9 de julio de 2009
El pasado sábado, día cuatro de julio, falleció en la ciudad de Ceuta, Antonio Aróstegui. Fue enterrado al día siguiente, en la mayor intimidad y silencio, en el cementerio de dicha ciudad. Ha sido sin duda este silencio de la familia la causa de que la noticia de su fallecimiento no llegara hasta ayer, miércoles, a su ciudad, Granada, en cuyas cercanías -el entonces diminuto pueblecito de los Ogíjares, ahora populoso- vino al mundo el escritor el día 23 de septiembre del año 1922.
Antonio Aróstegui era una de las figuras señeras del pensamiento y las letras granadinas de la posguerra. Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, fue en la década de los cincuenta, uno de los mayores activistas -acaso el principal- del nuevo renacer de las letras y la cultura granadinas. Incorporado a la plantilla del periódico Patria -indudablemente uno de los grandes aciertos de su director, José María Bugella-, supo desde sus páginas promocionar los nuevos talentos de una Granada que, tras el colapso de la guerra civil, como el ave Fénix, volvía a resurgir. Las autoridades franquistas de la época, aunque fuera a regañadientes y siempre muy vigilados, dejaron vivir y crear a estos jóvenes que resurgían de las cenizas. Nombres tan significativos como los de José Carlos Gallardo, Víctor Andrés Catena -fallecido hace tan sólo unos quince días-, Elena Martín Vivaldi, José Fernández Castro, Manuel Maldonado, Antonio Moscoso, Manuel Rivera y tantos otros de aquella Granada emergente y desaparecida, van unidos al suyo. Tertulias tan singulares y legendarias como “La Abadía Azul”, actos tan memorables como los “Café y Copa” en el desaparecido Café Suizo, ediciones hoy tan rebuscadas como las de “La Nube y el Ciprés”, llevan su impronta o al menos el sello de su colaboración. Fue precisamente en las ediciones de “La Nube y el Ciprés” donde José Carlos Gallardo, con un admirable prólogo de Antonio Aróstegui, publicó el libro que lo lanzaría a la fama: “Hombre Caído”.
Además de deslumbrante ensayista y eminente periodista literario, Aróstegui también fue un reputado pensador. Su faceta de filósofo tiene, dentro del pensamiento granadino, precedentes tan notables como Antonio Linares Herrera, Miguel Cruz Hernández o Ángel Benito y Durán, nombres hoy inmerecidamente olvidados, con los que él se sintió siempre más o menos vinculado.
Hasta la publicación del libro “Una conjura española contra Maritain” los gerifaltes del fascismo español dejaron a Antonio Aróstegui tranquilo y en paz. La retirada del libro de los escaparates -el gobernador civil de Granada tardó su tiempo en saber quien era Jacques Maritain-, indicaba bien a las claras que la permisibilidad del régimen había tocado fondo. Era algo que entraba dentro de la lógica de aquellas“usurpadores del poder“, según la expresión acuñada por Ayala. Los intelectuales franceses, incluidos los católicos, simpatizaban a favor de la República Española y los jerarcas de la dictadura española habían tomado muy buena nota de tal acontecer. Georges Bernanos -esencial es su libro “Los grandes cementerios bajo la luna“– y Jacques Maritain, muy católicos los dos pero muy antifranquistas, se distinguieron por su énfasis en la denuncia ante el mundo de los crímenes del franquismo. Era, pues, inconcebible que el régimen dejara en los escaparates un libro que elogiaba a un filósofo que no cesaba de proclamar la legitimidad de la República española. Con la retirada del libro llegaba un expediente de sanciones. Desde ese momento los jerarcas de la dictadura siguieron con ojo avizor todos los movimientos, idas y venidas de Aróstegui.
En su libro “La vanguardia cultural granadina 1950-1960”, editado por Caja Granada en 1996, Antonio Aróstegui nos cuenta con todo detalle este choque frontal con el régimen y otras muchas cosas de interés. Es un libro que todos los granadinos deberíamos leer, sobre todo los jóvenes que no conocieron aquellos años. Muchos creen que la gente de entonces se pasaba la vida rezando y cantando el “Cara al Sol”. La realidad era bien distinta. Pero hay otros varios libros más en su haber. Anoto los más importantes: “La lucha filosófica” (Madrid, 1975), “Bajo la ley del silencio” (Granada, 1991), “El muro democrático y otros muros” (Ceuta 2003) y el último de todos: “El libro de las vivencias, de las obras no escritas y del llanto” (“a modo de memorias”)”, recientemente publicado por el Instituto de Estudios Ceutíes.
Se da la circunstancia de que, hace cuestión de unos quince días, acaso un poco más, este libro fue presentado en la ciudad de Ceuta. Se trata de una obra interesantísima en la que los recuerdos personales se mezclan con la historia, la filosofía y el periodismo. Granada y lo granadino ocupan una buena porción de sus páginas. Sólo con el comentario de este libro habría para hablar largo y tendido. Quede para otra ocasión.
Antes de terminar, me permito una sugerencia a la intelectualidad de la ciudad: cuando pase el éxodo del verano y vuelva la actividad normal, deberíamos organizar entre todos el homenaje que Antonio Aróstegui se merece. Con él pierde Granada una de sus figuras más señeras.