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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Marruecos, HAARP, chemtrails, destrucción de presas hidroeléctricas… Detrás de estas palabras se escondían teorías que planteaban causas alternativas a la catástrofe climática vivida en Valencia el pasado 29 de octubre. Otras narrativas alternativas se apresuraron a apuntar que nos mentían con respecto al número de personas fallecidas en el desastre.
Lo cierto es que la dana que causó la catástrofe es un fenómeno natural que los científicos climáticos asocian al calentamiento global y del mar Mediterráneo. Insinuar que nos engañan con respecto a cuánta gente ha sido víctima de las riadas es, a partes iguales, infundado, dañino y banaliza el sufrimiento de los afectados. Por eso, nuestro objetivo en este artículo es arrojar luz sobre cómo y por qué se extienden esas realidades y explicaciones alternativas y los riesgos que conllevan.
Desinformación y teorías de la conspiración
La desinformación consiste en creer firmemente en una información que es falsa o incorrecta, mientras que las teorías conspirativas buscan explicar eventos cruciales que suceden en nuestro entorno atribuyéndolos a los designios secretos y malintencionados de distintos actores poderosos.
Por lo tanto, ambas son diferentes. En particular porque, aunque las teorías conspirativas conllevan algún grado de desinformación, esta última no tiene por qué tener carácter conspirativo. Sin embargo, sus causas y consecuencias son altamente similares.
El principal motor psicológico de la desinformación y las teorías conspirativas no es otro que la defensa de nuestras creencias y la necesidad de tener razón a toda costa. A las personas nos agrada la información que confirma nuestras propias certezas y valores y que hace que veamos nuestras afiliaciones grupales como superiores.
Así, cuando ciertas informaciones “amenazan” nuestras creencias o nuestras identidades colectivas tendemos a tergiversarlas o despreciarlas, buscando una evidencia alternativa que respalde nuestra postura. Este perverso fenómeno se conoce como razonamiento motivado.
Sin embargo, no es el único modo en que analizamos la realidad. A veces nos estimula más la precisión de la información que recibimos que el hecho de que confirme o no nuestras creencias. ¿Por qué entonces parece que, cada vez más, confiamos en el razonamiento motivado, dejando de lado la precisión?
Parte de la respuesta la encontramos en los nuevos modos de comunicación online. La democratización de la información ha permitido la creación de comunidades basadas en desinformación y conspiraciones, aumentando su impacto y presencia en la sociedad.
Hace 50 años, un terraplanista tenía mucho más difícil encontrar a personas con ideas similares. Hoy puede unirse a grupos online, creando comunidades que se protegen entre sí y a esas ideas. Del mismo modo, actualmente cualquiera puede tener una plataforma para expresar sus ideas, incluso si no se basan en ningún conocimiento técnico.
Es el caso de los influencers, que tienen gran poder de influencia sobre sus seguidores, más allá de su conocimiento sobre la temática. Por ejemplo: Daniel Esteve, el líder de Desokupa, o El Xokas nunca van a aparecer en un medio que se precie opinando de este u otro tema de gran relevancia social, pero sí lo hacen en un espacio personalizado para sus audiencias, volviéndolos altamente persuasivos.
La desinformación también se nutre del propio funcionamiento de la red. Los algoritmos que deciden qué información aparece en nuestros navegadores “saben” si preferimos contenidos que confirman nuestras creencias y, por tanto, es lo que priorizan. Además, la información online suele ser más breve, negativa y emocional, pues este tipo de contenido es más eficaz a la hora de llamar nuestra atención.
Esto conlleva el consumo de información más emocionalmente cargada, negativa y amenazante, favoreciendo no solo el razonamiento motivado, sino también la polarización. Este último es un fenómeno que consiste en percibir ideas alternativas a las nuestras como extremadamente distantes, y su variante afectiva genera sentimientos negativos hacia los grupos que defienden esas ideas.
La polarización, cada vez más presente en nuestra sociedad, intensifica la competencia entre sistemas de creencias y, por tanto, favorece la desinformación y la conspiranoia, pero también el conflicto.
La aparición de realidades alternativas
La aparición de realidades alternativas es, probablemente, uno de los principales retos a los nos enfrentamos como sociedad actualmente. Sin un marco común para evaluar nuestra realidad, difícilmente podremos debatir y colaborar con el fin de construir una sociedad mejor. Para alcanzar este objetivo, sobre todo en situaciones críticas como las causadas por la crisis climática, necesitamos dos cosas: cooperación y decisiones basadas en evidencia sólida. Ambas implican dejar de lado la defensa a ultranza de nuestras creencias y mostrar mayor apertura y un análisis más crítico de la realidad.
Cooperar implica asumir que los demás no son esencialmente malvados, incluso cuando piensan diferente, sino que también son personas morales y que podemos llegar a cooperar para alcanzar un bien común. Aquí reside la parte más positiva de la psicología humana que las catástrofes ponen de manifiesto: la solidaridad y la ayuda desinteresada que estos acontecimientos generan. La hemos podido presenciar en la movilización de miles de personas que han llegado a las zonas devastadas para ayudar a las víctimas.
La probabilidad nos dice que esas personas son diversas, que piensan, sienten y votan distinto. Y, sin embargo, han trabajado hombro a hombro para tratar de paliar en la medida de lo posible el desastre. Exijamos a nuestros representantes políticos hacer lo mismo, en lugar de fomentar que se distancien. Cuanto más polarizados estemos como sociedad, más radicales serán sus respuestas, creando, nosotros y ellos, resentimiento y enfrentamiento que únicamente entorpecen la colaboración.
Pero estos desastres también implican una gran responsabilidad por nuestra parte a la hora buscar la máxima precisión y difundir solo la información más correcta. La próxima catástrofe climática se prevendrá requiriendo una gestión de la emergencia más eficaz y actuando para paliar los efectos de la crisis medioambiental, y no mirando a las nubes en busca de chemtrails.