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Argentina: Neoliberalismo, educación y adoctrinamiento

La divulgación de un video donde una docente debate a los gritos con un estudiante sobre política, corrupción y el rol del Estado ha reabierto una discusión que está en la raíz misma de la educación pública y las necesidades de nuestra sociedad.

Dejemos de lado la cuestión de los «modos». Poner el acento en el modo es, en este caso, la excusa del poder fáctico para cuestionar algo mucho más importante: poner en cuestión la educación pública. La derecha siempre se nos presenta con la forma externa de lo que no es. Precisamente porque sus fines son, en la mayoría de los casos, inconfesables.

Pero, claro, el dispositivo mediático-político que nos tiene prisioneros de la construcción de sentido común de las derechas ha desplegado todo sus recursos comunicacionales –que no son pocos– en denunciar la actitud de la docente con el término «adoctrinamiento».

Hay varios niveles de análisis en este repentino énfasis de las derechas vernáculas en denunciar el «adoctrinamiento» de las y los jóvenes en las escuelas públicas. Veámoslos.

Lo más obvio es lo que ya es una tradición en el pensamiento de las derechas o antipopular en la Argentina: para la derecha argentina, la educación pública sufrió un corte insalvable con el primer peronismo. En las escuelas públicas «peronistas» se adoctrinaba a niñas, niños y jóvenes. Esta afirmación llevaba implícita –y lleva aún hoy– una contraidea: la educación previa al peronismo era «apolítica», y por lo tanto no «adoctrinaba». Millones de argentinos creen que la educación desplegada por alguien como Sarmiento –nada menos que un político en toda la línea–era apolítica y que los programas de enseñanza y la formación de profesores en las instituciones de la élite oligárquica de aquella época eran independientes de la política. El peronismo «politizó» a la escuela –¡cuántas veces lo hemos escuchado!– como si la educación pública no hubiera sido desde su mismo inicio un instrumento político en manos de la élite. 

La misma lógica se aplicó a los procesos educativos que comenzaron a cuestionar el statu quo en los años sesenta y setenta del siglo XX: los temas y modalidades de enseñanza que cuestionaban el orden establecido, tanto en la formación docente como en las universidades y las escuelas, eran vistos como adoctrinamiento marxista-comunista-socialista. Curiosamente, la apropiación del poder por parte de las dictaduras, la persecución de docentes y estudiantes, la quema de libros, el cierre de universidades y carreras y la instalación de un discurso fuertemente antiintelectualista eran presentados –y vistos– como antipolíticos y antiadoctrinamientos.

Con la expansión de la educación privada a partir del despliegue neoliberal de los años 1980-1990 en nuestro país, se retroalimentó esta dicotomía: adoctrinamiento en la escuela pública vs apoliticismo en las escuelas privadas. Resulta llamativo imaginar que para miles y miles de personas enviar a sus hijos a una escuela confesional religiosa o a una privada de élite laica es garantizar que no sean adoctrinados. Como si la educación confesional o laica careciera de ideología o sentido político.

Como podemos observar, hay una línea histórica que las derechas sostienen una y otra vez: la educación pública en manos de Gobiernos populares y democráticos «adoctrina». Por el contrario, la repetición de los contenidos tradicionales, basados en la lógica liberal inaugurada por la Generación del 80 es vista como apolítica, digamos que casi «natural».

Vayamos ahora a otro nivel de análisis: ¿qué es el «adoctrinamiento»? Para entenderlo es necesario analizar el modo de pensamiento «doctrinario». Una Doctrina, así, con mayúsculas, es un conjunto de ideas y tomas de posición frente a la realidad que no admite cambios ni cuestionamientos y que se presenta como «la verdad». Una Doctrina –esto se ve claramente en el pensamiento religioso– prescinde de la puesta en discusión de sus propios principios, precisamente porque se considera a sí misma como verdadera per se.

Por eso, en general, las doctrinas se transmiten en el modo del discurso único, de la repetición ahistórica no sujeta a debate-cotejo con la realidad o a cuestionamientos. El «adoctrinado» ha perdido su capacidad analítica, crítica, de percepción de la realidad circundante, y lo ha reemplazado por una Doctrina que todo lo explica.

Y justamente aquí, en este punto, como tantas otras veces, las derechas nos proponen como natural, independiente o apolítico lo que es, en realidad, una verdadera Doctrina: el credo neoliberal.

Desde hace cuarenta años somos objeto de un monumental proceso de adoctrinamiento masivo en los principios de la doctrina neoliberal: propiedad privada sin límites, destrucción del estado «inútil», desprecio de la política social, aceptación de la desigualdad como algo inherente a la naturaleza humana, meritocracia, admiración por los «países serios», desprecio por todo proceso democrático-popular, antipolítica.

¿Cómo se produjo –y produce– este verdadero adoctrinamiento? Repitiendo una y otra vez estos principios neoliberales en cada programa de radio, en cada canal de televisión abierta, por cable y satelital, en cada editorial de medios gráficos, en cada programa de panelistas de «análisis político», en las redes sociales –con el rol implacable de los trolls–. Es en ese universo comunicacional que llega a toda hora y en todo lugar a quien está frente a la TV o la computadora o quien tiene en la mano un celular en el que una y otra vez se repite como un mantra la doctrina neoliberal: antipolítica, anti-Estado, meritocracia, los ricos son exitosos per se, los pobres algo habrán hecho mal.

La doctrina es tan pero tan inmutable que no acepta ni permite ninguna limitación: nadie invita a otras miradas, nadie arriesga otras explicaciones sobre lo económico-social, y, sobre todo, pase lo que pase en la realidad cotidiana, la doctrina neoliberal no acepta ninguna otra explicación que esté por fuera de sus cuatro o cinco principios básicos e inamovibles.

Es tal la dimensión omnipresente del sistema de medios de comunicación que este sentido «natural» –la doctrina neoliberal– es repetido una y otra vez por las élites, las clases medias y aun crecientes sectores populares como la única racionalidad explicativa de lo que ocurre en nuestras sociedades. No hay salidas colectivas sino resultados –el éxito o el fracaso– individuales. Estamos siendo adoctrinados desde nuestra infancia en los inmutables principios del neoliberalismo casi sin darnos cuenta.

¿Hay un espacio, un ámbito, en donde pueda plantearse la crítica, el análisis? ¿Hay un lugar en donde sea posible el debate y la discusión porque quienes asisten provienen de distintos orígenes y tradiciones sociales y políticas? ¿Hay, para decirlo claramente, un lugar en donde pueda al menos sugerirse que hay algo más que las cuatro ideas fuerza del mensaje neoliberal?

La respuesta es ¡sí! Y ese es el mundo de la educación pública, desde el nivel inicial hasta el universitario. Es allí, donde se da hoy lo opuesto al adoctrinamiento: allí se postulan otras ideas, se pone en crisis el mantra mediático-político que asfixia la inteligencia de millones; se comparten ideas y también se abren profundas discusiones. Porque en la educación pública no vale la pauta publicitaria ni la influencia de las empresas monopólicas. Allí hay maestras y maestros, profesoras y profesores y estudiantes de diversos orígenes sociales, religiosos, políticos, familiares. Es quizás –duele expresarlo en esos términos– el último reducto en donde es posible debatir en libertad y compartir otras miradas del mundo. Frente al pensamiento único de la doctrina neoliberal, los colegios y las universidades públicas plantean no un otro doctrinal, sino un debate verdadero sobre el presente y los futuros posibles de nuestras sociedades, y, sobre todo, la existencia de las más diversas explicaciones, teorías y perspectivas para explicar la realidad presente e imaginar otros futuros.

La indignación neoconservadora no es, previsiblemente, una preocupación por los riesgos de un pensamiento único «doctrinal» en la educación pública. Su indignación es porque no han podido aún quebrar ese espacio que invita al debate y al pensamiento crítico. Su indignación deviene de no haber podido colonizar al sistema público de educación. Resumiendo, su indignación proviene de no haber logrado aún adoctrinar en el credo neoliberal a maestras y maestros, profesoras y profesores y estudiantes, y así lograr el sueño de todo orden totalitario: la hegemonía total sobre las conciencias de una Nación.

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