos tendrían que controlar a sus afiliados, pues se ha comenzado torpemente otro camino que no es ningún atajo. Esto ya es un circo de tan baja calidad que cualquiera ve justificada una oportunidad para exhibirse. Lo que debería suscitar entusiasmo, tal como se está llevando, puede no motivar otra cosa que vergüenza ajena.