Descargo de responsabilidad
Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:
El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
La meditación es un concepto que usamos constantemente en nuestro lenguaje y que incita a la reflexión, a un parón en nuestros pensamientos, a una vuelta a nosotros mismos. Su etimología tal vez tenga que ver con estar en medio. Y es que meditando nos olvidamos de nosotros mismos y concentramos nuestra atención en un punto determinado. Se ha hablado hasta la saciedad ya de su importancia en el mundo oriental, de lo decisiva que es para la salud, de los bienes que nos suministra uniendo emociones y racionalidad o haciendo que surjan las placenteras endorfinas.
Pero me gustaría fijarme en una distinción clásica que conviene retomar. Se trata de la distinción entre meditación religiosa y meditación laica. La primera es de tinte espiritual, de tono misterioso, de unión con algo divino. La laica es un estado de ánimo natural, circunscrito a nuestro cuerpo, un modo de relajación que nos hace vivir mejor. No es extraño, por eso, que existan a nuestro alrededor escuelas y grupos de meditación laica. Pero creo que podríamos dar un paso más.
Voy a referirme primero a mi experiencia personal. Estudiando con los jesuitas ejercité la meditación diariamente. Me sirvió, sin duda, para aprender a concentrarme, pero me abrió la puerta a detestar la mentira pública. No se trataba únicamente de engrasar los músculos mentales, sino de poner en marcha la actitud que dice no a la manipulación, al vacío intelectual que se rellena luego con necedades. Es eso lo que aprendí y que ahora habría que utilizar en nuestro vapuleado mundo.
En segundo lugar, quiero entroncar ese ensimismado pensamiento que nos ayuda a no desaparecer ante los invasivos influjos externos en un laicismo terráqueo. Porque el laicismo reivindica nuestra inserción en el espacio público contra la maraña de fábulas extraterrestres. Ese laicismo no se disuelve en autoayuda. Todo lo contrario. Por eso su concentración mira a un objeto concreto. Es el de los falsos mediadores, el de los contadores de cuentos, el de los que prometen y no dan, dicen que escuchan y no oyen.
Ese laicismo va contra iglesias o sectas que concentran -ellos sí que concentran- el poder. De ahí que su meditación no quede en el aire. Se concreta señalando todo aquello que imposibilita el desarrollo de nuestra libertad. Y nuestra libertad está limitada y disminuida por cantos de sirena, castillos en el aire, ensoñaciones que solo contienen humo o palabras que parecen tener contenido y están huecas. Una meditación laica nos avisa para que estemos atentos y no nos despistemos a la hora de pisar firmes en nuestro mundo.
No quisiera acabar sin decir, siquiera brevemente, qué es lo que podría ayudar a enseñar el laicismo en cuestión. Es claro que la escuela es nuestro nicho de aprendizaje. Si esto es así, deberíamos fomentar conductas que mediten sobre nuestra vida interior y la trasladen a una vida pública que se baste a sí misma. Quiere decir esto que tendríamos que insistir en que la escuela no tiene por qué estar en manos de ninguna religión. Como esto no es así, hay que meditar sobre cómo superar ese estado mágico en el que todavía estamos. Con una acción meditativa, sí, pero acción.