Pues a juzgar por los últimos acontecimientos, ni lo uno ni lo otro. Y el inteligente lector ya habrá deducido que estoy haciendo alusión a las desafortunadas palabras de monseñor Rouco Varela en el funeral de Estado rendido a Adolfo Suárez, de quien ya se ha dicho todo (y casi todo favorable) a raíz de su fallecimiento. El cardenal arzobispo de Madrid, un llamado «Príncipe de la Iglesia» (príncipe destronado al no encabezar ya la Conferencia Episcopal Española), ante un rey y un «príncipe de verdad», como dijo Woody Allen al recibir de manos de D. Felipe de Borbón el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, no tuvo empacho en decir, entre otras lindezas, que «los hechos y actitudes que causaron la Guerra Civil la pueden volver a causar». Y se quedó tan ancho. Tengo la impresión de que estas palabras no hicieron ninguna gracia ni a tirios ni a troyanos, empezando por la Familia Real y El Gobierno, y terminando por el último de los asistentes al funeral. Y me pregunto por qué tenemos que aguantar esas actitudes procedentes de una institución que debería centrarse en su labor pastoral y no pronunciarse sobre temas políticos que le son (o le deberían ser) ajenos, con el agravante de situación y lugar inapropiados.
Desde la creación de la Constitución sabemos que España es un estado aconfesional y laico. Pero si nos atenemos a la realidad comprobaremos que para la Iglesia, España no es ni una cosa ni la otra. El Estado aconfesional no reconoce una religión oficial; el Estado laico propugna la independencia de cualquier organización o confesión religiosa, y como consecuencia que las creencias religiosas no influyen en la política nacional. Pues ya ven que por mucho que la Constitución proclame lo anterior, la realidad transita por otros caminos; ya me gustaría que el papa Francisco tuviera conocimiento de lo que se cuece por estos lares, y de la belicosidad de sus empleados más preclaros para así llamarles al orden, aunque me temo que serviría para poco; ni los dos gobiernos de izquierdas (sic), ni los de derechas que rigieron nuestro destino todos los años que llevamos de democracia se atrevieron a plantear seriamente las relaciones Iglesia-Estado. Y con el regreso de un gobierno conservador la Iglesia se ha envalentonado hasta extremos tan inaceptables como el que nos ocupa. Rouco Varela echa sal en la herida de una situación social lamentable e insostenible. Y ese no es el camino. Así que entre Rouco Varela con sus declaraciones, la actitud de nuestra Alcaldesa de las Flores que sigue poniendo palos en las ruedas de las comentadas lanzaderas de la estación del AVE a diferentes poblaciones turísticas de la provincia (hay que asegurarse el voto del colectivo de los taxistas, como ya ha hecho con otros como las Hogueras o el Hércules), y entre muchas cosas más que no repetiré para no ser reiterativo, estoy más que harto. Así que ayer me fui a ver Ocho apellidos vascos, sin sospechar que esa peli me iba a hacer olvidar por un rato la incompetencia de muchos de nuestros gobernantes, los materiales y los espirituales.
Hacía tiempo que no me reía tanto, tratándose además de una película menor. Una vez más se demuestra que la inteligencia siempre triunfa, y que en España contamos con unos actores extraordinarios. Y al arzobispo de Madrid?que le den! Que, como ya dijo el inefable Falete: «Yo soy hijo de Dios, y no de Rouco Varela».
La Perla.«Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja» (Anónimo)
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